Encrucijada de Boric y su gobierno: ¿el giro de Tohá o más de lo mismo?
La visión y la propuesta perfiladas por Tohá al momento en que se espera un cambio de gabinete en los próximos días, es un gesto político-comunicacional de gran importancia. E ilumina la potencialidad que encierra el cambio de gabinete.
Comienza hoy un nuevo año político que coincide con el segundo del gobierno Boric. ¿Cómo se presenta el próximo futuro del país? A primera vista, no se ve bien aspectado. ¿Por qué? Pues porque el trasfondo sobre el que se despliegan los acontecimientos y las proyecciones de la política no es propicio.
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En efecto, la sociedad civil está exasperada y ensombrecida por los feroces incendios que han destruido medio millón de hectáreas, con un alto costo en vidas, patrimonio e ilusiones y una enervante exposición a través de las pantallas de la TV, cuyas imágenes se ven reduplicadas al circular por las redes sociales.
Enseguida, se prepara para reingresar a un mundo laboral incierto, atravesado por dudas de empleabilidad y de (in)suficiencia salarial. Además, la sociedad tiene la correcta percepción de que los dos grandes sistemas de soporte vital y familiar –salud y educación– presentan serios problemas de funcionamiento; léase, colas infinitas en espera de tratamientos médicos y una gran masa de niñas, niños y jóvenes con sus aprendizajes dislocados y dañados, respectivamente.
Por último, la sociedad chilena enfrenta varias situaciones creadas por problemas malignos o perversos, como suelen denominarse (wicked problems), caracterizados por complejas interacciones, insuficiente conocimiento, conflictos abiertos o latentes y diferencias irremontables de valores, perspectivas e intereses, sin que existan soluciones óptimas para ellos. Por ejemplo, las intrincadas expresiones de violencia en algunas regiones del sur del país y, en el norte, la inmigración descontrolada, ambos problemas de difícil administración, larga duración y que provocan retos especialmente complejos para el Estado.
Todo esto sucede en un contexto externo que agrega inquietudes adicionales entre la población: un vecindario latinoamericano atacado por graves desequilibrios socioeconómicos y políticos; un mundo global tensionado por fenómenos geopolíticos y comerciales emergentes; una guerra a las puertas de Europa. Y una constante prédica pública sobre los múltiples riesgos que provocan el cambio climático, la destrucción del medio ambiente, las apabullantes desigualdades entre y dentro de los países y unas crisis políticas y culturales que comprometen a las democracias y las creencias occidentales.
Con razón entonces puede decirse que la sociedad civil chilena retorna de sus vacaciones -quizá como en pocas ocasiones anteriores- con más prevenciones que esperanzas. Envuelta, si se miran las encuestas de opinión, en un clima de descreimiento, de inseguridad mezclada con temor, de falta de confianza en las instituciones públicas y el personal político, con bajo apoyo al Presidente y su gobierno, escaso entusiasmo con las coaliciones políticas oficialista y de oposición, y reducido reconocimiento al Estado por sus servicios, con excepción de los aparatos de defensa, orden y seguridad.
Efectivamente, la gente está preocupada ante todo por el crimen, el narcotráfico y la inseguridad; la inflación, los ingresos insuficientes y el poco dinamismo de la economía; la inmigración y, más atrás en el ranking de la intranquilidad, la esquiva salud y las reducidas pensiones. Sólo uno de cada cuatro chilenas o chilenos cree que el país progresa, la mitad está de acuerdo con cambiar la Constitución, pero sólo un tercio declara estar interesado en el proceso y un 57% tiene poca o nada de confianza en él (Pulso Ciudadano, 26 de febrero de 2023).
Por donde se mire es un cuadro desalentador.
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Al mismo tiempo, no puede uno pasar por alto, cualquiera sea el lugar que ocupe dentro del espacio político ideológico, que existe una suerte de sorda resiliencia en la sociedad chilena y que persiste un funcionamiento relativamente normal de las instituciones. ¿Cómo así?
Hay un Estado que, más allá de sus obvios problemas y debilidades, se mantiene en funciones y está lejos de ser un Estado fallido. Se aprecia un manejo consistente de la economía, con un equipo en Hacienda bien valorado por todos los sectores y un Banco Central que con independencia, y con el apoyo de tiros y troyanos, ha ido aminorando la inflación junto con evitar una recesión aguda.
