Un acuerdo razonable: ni más ni menos
Diciembre 14, 2022

Finalmente fructificó, a través de un acuerdo posible y razonable, el espíritu del noviembrismo que, desde el 15-N de 2019, ha ido abriéndose paso frente a los retos del octubrismo.

El último, se recordará, es el imaginario de la revuelta. La idea de que una sociedad puede por un momento liberarse de todas las ataduras -sus estructuras y raíces históricas, su densa red de aspiraciones y memorias, sus instituciones y grupos claves, sus símbolos nacionales y normalidades cotidianas, sus inhibiciones y represiones- y recrearse a sí misma por medio de la palabra, la exaltación y la violencia en la medida de posible.

Vivimos un momento así en torno al estallido social. El octubrismo se apoderó por un momento de las calles y plazas y planteó un reto a la sociedad y sus formas. Postuló una deconstrucción de sus andamiajes -desde el lenguaje hasta el Estado, desde la policía hasta la propiedad, desde los monumentos hasta las expectativas- y una destitución de los poderes instituidos para dar paso a una «democracia» in actum, horizontal, de cabildos y asambleas, sin jerarquías ni reglas prefijadas, soberana en su movimiento.

Fue aquel, dicho en pocas palabras, una verdadera explosión de imaginarios que cubrió los muros de la ciudad, levantó fuerzas subterráneas de violencia anárquica, mostró que la delgada capa «civilizacional» puede rasgarse fácilmente, alimentó el desorden contra toda jerarquía y llamó a terminar con la gobernabilidad establecida para dar curso a un proceso constituyente desde cero, con hoja en blanco, del pueblo en su pureza, sin marcos de referencia ni ligaduras con el pasado y su letra muerta.

Si el Estado de derecho y la administración gubernamental no cayeron en esos días envueltos en el desgobierno se debió, ante todo, a la reacción de la esfera política de la sociedad que, congregada en casi todo su espectro ideológico -salvo las expresiones del espíritu octubrista (FA parcialmente, PC ordenadamente)- produjo un acuerdo por la paz y una nueva Constitución.

Eso fue el 15-N; el nacimiento del noviembrismo, esa suerte de corriente que en los momentos de más profunda crisis de las sociedades, moviliza su voluntad de orden y la pasión por las formas e instituciones y reglas de la democracia.

Desde entonces hemos vivido un largo e intenso ciclo -que aún no termina- durante el cual el espíritu del noviembrismo ha debido abrirse paso frente a las resistencias del octubrismo y a las dificultades de un complejo proceso constituyente y reconstituyente en que la sociedad chilena se encuentra embarcado.

El «plebiscito de entrada» del 25 de octubre de 2020, que ratificó por amplia mayoría la voluntad de la sociedad de darse una nueva Constitución, luego se frustró bajo las réplicas del espíritu octubrista. Éstas, las «listas del pueblo», los “escaños reservados’ y una momentánea hegemonía del PC sobre el FA, dominaron las discusiones de la Convención Constitucional, dando por resultado un texto refundacional, maximalista, ilusorio y teñido de grandilocuencia. Este, a su vez, y su proceso de gestación, provocaron una masiva reacción noviembrista, manifestada en un amplísimo rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre pasado.

Por segunda vez en el último trienio, la esfera política de la sociedad, representada por el arco de partidos con representación parlamentaria, salvo dos conglomerados -republicanos de derecha extrema y Partido de la Gente, de talante populista- logra un acuerdo que hace posible retomar el proceso constituyente sobre bases muy distintas a las del anterior intento fallido.

Por lo pronto, hay ahora el aprendizaje acumulado durante ese primer intento con su cúmulo de errores de enfoque, organización, procedimiento y sustancia. Sobre todo, ha desaparecido la inspiración octubrista con su radical irrealismo y creencia en el poder ilimitado de las palabras.

Enseguida, el actual acuerdo, en virtud del resultado del 4-S, fue elaborado en un ambiente de mayor simetría de poderes negociadores entre los actores involucrados, sin vetos ni exclusiones.

Tercero, esta simetría hizo posible acordar no solo procedimientos sino también «bordes», o sea, límites sustantivos que de antemano trazan el andamiaje conceptual-normativo del nuevo texto. Andamiaje que refleja un compromiso con los principios de una democracia liberal, un Estado social y un economía basada en el dinamismo público-privado.

Cuarto, adicionalmente, el órgano encargado de elaborar la Constitución estará compuesto por constituyentes elegidos y por un cuerpo de expertos designados, buscándose así un balance entre anhelos, ideologías, intereses, experiencias y conocimientos disímiles.

Se deja atrás así una de las derivadas del octubrismo, consistente en una radical desconfianza frente al conocimiento experto y sus pretensiones universalistas para instaurar un anacrónico romanticismo donde priman los particularismos identitarios de etnia, género, intragrupo, culturas comunitarias y valores locales.

Quinto, este nuevo ciclo constitucional que se inaugura con el acuerdo del 12 de diciembre, cuenta con el apoyo del actual gobierno y sus dos coaliciones y de la oposición con sus varias expresiones, pudiendo estimarse, por lo mismo, que tendrá un suficiente apoyo en el Congreso, entre la mayoría de los partidos y sus corrientes y liderazgos internos, y en las varias agrupaciones político-sociales que han surgido durante estos últimos tres años.

Interesantemente, son los partidos con mayor tradición -tanto del lado del oficialismo como de la oposición- los que han encabezado este segundo momento del noviembrismo.

Por último, sexto, todo esto muestra que la rotación dentro de la élite política sigue su curso, pero ahora con una mayor integración de la diversidad de fuerzas existentes.

El FA no representa la única opción renovadora de esa élite ni puede ya mantener el discurso de pueblo contra élite, al estar cada vez más identificado con su misión gobernante y con la reelaboración  de su papel en la continuidad de los últimos 30 años.

Fuerzas tradicionales como la UDI y RN por un lado, y el Socialismo Democrático por el otro, han jugado un papel importante en el acuerdo y muestran signos de renovación en este proceso de circulación de la élite política.

Evópoli, Convergencia Social y RD mantienen su potencial renovador y aparecen como elementos coyunturalmente atractivos en este proceso de recambio dentro de la esfera política.

La DC sigue una deriva de descomposición que próximamente ha de verse si se acelerará o no hasta culminar en su definitivo desaparecimiento.

El PC aparece damnificado en este ciclo, pues ha debido transitar desde el entusiasmo octubrista a una moderación noviembrista impuesta por las circunstancias, sin que ese cambio haya sido incorporado a un relato ni muestre tras de sí un frente discursivo cohesionado; al contrario hay fisuras y una contiende entre estos dos espíritus en el seno del propio PC.

El centro del espectro político-ideológico dentro de esta esfera es invocado por una serie de grupos y personalidades -antiguos y nuevos- pero sin mostrar, hasta aquí, capacidad de ir más allá de la esfera política para echar raíces en el centro de la sociedad, como pudo ser la clase media de antaño.

Solo el Partido de la Gente, con su liderazgo excéntrico y su labilidad ideológica, aparece expresar a algunos nuevos grupos popular-mesocráticos, pero se mantiene al margen del acuerdo del 12-D a la espera de ver cómo evoluciona y dónde y cuándo se presentan las mejores oportunidades para invertir sus fichas políticas.

De hecho, la renovación en curso de la élite política sigue siendo más bien etaria, generacional, pero no va acompañada de una renovación ideológica -de discursos y diagnósticos, de políticas públicas y objetivos-país -igualmente pronunciada y sintonizada con los desafíos económicos y culturales del país.

*José Joaquín Brunner es académico UDP y ex ministro.

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