La crisis educativa en su contexto ministerial
José Joaquín Brunner, 15 de octubre de 2023
La crisis educativa en su contexto ministerial
José Joaquín Brunner, 15 de octubre de 2023
Por primera vez en la historia de la educación moderna el debate sobre un mismo tópico alcanza una dimensión global. Tal es el caso de los efectos de la pandemia sobre los sistemas escolares y los esfuerzos para lidiar con esta catástrofe.
La magnitud de los daños fue significativa, incluso en los países desarrollados. En los EEUU, una encuesta de mayo de 2022 reportó que más del 80% de los colegios públicos informaba un desarrollo conductual y socioemocional estancado entre sus alumnos, un aumento del 56% en las interrupciones en el aula por mala conducta y un incremento del 49% en los desórdenes fuera del aula.
Por su lado, un estudio de la OCDE revela que ya en 2020 había indicios de que muchos de los estudiantes de los países miembros recibieron escasa instrucción efectiva. Por ejemplo, hay evidencia de que en Alemania el tiempo de los niños dedicado a actividades escolares se redujo dramáticamente; un 38% a dos horas diarias en promedio y un 74% a menos de cuatro horas. A su turno, el tiempo dedicado al entretenimiento –televisión, computadoras o celulares– aumentó a más de cinco horas por día.
La situación es aún peor en los países de ingresos medios y bajos. Según un sondeo de UNICEF, UNESCO y el Banco Mundial, sólo la mitad de los países de bajo ingreso posee mediciones nacionales o regionales del aprendizaje de sus alumnos, una cuarta parte desconoce cuántos alumnos regresaron a la escuela tras la pandemia, y solo un 40% despliega estrategias de recuperación a escala nacional.
Para el caso de América Latina, el Banco Mundial (2021) estimó que, como consecuencia de la pandemia, la proporción de niños al final de la primaria incapaces de leer y entender un texto simple podía aumentar del 51% al 62%.
En Chile —donde sí existe una valiosa experiencia e institucionalidad que recoge, procesa y comunica información sobre el sistema y sus niveles de logro—la situación a la salida de la pandemia era desastrosa. El entonces ministro de Educación, a la luz del Diagnóstico Integral de Aprendizajes, declaró: “Estamos ante un terremoto educacional y las réplicas se pueden sentir por años”.
Ahora, hace unos pocos días, el actual ministro de esta cartera, sinceró la situación: “vamos a estar en una crisis educativa por mucho tiempo”, dijo, “yo creo que eso es evidente”. Y añadió: “estamos pensando que a lo menos debiéramos planificar estos procesos [de reactivación] para cinco o 10 años”.
No se percibe, sin embargo, la misma preocupación del ministro en el resto del Gobierno, partiendo por el Presidente, ni tampoco entre el personal político del oficialismo y la oposición. No hay la sensación de un país en reconstrucción después de un terremoto.
Es cierto que el ministro recientemente nombrado muestra una mayor focalización e insiste que su prioridad absoluta es la reactivación de los aprendizajes de las y los infantes, niñas, niños y adolescentes. Desde ya eso es una ganancia respecto de su antecesor que, por el contrario, se manejó con una agenda desordenada, sin una nítida priorización y con una comunicación confusa.
Adicionalmente, durante los últimos días, el novel ministro —quien, sin embargo, cuenta con experiencia previa en la secretaría de Estado ahora a su cargo— avanzó dos pasos en la dirección correcta. En efecto, de mantener ese rumbo, podría significar un importante impulso para la política del gobierno en un sector donde, hasta ahora, se halla en deuda.
Por un lado, volvió a convocar al Consejo para la Reactivación Educativa, organismo de colaboración público-privada, ante el cual reiteró la prioridad reactivadora. Asimismo, destacó la existencia de consensos en los diagnósticos y llamó a diseñar una visión estratégica compartida para abordar la crisis larga del sistema (próximos 5 a 10 años). Está por verse en las semanas que vienen si el timón de la prioridad se mantiene firme, si los consensos realmente existen y ofrecen un sustento transversal a la acción ministerial, y si surge una visión estratégica compartida que, hasta ahora, está ausente entre el gobierno y la oposición.
Por otro lado, el ministro dio un paso adelante en la construccion de los fundamentos de esa visión, al sincerar que la actual crisis venía de antes de la pandemia. Efectivamente, ella antecede en una década (¡y no en treinta años!) al impacto de la pandemia, según se desprende de los resultados de los aprendizajes medidos por el SIMCE y las pruebas PISA.
Las manifestaciones de esta crisis abundan: una década sin consensos de base en políticas educativas; resultados desastrosos del SIMCE más reciente; traspaso empantanado de los colegios municipales a servicios locales; escaso progreso, si acaso alguno, en el fortalecimiento de la profesión docente; aún sobrevive, en algunos círculos gubernamentales, el discurso programático de un “cambio de paradigma”, ajeno a todo realismo político-técnico; igualmente, la desconfianza frente a la educación pública provista por privados (mayoritaria dentro del sistema) y frente a los instrumentos de medición e información; por último, el propio Mineduc se resiste a desconcentrar, descentralizar y mejorar su gestión para ganar en efectividad y eficiencia en el manejo de su personal, recursos, servicios y capacidad de análisis y diseño de políticas.
En suma, el ministro Cataldo ha apostado por elevar las expectativas respecto de su cartera, la administración del plan de reactivación de aprendizajes, la articulación de consensos y la necesidad de contar con una estrategia de salida de la crisis inmediata, postpandemia, y de superación del estancamiento en que se encuentra nuestro sistema escolar a mediano plazo (5 a 10 años).
Es una apuesta audaz; habrá que ver si viene respaldada por el suficiente capital político, capacidad técnica, voluntad de consensos y liderazgo personal.
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