Por su lado, las organizaciones de la sociedad civil -desde empresas hasta universidades; desde el transporte hasta las actividades de entretención- operan sin interrupciones y cumplen sus cometidos, de manera que, a pesar de las múltiples dificultades, el país no colapsa y sus procesos básicos continúan desarrollándose con relativa normalidad.
En fin, hay instalada una gobernabilidad que, sin tener raíces fuertes en la sociedad y siendo precaria a nivel de su vértice político-administrativo por las debilidades del gobierno de Boric y sus dos coaliciones, sin embargo se sostiene y evoluciona. De hecho, el vértice ha mejorado su desempeño a lo largo del año y mantiene -frente a las adversas condiciones en que opera- una relativa estabilidad del país, sin que la sociedad se haya descontrolado y el gobierno se vea superado como ocurrió en los días del estallido del 18-O.
Esta aparente contradicción entre un clima político turbulento y lleno de alarmantes presagios pesimistas y una sociedad civil que a pesar de todo funciona dentro de los parámetros básicos de un Estado en forma, no resulta fácil de explicar.
Quizá la opinología atribuye una importancia excesiva a esas turbulencias de la esfera política, sin percibir las tendencias inerciales, las resistencias y las fuerzas de conservación y orden que se despliegan más adentro en las sociedades. ¿Dónde? En los espacios privados de los individuos, las familias, las comunidades vecinales, las asociaciones creyentes (no sólo religiosas) y de las microestructuras cotidianas con sus rutinas y ritos. A fin de cuentas es allí donde transcurre la mayor parte del día de la mayoría de la población.
Como sea, tenemos ante nosotros la paradoja de una copresencia, lado a lado, en un mismo momento, de dos fenómenos que corren en direcciones opuestas. Por un lado, unos estados de ánimo negativos y una emocionalidad de repulsión frente a la política y los políticos, que tiñe a la opinión pública encuestada de tonos sombríos creando una generalizada sensación de que el país camina constantemente al borde del abismo. Por otro lado, una suerte de actitud colectiva de resignación; esto es, de conformidad, tolerancia y paciencia ante las adversidades. Si aquel es tendencialmente desintegrador, de malestares y rechazos, este otro, en cambio, es de adecuación, ajustes e integración en los circuitos de la cotidianidad, trátese de la familia, el vecindario, el trabajo, el consumo, la comunicación televisiva o las interacciones de los micromundos personales.
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El gobierno de Boric, en tanto, se encuentra frente a una encrucijada. Necesita terminar de hacer las cuentas del 4-S, día del plebiscito del Rechazo. Este le arrancó el piso programático sobre el cual se sostenía hasta ese momento. Ahora debe optar entre mantenerse en un estado de ambigüedad que lenta pero seguramente terminará por erosionar lo que le resta de apoyo en la sociedad, o dar un giro todavía mayor al del 4-S.
En esa oportunidad, el Presidente ajustó seriamente el rumbo. Según mi propio comentario de entonces: el cambio de marea alteró el rumbo de la navegación, obligó al gobierno a identificar un nuevo puerto de llegada, a repriorizar sus objetivos y a recurrir a unos mapas -más socialdemócratas y nada de octubristas- que ni el capitán del barco ni la tripulación tenían a la mano el día de la partida de esta expedición.
Debió ir más allá, sin embargo. Pero no lo hizo.
Necesitaba no sólo cambiar de equipo, de discurso, de orientación y de estilo sino dotar a su gobierno de un nuevo planteamiento programático que diera cuenta del cambio de marea.
Ahora, al iniciarse el segundo año de su gobierno, tiene la posibilidad de hacerlo.
La primera señal será la profundidad y el significado propiamente político del cambio de gabinete. Si resulta un mero ajuste, mover piezas sobre el tablero, satisfacer demandas de sus partidos sin redefinir el curso, los contenidos y las metas del gobierno, lo que viene por delante será más de lo mismo. O sea, un gobierno sin norte claro, con varias almas instaladas en la conducción pugnando por imponer cada una su propio camino de salvación, tironeado en varias direcciones a la vez, mezcla de ilusiones y de golpes de realidad.
La otra alternativa para salir de esta encrucijada ha sido claramente delineada por la ministra del Interior, seguramente la figura pivote de la conducción política del gobierno. En entrevista a El Mercurio del domingo pasado, presentó con extrema lucidez el nuevo rumbo.
Partiendo del hecho que pronto se cumplirá el primer año del gobierno, se le consultó: “¿Qué es lo que más ha costado? ¿Tiene este gobierno un relato?”
