Los de arriba y los de abajo
“¿Es creíble que la polarización de las élites coexiste con una sociedad reconciliada?”
¿Es cierto que la clase política y mediática de la sociedad chilena se halla dividida al punto de estar paralizada, mientras la sociedad civil se mantiene ajena a esa división? ¿O alguna de estas afirmaciones es falsa?
Que la cúpula político-comunicacional está envuelta en querellas —sobre el pasado, el presente y el futuro— siendo incapaz de tomar decisiones es evidente.
Los 50 años separan al país en dos mitades éticas, emocionales, con memorias y visiones de mundo contrastantes. Carecemos de una Constitución investida de legitimidad, al mismo tiempo que de los acuerdos necesarios para reemplazarla.
Tampoco compartimos una perspectiva sobre el crecimiento de la economía, cómo elevar la productividad y distribuir las cargas y los beneficios. Solo en momentos de agudización de la actividad criminal logramos consensos mínimos en torno a políticas de seguridad. Las reformas más vitales —del Estado, de pensiones y salud— se encuentran detenidas. Igualmente, no hay estrategias consensuadas para educación, vivienda, innovación, infraestructura pública y gobiernos regionales.
Suele decirse que la división e inefectividad de la esfera político-comunicacional arriba estaría acompañada, abajo, por una sociedad civil en calma, dinámica y capaz de resolver sus propios problemas. ¿Es creíble ese contraste? ¿Que la polarización de las élites coexiste con una sociedad reconciliada?
No puedo hacer aquí un diagnóstico detallado sobre el estado de ánimo, de opinión y de convivencia de la comunidad nacional. Pero todo apunta a que ese estado es deplorable. Hay desconfianza mutua y en las instituciones, insatisfacción laboral, microviolencias de todo tipo, sensaciones de abuso y agobio, situaciones objetivas de malestar, inestabilidades e incertidumbres, temores y frustraciones, brechas de expectativas y de satisfacciones, según muestran los sondeos de opinión y la investigación social.
En verdad, resulta chocante escuchar o leer que arriba —entre las élites— reinan la exasperación, la incapacidad y las colusiones, ¡todo cierto!, pero que abajo se desplegaría una sociedad sana, fuerte, cohesionada y dinámica. No es así. Más bien, sucede que la sociedad vive sus dramas sin la ruidosa espectacularidad de la esfera dirigencial político-mediática. Pero, al mismo tiempo, con mayor enojo, insatisfacción, temor y aguante frente a la adversidad.
En consecuencia, cabe esperar que en la sociedad siga latente el mismo potencial de protesta y movilización que se manifestó en torno al 18-O de 2019; ¿o acaso han mejorado las condiciones de base? Por el contrario, han empeorado. Precisamente por el deterioro del estado de ánimo, de opinión y de convivencia producido por la incapacidad de los de arriba —oficialismo y oposición— de asegurar gobernabilidad y resolver los problemas.
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