“En ambos frentes surge la interrogante: ¿en qué país vive el adversario?”
Para unos (las oposiciones), el país se halla en pésimas condiciones y todo funciona mal; para otros (los oficialismos), no cabe duda de que el país es hoy mejor que hace dos años. De un lado y del otro se disparan consignas y se desacreditan los argumentos contrarios. En ambos frentes surge la interrogante: ¿en qué país vive el adversario? Está claro, no es el mismo para quienes se hallan atrincherados aquí o allá.
Los medios de comunicación y las redes sociales no solo reflejan este enfrentamiento de fuerzas, sino que, a su vez, se transforman en actores, se abanderizan y usan su sutil artillería de titulares, selección de noticias, crónicas opinantes y agitación ideológica para intervenir en el conflicto.
Vivimos entonces, a lo menos imaginariamente, sin escape posible; bajo el fuego cruzado de dos bandos irreconciliables.
Es un ambiente irrespirable, asfixiante, deprimente. Así lo experimento cada vez que tomo la pluma (el teclado, en realidad) para transmitir una opinión. Me resisto a entrar en las trincheras.
No creo que el país esté hundiéndose en un marasmo de incompetencia, corrupción e inefectividad por culpa del grupo gobernante. Tampoco comparto el eslogan de que estamos definitivamente mejor que hace dos años. Al contrario, me parece que ambas afirmaciones son simplismos inaceptables. Además, impiden una deliberación pública razonada. Sirven para dividir y se prestan para tuitear, mas no para fundar un diagnóstico que podamos compartir y que nos permita abordar y resolver los problemas que nos mantienen estancados.
Pienso que si no superamos pronto estos antagonismos corrosivos, los dos años que vienen serán aún más frustrantes. Pues se agregará la natural polarización electoral. Y se estrecharán los nudos críticos (inseguridad ante el crimen organizado, listas de espera en salud, precariedad en los campamentos), aumentando las dificultades de la vida cotidiana. También el entorno internacional se tornará probablemente más incierto y volátil, presionando sobre nuestras fronteras físicas e ideológicas.
De modo que nuestra guerra de trincheras podría agudizarse aún más, reproduciendo hasta la náusea el clima de enemistad política, la ausencia de reflexión cívica y la falta de proyecto nacional.
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