Gabriel Boric, presidente electo de Chile: “No espero que las élites estén de acuerdo conmigo, pero sí que dejen de tenernos miedo”
- Andrea Vial Herrera
- Santiago de Chile, especial para BBC Mundo
Reconoce que él nunca pensó que estaría en este momento.
A punto de cumplir 36 años, edad que lo habilita para sentarse en el Palacio de La Moneda a partir del 11 de marzo, Gabriel Boric Font fuma un cigarrillo tras otro a pocas horas de dar a conocer su gabinete.
En su departamento ubicado en el centro de la capital chilena, el nuevo presidente sabía que daría un golpe a la cátedra.
El equipo que lo va a acompañar para el gobierno que promete transformaciones sociales profundas es probablemente el más diverso que se ha visto en el país: más mujeres que hombres, la mitad formados en la educación pública, miembros de partidos que salen de su coalición política; son un símbolo de un Chile que se aleja de las élites sociales que han gobernado el país desde la vuelta a la democracia.
“En un momento en que el mundo cambia vertiginosamente Chile también tiene que cambiar y adaptarse. Representamos la fuerza de una época“, le dice contundente a BBC Mundo en la primera entrevista que concede a un medio extranjero tras ganar las elecciones.
Fueron casi dos horas de conversación en las que no solo habló de un “nuevo orden” para Chile, sino también de su relación con la izquierda latinoamericana, sus referentes políticos a nivel mundial o la violencia que se vio durante el estallido social.
Acá lo resumimos.
¿Qué piensa que representa usted y que finalmente le permite llegar a La Moneda?
Creo que representamos una energía generacional de transformación que ha aprendido en el camino a valorar la historia que nos constituye. Representamos aire fresco, juventud, novedad, pero con conciencia del encadenamiento histórico de los procesos. Representamos también que el statu quo o el conservadurismo es lo que peor le puede venir a Chile en estos momentos.
En un momento en que el mundo cambia vertiginosamente, Chile también tiene que cambiar y adaptarse. Representamos la fuerza de una época.
Acaba de anunciar un gabinete desequilibrado en cuanto a género, 10 hombres y 14 mujeres…
Qué alegría que se pueda decir eso en estos días. El que hayamos logrado esto es la lucha de miles de mujeres que han empujado las barreras de lo que se entendía posible durante mucho tiempo y ahora con la última ola feminista más aún. Pero no somos los primeros que lo intentamos, la presidenta Bachelet en su primer mandato hizo un esfuerzo por tener un gabinete paritario y las fuerzas del conservadurismo se lo aserrucharon rápidamente.
¿Por qué dice eso?
Porque tuvo que cambiar. El primer gabinete que presentó era paritario y nadie se repite el plato, dijo; y al primer cambio de gabinete tuvo que hacer cambios por presiones que iban más allá de lo que era su genuino deseo. Y hoy día nosotros recogemos esa experiencia también. No quiero presentarnos como pioneros, sino como que estamos recogiendo un legado que va mucho más allá de nosotros.
Y con ministros y ministras que provienen de distintas realidades educacionales… ¿Cuál es la señal que quiere dar?
Que Chile es diverso, y esa diversidad también tiene que expresarse en sus instituciones y en su política. Durante demasiado tiempo la élite chilena era excesivamente endogámica y no lograba ver más allá de sus propias narices y yo siendo parte de una élite creo que tenemos el deber y la responsabilidad de salir de nuestros círculos de confort y pensar un Chile más integral.
Y entre sus ministros tiene un profesor para la cartera de Educación que se formó en la educación pública…
Así es, en San Miguel, en el mismo colegio que Los Prisioneros. Y nos parecía que ese era un gesto importante, además de las competencias profesionales y la vocación de Marco Ávila yo creo que para el sector era un gesto necesario.
