Las crisis de la Universidad Austral de Chile
Enero 22, 2024

Las crisis de la Universidad Austral de Chile

Académica de la institución, la autora de la siguiente columna para CIPER enmarca las actuales dificultades de la UACh —en proceso de investigación por la Superintendencia de Educación Superior— en un contexto de profundos cambios para el rubro, y los muchos factores que han derivado en falencias de gestión: «​​Quienes integramos esta comunidad universitaria hemos contribuido también, por acción u omisión, a este estado de cosas. Parte de esta crisis se explica por una cultura de toma de decisiones, adoptada —o, al menos, tolerada— que no supo adaptarse a las condiciones de un modelo de educación superior más exigente y competitivo».

  Suele decirse que el cometido de una universidad es transmitir conocimiento y formar profesionales. Pero hay universidades que hacen mucho más: enhebran su devenir con la evolución social, trascienden los marcos encorsetados de la formación profesional, realizan investigación que desafía el conocimiento instalado; son vectores de nuevas ideas y cambios sociales, bisagras generacionales y territoriales. Esas universidades son instituciones en torno a las cuales se organiza buena parte de la vida social, política y económica de sus comunidades.

La Universidad Austral de Chile es una de ellas, y encarna las particularidades de nuestra tradición universitaria. La concepción elástica y porosa de la educación pública —esa que no necesariamente opone lo público a lo privado ni reduce aquello a lo estatal— está íntimamente ligada al surgimiento de universidades que, como la UACh, son fruto de una alineación virtuosa entre esfuerzos estatales y comunitarios. Fundada en 1954, la UACh surgió de la voluntad mancomunada del Estado y de la comunidad valdiviana, que, confundidas y hermanadas como las hebras de una trenza, impulsaron un proyecto ambicioso y de largo alcance: la descentralización de la enseñanza universitaria. Su nacimiento cambiaría definitivamente el rostro del sistema de educación superior en nuestro país, y pavimentaría el desarrollo productivo de las regiones.

Como es sabido, la Universidad Austral atraviesa hoy una crisis que se arrastra hace algunos años, y que ha desembocado en un proceso de investigación formalizado por la Superintendencia de Educación Superior que aún no se cierra. Como ex alumna y actual académica de esta institución abordo en esta columna un momento complejo, que exige evaluar falencias pero también las muchas fortalezas que la Universidad ha aportado no sólo al panorama académico nacional, sino también al debate social que a diario debemos impulsar en pos de un país más equitativo y democrático.

Como toda institución medular, la UACh no solo ha sido espejo sino también agente de cambios. Un par de ejemplos lo testimonian. Del elenco de instituciones que hoy conforman el CRUCH, la UACh es una de las que mejor refleja el impacto de la gratuidad en la democratización universitaria. Su matrícula se compone, en su gran mayoría, por estudiantes provenientes de los quintiles más vulnerables. Esto implica que, citando a Bourdieu, la UACh es uno de los planteles tradicionales que más contribuye al mejoramiento del «capital cultural» de sus estudiantes.

En materia de igualdad de género, la UACh ha sido una institución pionera. Las movilizaciones precursoras del «mayo feminista» (2018) se gestaron en el Campus Isla Teja, en Valdivia. En 2016, la UACh ya había instalado un innovador protocolo contra el acoso, la violencia y la discriminación de género. Todo ello puso «patas arriba» las concepciones y prácticas preexistentes. Cabe recordar que, a la época, la violencia en el pololeo se localizaba en una especie de limbo jurídico (no era un delito, ni una forma de violencia intrafamiliar ni tampoco una falta disciplinaria), mientras que el acoso sexual solo estaba regulado en sede laboral y, por definición, no resguardaba a las estudiantes. Con el tiempo la excepción se transformó en la norma. En 2021, la ley N°21.369 impuso obligaciones a todas las instituciones de educación superior en materia de prevención, investigación y sanción de estas conductas, las cuales han terminado por engrosar los criterios de acreditación institucional.

No cabe duda de que el ecosistema universitario ha cambiado vertiginosamente, y no solo en nuestro país. Las instituciones y la masa de estudiantes han aumentado significativamente, también las expectativas sociales y las regulaciones, legales y administrativas. Estos y otros cambios portan avances, pero también conllevan desafíos y tensiones. La creciente competencia por los recursos estatales destinados a la formación de profesionales y a la investigación ha favorecido la emergencia de una suerte de «capitalismo académico»; es decir, una forma de organización dominada por la concepción del profesorado como un recurso humano, la mercantilización de la investigación, y expectativas de que la gobernanza universitaria se ajuste a las estrategias de management. Con independencia de las valoraciones que pueda tenerse sobre este fenómeno, realistamente hablando, las universidades precisan adaptarse a este nuevo escenario.

Como toda crisis, la que hoy atraviesa la UACh tiene un origen multifactorial. La renuncia del exrector Galindo, en 2021, desnudó graves problemas de gestión que derivaron en el sobreendeudamiento de la institución y en la imposición de condiciones de operación muy restrictivas [ver en CIPER-Opinión: “Universidades en crisis: nuevas alertas para la educación superior»; 01.12.2023]. Pero sería miope no ver que hay otros factores. Quienes integramos esta comunidad universitaria hemos contribuido también, por acción u omisión, a este estado de cosas. Parte de esta crisis se explica por una cultura de toma de decisiones, adoptada —o, al menos, tolerada— que no supo adaptarse a las condiciones de un modelo de educación superior más exigente y competitivo. Un conjunto de decisiones (curriculares, de gestión de personal y control de procesos, estructura financiera y gobernanza) han configurado una ecuación de desaciertos que, cumulativamente, ha corroído la sanidad financiera de la UACh, tal como una filtración de agua pudre la madera.

La historia de las instituciones está hecha de claroscuros, así como también de temperamento y de empeño. No hay descrédito en reconocer la fragilidad, tampoco en sincerar que el traspié no se debe enteramente al empedrado, sino también a la falta de habilidad propia. Cuando existe una voluntad genuina de enmendar y se es parte del ADN de una comunidad, hay vocación de permanencia; porfiada, si hace falta. Las cicatrices que quedan tras una caída se vuelven extremadamente valiosas. Su función es recordarnos que la resiliencia no es un regalo envenenado del infortunio, sino una ofrenda que debe aceptarse con humildad. Quien se cura de una enfermedad no solo sobrevive, se fortalece. Dispone de anticuerpos para enfrentar nuevas amenazas. En eso estamos, en proceso de curación.

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