Un serio problema que enfrenta la discusión académica—y, más en general, político-intelectual—del neoliberalismo es la ausencia de un acuerdo sobre la noción misma.
¿De qué hablamos?
Dependerá de la disciplina o el campo de estudios donde nos situemos, según algunos. Y tienen razón. Una rápida revisión de los artículos que en su título llevan el término ‘neoliberalismo’ publicados en medios académicos durante la última década (2013-2022) arroja en Google Scholar (26 de noviembre de 2022) un total de 10.900 documentos. Allí se hallan presentes enfoques propios de la economía, historia de las ideas, antropología, sociología, filosofía, ciencia política, teoría crítica, análisis cultural, teoría decolonial, feminismo, queer theory, ciencias de la educación, psicología social y un interminable caleidoscopio de otras perspectivas más y más especializadas, cada una con sus propias definiciones del término en cuestión.
Algo similar ocurre con los autores canónicamente citados en conexión con este tópico: Mises, von Hayek, Friedman, Becker, Harvey, Slobodian, Foucault, Brown, Blythe, Stedman Jones, Byung-Chul Han, Wacquant, Peck, Crouch y, el más reciente, Gary Gerstle con su libro The Rise and Fall of the Neoliberal Order (2022). Este último proporciona allí una contundente definición de neoliberalismo: “a creed that calls explicitly for unleashing capitalism’s power”. Para mayor abudamiento sobre la variedad de significados que en la literatura adquiere el neoliberalismo conviene recordar la portada de una de las clásicas obras citadas hace un momento, la de David Harvey, A brief history of neoliberalism (2007). En su portada aparecen, lado a lado, cuatro rostros del neoliberalismo: Reagan, Den Xiaoping, Pinochet y Thatcher, de suyo una señal de la enorme latitud geopolítica con que se usa nuestro concepto. Quizá lo único común a estos enfoques, autores y rostros es que todos refieren a un fenómeno propio del último medio siglo.
Neoliberalismo es por tanto un término de esos que suelen llamarse esencialmente controvertidos, igual como democracia, modernidad, arte, liberalismo, socialismo, inteligencia y tantos otros, especialmente en la órbita de las ciencias sociales y humanidades que, por su propia naturaleza, son disciplinas interiormente pluralistas, no paradigmáticas, de escuelas, tribus y enfoques en constante lucha por imponer sus propios términos y lecturas de la realidad. En el caso particular que nos ocupa, ¿de dónde proviene la dificultad, más allá de los diversos enfoques y autores, para arribar a una definición consensuada del término ‘neoliberal’? Básicamente, del hecho que en distintos lugares e idiomas se aplica este concepto para describir una gran variedad de órdenes, dispositivos, mecanismos y procedimientos: sistemas, políticas, instrumentos, ideologías, regímenes de economía política, visión de mundo y ahora también, crecientemente, procesos de subjetivación que llevan al nuevo homo economicus de Foucault; no el hombre del intercambio, no el hombre consumidor, no el hombre de las mercancías sino el hombre de empresa, producción y competencia (Foucault, 2016:182).
En un plano más teórico que práctico, el neoliberalismo se entiende y utiliza ya bien como una regulación económica de lo social a través de la mercadización, un intento de ‘economización de la sociedad’ como veremos más adelante, o bien, desde un ángulo distinto, el de la gubernamentalidad foucaultiana, como el surgimiento de sujetos—mediados por su participación en los mercados—que se convierten en empresarios de sí mismos y transforman a la sociedad en una empresa capitalista altamente racionalizada, a la Weber (2012).
Al situarnos en este punto de vista nos apartamos, por lo pronto, de la noción programática del neoliberalismo como un ‘paquete de políticas y medidas’ que, si bien interesante, reduce la cuestión doblemente. Por un lado, al solo ámbito de las políticas (paradigma o modelo + policies y su implementación) y, por el otro, al ámbito sectorial de la economía, como ocurre, por ejemplo, cuando se analiza el programa de modernizaciones impulsado en Chile por los Chicago boys desde el inicio de los años 1980 bajo la dictadura de Pinochet.