Durante demasiado tiempo tuvimos académicos sin aula, ingenieros comerciales dirigiendo la educación en nuestro país y creo que hacía falta un remezón desde el aula que es donde se expresan de manera más clara las desigualdades y los desafíos de la experiencia educativa. Esto no puede ser reforma sin sala, sin los niños y las niñas, no puede ser reforma sin profesores.
Y una mujer de 35 años, la expresidenta del Colegio Médico, Izkia Siches -independiente- en el Ministerio del Interior…
Qué agallas tiene Izkia Siches, pero eso lo ha demostrado con creces durante mucho rato. Es un liderazgo reconocido por la sociedad chilena del rol que jugó en los momentos más difíciles que nos ha tocado con la pandemia.
De opiniones firmes pero a la vez abierta a escuchar y convocar transversalmente para un bien común por sobre los intereses personales; creo que logró darle un sentido de propósito a un colegio médico que durante mucho tiempo solo había defendido intereses de un sector muy reducido y desde ahí le habló a la sociedad y no me cabe ninguna duda que va a cumplir un excelente rol a cargo del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, que es un desafío tremendo, porque es un ministerio que tradicionalmente ha sido ardiente.
Izkia tiene muchas ganas de asumir este desafío también y yo confío plenamente en ella.
¿Qué criterios utilizó para elegir a su equipo?
Los criterios que tuvimos a la vista fueron, por un lado, que tenía que ser un gabinete paritario o más mujeres que hombres; que incorporara diversidad de realidades donde también tuviera presencia la educación publica, tanto a nivel de formación escolar como universitaria; un gabinete que lograra ser una síntesis de generaciones en donde por un lado está nuestra generación que emerge en la vida pública el 2006 y que se ha fogueado a partir de luchas sociales pero también otra que ha administrado el Estado durante mucho tiempo y que tiene experiencias valiosas de las cuales queremos aprender.
Y también un gabinete que represente la amplitud social que logramos convocar en la victoria del 19 de diciembre que es Apruebo Dignidad como su base, pero va más allá de Apruebo Dignidad, con los partidos políticos que nos dieron su apoyo en la segunda vuelta y que tienen representación parlamentaria y también, por cierto, de organizaciones sociales y personas independientes que son las que más se movilizaron y marcaron la diferencia junto con las mujeres.
La señal de elegir al actual presidente del Banco Central para manejar el Ministerio de Hacienda es aplaudida por los empresarios e inversionistas. ¿Cuánto le costó convencer al Partido Comunista (PC) de este nombramiento?
Los nombramientos, de ningún cargo, fueron discutidos en términos de personas con los partidos. Ellos me entregaron plena libertad para designar el gabinete, confinado en el criterio que yo tuviera para conformar nuestro equipo de trabajo. Y en eso agradezco la altura de miras que tuvieron todos los partidos.
¿Fue una decisión colectiva?
Fue una decisión colectiva, yo lo conversé al comienzo del proceso con Apruebo Dignidad, la posibilidad de incorporar a gente independiente y a militantes de partidos políticos que no fueron parte de la coalición y me dieron plena libertad para hacerlo y yo la ejercí como corresponde.
Además, creo que en el caso de Mario Marcel en particular, tiene una trayectoria y una experiencia en el Estado, en la dirección de presupuesto, en el Banco Central y también afuera, en el Banco Mundial, en la OCDE, y esa trayectoria es incuestionable, y que además es una garantía de seriedad para las reformas que tenemos que empujar y que van a ser difíciles y que van a requerir de amplios consensos y que necesitaban, creo yo, esta garantía que una persona como Mario Marcel le puede dar, además de sus firmes convicciones progresistas, como él se define socialdemócrata.
Usted siempre responde en plural, en circunstancias que todas las preguntas se las he hecho a usted, probablemente porque usted toma sus decisiones parlamentando con el resto de su equipo. Me refiero a esa lógica de asamblea que utiliza su conglomerado para tomar las decisiones, que puede que sea muy democrática, pero ¿le parece eficiente a la hora de tomar decisiones?
