Escepticismo constitucional
La pregunta pertinente no es cuál resultado óptimo podemos esperar, sino, más bien, qué hacer para evitar un mal mayor.
Es cierto que no cabía ni podía esperarse algo distinto de lo que estamos padeciendo. Nunca la CC prometió llevarnos a un gran salón de conversaciones iluminado por la razón ilustrada. Al revés de Clausewitz, sabemos con Foucault que “la política es la guerra continuada por otros medios” y que “el derecho es una cierta manera de continuar la guerra”. Nuestra CC nació para encauzar institucionalmente un enfrentamiento violento, un desborde del orden estatal, una situación hobbesiana que se había tomado las calles y los muros de la ciudad. ¿Podía luego convertirse en la casa de todos y reconducir las fuerzas desatadas hacia una convergencia de ideales compartidos? ¡Quién podía abrigar esa ilusión!
El enfrentamiento cotidiano, agonal, dramático que presenciamos cada día en la CC, genera inevitablemente ese ruido que nos rodea, confunde, frustra y exacerba, provocando enfado, contraposiciones e irritación. Unos ven en la CC un imbunche (ser maléfico, deforme y contrahecho) y acusan actuaciones delirantes, impugnando cerradamente todo lo que de allí emerge. Otros aplauden con entusiasmo cualquier norma aprobada por la CC, sin reparar en lo confuso, infundado, deficiente o riesgoso que muchas de ellas resultan.
Percibo a un lado y el otro de esta confrontación una precipitación cada vez más vertiginosa; el deseo de dar definitivamente por bueno o malo un texto que recién despunta, antes siquiera de pensar en sus consecuencias o de intentar corregir sus defectos.
A esta altura —conocidos el origen, composición y dinámicas internas de la CC—, la pregunta pertinente no es cuál resultado óptimo podemos esperar, sino, más bien, qué hacer para evitar un mal mayor. La CC nació, no puede olvidarse, para superar una amenaza letal: la de una guerra de todos contra todos que arriesgaba anarquizar la sociedad.
Es imperativo que siga sosteniendo ese efecto y nos dote de una institucionalidad que, sabiendo no será óptima, al menos evite el mal mayor, cual es retornar a la guerra de fuerzas desatadas. Como enseña la doctrina, el mal menor tiene razón de bien por comparación al mal mayor. Es una moralidad, dice Michael Ignatieff, diseñada para escépticos.
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