Por el contrario, al situarnos en este plano más abstracto y general, las preguntas son de otro orden y, si se quiere, de larga duración. Aquí abordaremos tentativamente dos: (i) ¿Es el neoliberalismo un sustituto funcional del espíritu protestante pare el capitalismo tardío y cómo operaría? (ii) ¿Qué transformaciones culturales trae consigo la economización de la sociedad y el gobierno emprendedor / empresarial de sí mismo? Claro está, en el limitado espacio de este ensayo no cabe esperar respuestas exhaustivas. Pero, a lo menos, podemos hacer algunos señalamientos que sirvan para explorar estos aspectos del neoliberalismo desde la perspectiva de la sociología weberiana.
¿Sustituto funcional?
Efectivamente, Max Weber ya había anticipado una respuesta a la primera cuestión, al precisar que la tesis de un fundamento ético-religioso, una ascética intramundana, había sido un factor importante en el origen preindustrial del capitalismo. Por el contrario, sostiene, “el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos [e incluso] la idea del ‘deber profesional’ ronda por nuestra vida como un fantasma de ideas religiosas ya pasadas” (Weber, 2012:pos 5470). Podría ser entonces que el neoliberalismo entendido como orientación práctica de vida (perspectiva que mezcla a Weber con Foucault) sirva precisamente como sostén mecánico de la acción productiva, en todos los planos de la vida. No como creencia, idea, ideología o motivación sino directamente como el conjunto de dispositivos micro-organizacionales que impulsan a los sujetos a actuar como aquel nuevo homo economicus.
Escribe Foucault por ahí que el gobierno debe “intervenir sobre esa sociedad para que los mecanismos competitivos, a cada instante y en cada punto del espesor social, puedan cumplir el papel de los reguladores” (Foucault, 2016:179). “Estos mecanismos deben tener la mayor superficie y espesor posibles y también abarcar el mayor volumen posible en la sociedad” (182); lo que con ellos “se procura obtener no es una sociedad sometida al efecto mercancía, sino una sociedad sometida a la dinámica competitiva. No una sociedad de supermercado: una sociedad de empresa” (182).
Estamos de vuelta entonces al principio neoliberal: cada persona está constreñida a actuar como un agente emprendedor; a convertirse en sujeto de una mecánica que lo transforma en un homo economicus de nuevo tipo. Este “aparece justamente como un elemento manejable, que va a responder en forma sistemática a las modificaciones sistemáticas que se introduzcan artificialmente en el medio. El homo economicus es un hombre eminentemente gobernable. De interlocutor intangible del laissez-faire, el homo economicus pasa a mostrarse ahora como el correlato de una gubernamentalidad que va a actuar sobre el medio y modificar sistemáticamente sus variables” (Foucault, 2016:310). En otra parte he tematizado este mismo principio pero aplicado a la profesión académica y el modo cómo ella se desenvuelve en el contexto artificialmente creado por las políticas, la legislación y las reglas de un Estado evaluativo y acelerador de la competencia (Brunner, 2022).
¿Economizacion de las esferas de valor?
También la segunda cuestión puede plantease dentro de un marco weberiano; en este caso el de las esferas de valor—la política, la economía, el derecho, la ciencia, el arte, lo erótico y otras—que son constitutivas de las sociedades modernas (Weber, 1998). Concebidas a la manera de tipos ideales diferenciados, cada una de estas esferas, campos o ámbitos (i) determina las acciones que allí ocurren conforme a sus leyes internas o lógica inmanente; (ii) refiere a los valores intrínsecos de cada esfera, y (iii) supone una normatividad o legalidad (sociológica) propia.
Pues bien, el diagnóstico de la época moderno-capitalista planteado por Weber es que la dinámica central de la esfera económica—el cálculo racional, la productividad, la competencia y, en última instancia, los mercados—desborda la esfera diferenciada que le da origen y amenaza con entrometerse en todas los demás ámbitos y organizaciones de la sociedad, desde las iglesias hasta las universidades, desde el arte a la industria de la salud, desde lo doméstico a lo público. O sea, da lugar al proceso que más contemporáneamente se denomina la ‘economización’ de la sociedad, de los sujetos y de la vida en general (Çalışkan y Callon, 2009, 2010), proceso que trastoca las relaciones entre las diversas esferas de valor y genera comportamientos de tipo mercado al interior de cada una de ellas. Dicho en términos de Habermas, estas son ‘colonizadas’ por los mercados, penetrando el ‘mundo de vida’ comunicativamente estructurado al costo de perturbar e interrumpir la racionalidad práctico-moral y práctico-estética que asegura la reproducción simbólica de aquel mundo (Habermas, 2010:821).