Hay harto mito en esto de las asambleas. Toda organización requiere de algún tipo de orden. Y el desafío que nosotros tenemos como gobierno es generar un nuevo orden.
Yo diría que el problema de Chile hoy día es que ese orden no existe. El contrato social ha sido roto. Y desde mi punto de vista por las élites. Y, por lo tanto, para poder recuperar el orden, se requieren nuevas formas y no repetir lo mismo del pasado.
El desafío que nosotros tenemos como gobierno es generar un nuevo orden. El contrato social ha sido roto. Y desde mi punto de vista por las elites”
¿En qué sentido dice que se ha roto el contrato social?
Cuando vemos que, durante la pandemia, por ejemplo, las principales riquezas de Chile aumentaron de manera sustantiva su capital, mientras que la pobreza y la extrema pobreza por primera vez en décadas crecieron.
Cuando vemos el nivel de precariedad y de vulnerabilidad que tiene la clase media mientras para las personas más ricas de este país el lugar donde se nace sigue determinando de manera muy sustantiva o predictiva el lugar donde se morirá. Y por tanto la promesa de igualdad, más allá de que haya habido sin lugar a dudas un mayor acceso a bienes básicos, ampliación de matrícula, disminución de la pobreza; creo que la promesa de igualdad y de inclusión no ha sido cumplida, y por lo tanto, ese pacto social está roto y necesitamos construir uno nuevo.
¿Puede definir ese “nuevo orden”?
A lo que nosotros aspiramos es a poder construir una sociedad colaborativa, en donde parte de sus integrantes no queden abandonados ni discriminados por las condiciones de vida que les haya tocado vivir, y en donde además el Estado sea capaz de garantizar derechos sociales de manera universal sin importar el lugar donde se nace, la etnia de la que se proviene o el color de la piel. Y eso requiere reformas estructurales.
Sabemos que estas cosas no se logran de la noche a la mañana, sabemos que seguramente nuestro gobierno va a construir sobre lo que se ha construido en Chile en los últimos 30 años, pero además vamos a tener un giro de timón respecto a la lógica neoliberal del sálvese quien pueda en la sociedad, que es algo con lo que tenemos que terminar.
No podemos pasar del “no lo vimos venir” al “aquí no ha pasado nada”. En Chile sigue existiendo un profundo malestar que no ha sido resuelto en términos sociales todavía. Hay mucha precariedad.
¿Usted es un hombre de dudas o de certezas?
Yo soy un hombre más de dudas que de certezas. Es importante acompañar a las convicciones que tengo de la posibilidad de dudar sobre ellas, para ir mejorando. Las personas que son demasiado seguras de sí mismas me provocan más bien lejanía y distancia.
No serán pocas las veces en que tendrá que tomar decisiones duras y en soledad, ¿qué tanto le estresan esas circunstancias?
Es súper difícil, no va a ser la primera vez, uno tiene que tener muy claras sus convicciones y principios y actuar siempre en coherencia con ellos y a veces eso implica ir en contra de lo que puede ser más popular en un momento o de lo que te digan tus más cercanos y ahí hay algo que es imposible de medir que es la intuición en política, cuando uno tiene convicciones firmes no anda zigzagueando por la vida y eso te permite tener una trayectoria que sea predecible en ese sentido.
¿Cuáles son las habilidades y competencias que debe tener hoy un presidente?
Yo me he ido formando la convicción de que un buen presidente no es el que está más ocupado, no es el que tiene más papeles a su alrededor. Un buen presidente es el que tiene la capacidad de escuchar, de abrirse a nuevas ideas aunque no provengan de su círculo más intimo, un presidente que tenga la capacidad de reflexionar y de convocar.
Siempre he dicho que la radicalidad de nuestra propuesta no está dada por cuán fuerte uno las diga, por cuántas esdrújulas ocupe en sus intervenciones, sino en la capacidad de convocatoria y por el sentido que le hagan a la gente.