Respondió la ministra: “Lo que más ha costado es lo mismo que les costó a los dos gobiernos que nos antecedieron: adaptar el plan de gobierno a la realidad social cambiante y difícil de descifrar, con coaliciones políticas donde domina una fragmentación persistente”. Habla ahí del gobierno de Bachelet 2, que creó una ilusión de cambio que pronto se desvaneció, y del gobierno de Piñera 2, el que fue desbordado por un estallido social y por la protesta en las calles, arriesgando un desfonde de la gobernabilidad del país.
Son dos metáforas del fracaso causado por una falta de realismo político. Y luego agrega la ministra del Interior: “De alguna manera, este gobierno ha asumido antes que los otros dos las dificultades del camino y la necesidad de ajustar su promesa a la realidad. Llegamos al primer aniversario con esos costos ya pagados y ese aprendizaje dando sus primeros frutos”.
La clave aquí es: “la necesidad de ajustar su promesa [del gobierno] a la realidad”. Es cierto que ese ajuste comenzó luego del remezón geológico causado por el 4-S, aunque solo parcialmente. Con todo, según explica Tohá, de allí “está surgiendo un relato y es necesario hacerlo mucho más nítido. Este gobierno no va a reinventar Chile, pero bajo su gestión van a pasar cosas largamente esperadas y necesarias…”.
En este caso, la frase esencial es la que enuncia: “Este gobierno no va a reinventar Chile”, algo que podría resultar obvio pero que, en el contexto discursivo original del gobierno de Boric y de su alianza principal, Apruebo Dignidad, era la consigna máxima concebida como una utopía posible. La revuelta del 18-O fue la expresión culminante de ese sueño que después se transformó en pesadilla. Y el proceso de la Convención Constitucional fue su prolongación bajo la forma de una tragicomedia.
Al contrario, la ministra Tohá enuncia ahora un conjunto ambicioso, pero razonable de orientaciones y metas para articular un relato puesto al día: “Tendremos un nuevo pacto fiscal y un nuevo sistema provisional, dejaremos una institucionalidad actualizada y robusta para enfrentar los desafíos de la seguridad, afirmaremos el proceso de descentralización, avanzaremos en reformas de salud que den mayor protección a todos los grupos, iniciaremos una nueva etapa de nuestro modelo de desarrollo transformándonos en un referente de la economía verde del litio y el hidrógeno verde, y tendremos al final del período una Constitución legitimada en democracia. No es poco y es totalmente posible”, concluye la Ministra coordinadora política del gobierno.
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La visión y la propuesta perfiladas por Tohá al momento en que se espera un cambio de gabinete en los próximos días, es un gesto político-comunicacional de gran importancia. E ilumina la potencialidad que encierra el cambio de gabinete.
Para remachar la idea central de su mensaje, frente a la siguiente pregunta del entrevistador, “¿Y en este segundo año qué ajustes haría?”, la ministra responde: “No hablaría de ajustes. Pero es el momento de actualizar la promesa de este gobierno ante el pueblo de Chile, y actualizar la alianza de gobierno que lo respalda. Se eligen los gobiernos con una idea y a poco andar el país empieza a plantear otras cosas. Y los gobiernos deben incorporar ese clima en su plan”.
Entonces: actualización de la promesa, del plan, del equipo, de la alianza y, en su conjunto, del relato que podría servir como inspiración para elegir en la encrucijada.
Es un operación de gran envergadura, alta complejidad y, sin embargo, de extremo realismo en cuanto a su necesidad. ¿Y es posible?
De hecho, se halla en movimiento. La propia entrevista de la ministra Tohá dio voz y marcó la dirección del giro. Su formalización requiere ahora la decisión presidencial.
Habrá que ver si Boric va por ajustes, es decir, más de lo mismo, o por la encrucijada y confirma la opción anticipada por su ministra del Interior. De hacerlo, su gobierno tendría una segunda oportunidad.
Mas no hay que engañarse. Las dificultades y los obstáculos que hay por delante son de gran calado, como sugiere el adverso entorno en que se desenvuelve la sociedad: las difíciles condiciones socioeconómicas del año que se inicia, los problemas malignos que el Estado debe enfrentar -algunos, como aquellos mencionados más arriba, violencia en el sur e inmigración descontrolada en el norte, situados en el ámbito de responsabilidad de la ministra del Interior- y las tensiones ideológicas, generacionales y culturales al interior del gobierno y, probablemente también, del propio Presidente Boric.
Comienza pues un nuevo año del que pronto sabremos en qué dirección se encaminará.
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