Mérito: distinciones y confusiones
José Joaquín Brunner, 9 de febrero 2025
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Estos dos meses de vacaciones de los centros educacionales—de todos los niveles y tipos—representan una pausa anual dentro del ciclo del esfuerzo destinado al estudio y a la formación. En tal sentido suele decirse que estudiantes y docentes merecen un descanso; han hecho méritos. Y, en reconocimiento de ello, gozan ahora de una pausa antes de retomar el esfuerzo en marzo próximo.
Efectivamente, hay mérito en el trabajo, en el estudio y en todo esfuerzo individual o colaborativo desarrollado libremente y orientado hacia una meta socialmente positiva como las mencionadas. En cambio, no es un mérito personal enamorarse, ni es meritorio recibir una herencia ni ser un genio infantil en algún arte o deporte. Acciones como estas que dependen de circunstancias fortuitas, o de fuerzas exteriores o de la clase social en la cual uno nace o de habilidades naturales no son propiamente meritorias. Ni merecen tampoco el tipo de reconocimiento que se reserva para el esfuerzo personal.
Como enseña la sociología, el mérito es asimismo diferente del logro—o sea, un resultado conseguido o alcanzado—y del talento, entendido como una capacidad innata. En el ámbito educacional, estas necesarias distinciones son a veces extraordinariamente difíciles de establecer. Y se prestan para confusiones.
Los logros, más que en cualquier otra organización, son altamente dependientes de los capitales familiares, el estrato social del establecimiento y la efectividad de este. A su vez, el talento natural es casi opuesto al mérito; en vez de requerir un sostenido esfuerzo aplicado a la tarea, facilita su consecución con gracia y facilidad.
Por su lado, el esfuerzo merece estimularse y encomiarse y, para ello, necesitareconocerse. Constituye un valor en sí. Y debe cultivarse desde temprano mediante la crianza en el hogar; ocupar un lugar central en la socialización de las nuevas generaciones; ser parte de las cualificaciones para la vida adulta, y ser un elemento clave en la formación de las personas como sujetos libres y responsables. Sin duda, está en el centro de la moderna concepción del individuo.
Convertido en un hábito en la población, el esfuerzo posee alcances colectivos también; de hecho, se halla en la base de nuestras sociedades industriosas (y no solo industriales). Sustituye como ideal a los privilegios de clase social (origen y destino), forma parte importante de la motivación y realización de la movilidad social y es un tema central de todas las organizaciones modernas en la sociedad civil y el Estado.
Así como parece ridículo sostener, pero se hace, que el esfuerzo sería un (dis)valor de origen capitalista, es igualmente sorprendente que se ignore su profunda filiación religiosa. Hay varios siglos de querellas teológico-culturales en torno a la justificación (santificación), si por la fe y la gracia solamente o solamente por el mérito y las obras. Recién con la Reforma, según mostró Max Weber, la ética protestante del trabajo pudo pensarse como espíritu del capitalismo.
Pero, atención, desde el siglo XX la exaltación del esfuerzo no es capitalista exclusivamente. Piénsese en la revolución soviética, en los años 1930, que llevó el esfuerzo (productivo) al pináculo. El movimiento estajanovista (taylorismo soviético, dicen algunos), creó la figura del trabajador heroico, que superaba las metas de producción y luego volvía a superarlas, confiriéndole un estatuto político–moral solo comparable a su valor ideológico-propagandístico.
Sin embargo, en ese caso el mérito no era tanto esfuerzo sino output, rendimiento; el logro de un indicador que, comparativa y competitivamente, situaba al trabajador premiado en una posición de privilegio (con su consiguiente premio salarial). Alguna vez Stalin saludó a esta estirpe de titanes como personas que demuestran precisión y exactitud en el trabajo y “han aprendido a contar no en minutos, sino también en segundos”.
Es importante pues distinguir la racionalización del esfuerzo laboral que resulta enlogros excepcionales, del esfuerzo más modesto pero constante que las personasrealizan como actividad libre en función de un objetivo valioso.
Otra confusión usual es entre esfuerzo y talento que, según algunos, equivaldría almérito. Depende: si el talento es habilidad aprendida y cultivada esforzadamente, entonces, efectivamente, es meritorio. En cambio, si es una disposición natural, ya sea de base biológica o expresada en código de clase social, se aleja del mérito, si bienpuede acompañarlo y este beneficiarse de aquella.
Una zona ambigua adicional es aquella donde se declara un mérito cuando, en realidad, el premio considera no sólo el esfuerzo sino además otra serie de factores fuera delcontrol de la persona. Por ejemplo, condiciones sociales y políticas favorables, pertenencia a redes, sesgos de género, arreglos previos entre los miembros del jurado; incluso, el día y la hora en que se otorga el reconocimiento. En estas circunstancias lo más probable es que opere la regla maquiaveliana de que, en el balance final, las actuaciones humanas dependen una mitad de virtù (nuestro esfuerzo) y la otro mitad de la complicidad de la diosa Fortuna.
Por último, hay una ideología meritocrática, activa sobre todo en momentos de auge y optimismo de las sociedades, que se emplea (¡confusión de confusiones!) para justificar a los exitosos, en cualquier esfera de actividad, por sus pretendidos méritos. Es decir, excluyendo las múltiples ventajas acumuladas de la cuna y los apellidos, los colegios y la carrera universitaria, las redes de parentesco y laborales, el poder y la cultura, Fortunay los astros. Y, al final, el efecto Mateo que dice: “porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará”.
Esa es asimismo la imagen soberbia de una meritocracia que, sin reconocer la acumulación de ventajas, reclama para sí un monopolio sobre el mérito y la dirección de las sociedades. Como dice uno de los principales críticos de esta figura: ella crea arrogancia entre los ganadores y humillación entre los que quedan atrás, frecuentemente a pesar de su esfuerzo.
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