Este complejo fenómeno resultado de la racionalización instrumental de las esferas de valor, y la transmutación (potencial) de todos los valores en precios, son parte esencial del capitalismo tardío en su despliegue global. La incesante expansión de los mercados, por un lado, y su regulación burocrática cada vez más sofisticada, por el otro, crean una ‘comunidad de mercado’ universal. Por ello, justamente, según comenta W. Schluchter, “Weber diferenció claramente entre la época heroica del capitalismo temprano y el capitalismo victorioso firmemente asentado en su silla de galope. Este ya no necesita los apoyos internos que una vez lo ayudaron a obtener la victoria. El capitalismo ‘devastador’, como dijo Polanyi, funciona bajo sus propias reglas, ajenas a la fraternidad” (Schluchter, 2017:pos 3018).
Todo lo humano o social—comportamientos, valores, instituciones, normas, ideas y objetos apropiables, en general—se convierte en ‘económico’, utilitario, calculable, reducible a una transacción. Por repugnante que pueda resultar, cualquier bien o actividad puede ser puesta en ‘situación de mercado’, según la definición de Weber; él mismo habla de una ‘universalidad de la mercabilidad’ (Weber, 2014:209-210). Más aún, su poder expansivo-invasivo le viene al mercado del hecho precisamente de ser “específicamente objetivo, orientado exclusivamente por el interés en los bienes de cambio”, según señala nuestro autor en otra parte. ¿Qué significa esto? Que “cuando el mercado se abandona a su propia legalidad, no repara más que en la cosa, no en la persona, no conoce ninguna obligación de fraternidad ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas originarias portadas por las comunidades de carácter personal” (695).
Puede pues penetrar cualquiera ámbito de las relaciones humanas, en cualquier esfera de valor. Y si bien “todas ellas son obstáculos para el libre desarrollo de la nuda relación comunitaria de mercado y sus intereses específicos, en cambio, éstos son las tentaciones específicas para todas ellas” (695-696). De allí se sigue que el neoliberalismo es, entre otras cosas y sin perjuicio de sus varias definiciones, una poderosa doctrina en favor de la universalización de los mercados, de su diseño, armado social e implementación socio-técnica y cultural. A fin de cuentas, “un mercado es un arreglo de elementos constitutivos heterogéneos que comprenden: reglas y convenciones; dispositivos técnicos; sistemas metrológicos [de pesos y medidas, muy importante]; infraestructuras logísticas; textos, discursos y narrativas (v.gr., sobre los pro y contra de la competencia); conocimiento técnico y científico (incluyendo métodos de las ciencias sociales), así como también competencias y destrezas incorporadas en seres vivientes [capital humano]”(Çalışkan y Callon, 2010:3).
En suma, en lo tocante a esta cuestión cabe decir que el neoliberalismo aparece (y empieza a desaparecer, según anuncian algunos) como la utopía de una sociedad íntegramente de mercado.
¿Utopía del mercado?
Una sociedad, por tanto, regida por la mano invisible de la competencia y los intercambios, mera asociación de individuos (no hay ‘sociedad’ propiamente, según declaró famosamente Thatcher en una ocasión), desplegada sin fronteras, ordenada toda ella hacia la producción y la productividad, regida por las prácticas de la efectividad y la eficiencia, racionalidad de fines y medios, bajo el cuidado de un Estado mínimo.
Así, por lo demás, define escuetamente la Real Academia de la Lengua (RAE) al neoliberalismo, claro que pasando por alto la presencia invisible del mercado: “Teoría política y económica que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado”. O bien la Enciclopedia Británica, más equilibrada en este punto: “ideología y modelo de políticas que enfatiza el valor de la competencia de libre mercado”.
Enseguida, moviéndose en dirección de la utopía, el neoliberalismo, según Harvey, “en la medida que valora el intercambio de mercado como una ética por sí misma, capaz de actuar como una guía de cualquier acción humana, y en reemplazo de las creencias éticas previas, enfatiza la relevancia de las relaciones contractuales en el mercado. Postula que el bien social se verá beneficiado al maximizar el alcance y la frecuencia de las transacciones de mercado, y busca atraer toda acción humana al dominio del mercado” (Harvey, 2007:3).
La ideología neoliberal descansa así sobre la creencia de que los mercados abiertos, competitivos y desregulados, liberados de la interferencia estatal y de la acción de colectivos sociales, representa el mecanismo óptimo de desarrollo económicosocial, según señalan Theodore, Peck y Brenner. Sin embargo, acusan más adelante, ella “se basa en una visión fuertemente utópica del dominio del mercado, enraizada en una concepción idealizada del individualismo competitivo y una profunda antipatía hacia las fuentes de la solidaridad social” (Theodore et al, 2011:15-16). Sería pues una utopía con pies de barro.
Por cierto, hay múltiples críticas a esta utopía neoliberal (Vergara, 2005), pero ninguna resume más escuetamente la naturaleza de esta utopía, a mi juicio, que la crítica del sociólogo P. Bourdieu (1998), según la cual aquella equivale a “un programa de destrucción sistemática de los colectivos […] en marcha hacia la utopía liberal de un mercado puro y perfecto”. Entre estas estructuras se encontrarían la nación, los colectivos de trabajo y de defensa de los trabajadores, las asociaciones y cooperativas y la familia misma “que pierde una parte de su control sobre el consumo a través de la constitución de mercados por rangos de edad”. En breve, concluye: “se ve entonces cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad de una suerte de maquinaria infernal, cuya necesidad se impone a los mismos dominadores”.
* Este comentario fue preparado en el marco del Proyecto Fondecyt Nº 1221758 – Calidad e impacto académico de las Facultades de Ciencias Sociales y Humanidades: Tensiones organizacionales en el contexto evaluativo del capitalismo académico.
Referencias:
Bourdieu, P. (1998). L’essence du néolibéralisme. Le Monde Diplomatique, mars. Disponible en: http://www.ssents.uvsq.fr/IMG/pdf/l_essence_du_ne_olibe_ralisme_par_pierre_bourdieu_le_monde_diplomatique_mars_1998_.pdf
Brunner, J.J. (2022). Las regulaciones del trabajo universitario y el espíritu del capitalismo académico. Próximo a aparecer en una publicación de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.
Çalışkan, K., and Callon, M. (2010). Economization, part 2: a research programme for the study of markets. Economy and society, 39(1), 1-32.
Çalışkan, K., & Callon, M. (2009). Economization, part 1: shifting attention from the economy towards processes of economization. Economy and society, 38(3), 369-398.
Foucault, M. (2007). Nacimiento de la Biopolítica. Curso al Collège de France (1978- 1979). Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
Habermas J. (1987). Theory of communicative action, Volume two: Lifeworld and system: A critique of functionalist reason. Beacon Press. Boston.
Harvey, D. (2007). A Brief History of Neoliberalism. Oxford University Press, Oxford and New York.
Schluchter, W. (2017). El desencantamiento del mundo. Seis estudios sobre Max Weber. Revisión técnica de la traducción: Francisco Gil Villegas. Fondo de Cultura Económica, México.
Theodore, N., Peck, J. y Brenner, N. (2011). Neoliberal urbanism: cities and the rule of markets. En G. Bridge y S. Watson (eds.), The New Companion to the City. Blackwell-Wiley, Oxford, 15-25.
Vergara Estévez, J. (2005). La utopía neoliberal y sus críticos. Utopía y Praxis Latinoamericana [online], vol.10, n.31, 37-62.
Weber, M. (2014 [1922]). Economía y sociedad. Nueva edición, revisada, comentada y anotada por Francisco Gil Villegas M. Primera edición electrónica, Fondo de Cultura Económica, México, D.F.
Weber, M. (2012 [1904-1905, 1920]). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Introducción y edición crítica de Francisco Gil Villegas M. Primera edición electrónica. Fondo de Cultura Económica, México D.F.
Weber, M.(1998 [1920]). Excurso. Teoría de los estados y direcciones de, rechazo religioso del mundo. En, M. Weber, Ensayos sobre Sociología de la Religión. Vol.I, 527-562.Taurus, Madrid.
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