Uno es primero clase dominante antes que clase dirigente. Primero uno hace cambios culturales antes de tener la oportunidad de dirigirlos. Y yo creo que nuestra generación ha sido justamente eso.
Usted ha practicado una nueva forma de relación con las personas, muy horizontal, cercano, cariñoso, la gente le cuenta sus problemas, usted los escucha y anota, ¿no teme generar expectativas imposibles de cumplir?
Es una preocupación, pero yo también siempre le digo a la gente en esas conversaciones que yo no voy a poder cumplir todo. Y hay una sabiduría popular que es mayor de la que se presume en las élites.
La gente sabe que esto va a ser difícil, sabe que los cambios no van a venir de la noche a la mañana, pero quiere que lo intentemos, que seamos honestos en intentarlo. Y una de las cosas que me importa es ir contándoles cuáles son los obstáculos que vamos enfrentando y por qué hay ciertas cosas que hacemos y otras que no podemos hacer.
Y también ir involucrándolos en el proceso de gobierno, que se sientan parte, y ahí vamos a ir en conjunto, moldeando las expectativas en función de la realidad. La realidad es más porfiada que cualquier ideología.
¿Y cuáles son sus expectativas?
Mi expectativa es que al final de nuestro mandato tengamos un Chile que se encuentre, donde colaboremos más que compitamos; un Chile que se escuche, y por sobre todo un Chile más justo en el sentido de que las tremendas desigualdades que hoy marcan a fuego el lugar de origen y el lugar de muerte vayan diluyéndose en función de la trayectoria vital y las posibilidades que tenga cada persona. Y que esas posibilidades sean cada vez más igualitarias.
No es fácil echarse al hombro este país… ¿qué está dispuesto a perder?
Es buena esa pregunta porque en política siempre te preguntan qué es lo que quieres hacer pero no a lo que estás dispuesto a renunciar. Y a mí lo que me importa es mejorar las condiciones de vida de manera sustentable y sostenible en el tiempo de quienes habitan nuestra patria y por lo tanto en eso uno tiene que tener lindes más que fronteras rígidas.
Yo estoy dispuesto a conversar mucho y me importa más llegar a puerto que solamente seguir el camino que me he trazado en un comienzo. Nosotros tenemos una hoja de ruta, pero si nos encontramos con que hay un precipicio en el camino, vamos a buscar la forma de vadearlo, aunque eso haga que el camino sea un poco más largo.
Ha dicho en muchas oportunidades que quiere ser un presidente que al terminar su período tenga menos poder que cuando comenzó. ¿A qué se refiere en concreto?
Eso tiene que ver con el lugar de donde vengo. Yo soy magallánico, nacido y criado a orillas del Estrecho y desde que tengo uso de razón vengo escuchando la palabra descentralización sin que haya tenido mayores efectos en la vida cotidiana de las personas. Y en donde las decisiones se terminan tomando por una élite santiaguina, de clase alta, por sobre las realidades que se viven en las comunas, en los barrios. Y ahí la figura presidencial está al tope de eso.
De hecho, la cantidad de expectativas que hay, tienen que ver con la idealización de la figura presidencial que va mucho más allá de mis características. Es algo que ha pasado muchas veces en la historia de Chile. Por lo tanto, espero, y esto va a estar al alero del proceso constituyente, que podamos construir un país en que seamos democráticos, donde una persona no ostente tanto poder y donde el poder también sea más transparente, no solamente en términos de la presidencia de la república sino también de los famosos poderes fácticos que lo ejercen sin mediar ningún tipo de decisión ni deliberación democrática.
En concreto, espero que al final de nuestro mandato tengamos un Chile descentralizado, que en los barrios, en las comunas, en las regiones, puedan decidir su futuro más que desde la Moneda o el barrio alto de Santiago.
¿Prefiere que le digan presidente o Gabriel a secas?
Es un desafío difícil, pero he ido entendiendo que es importante asimilar la institución presidencial. Porque yo hoy estoy sentándome en una institución que ya existe. Y, por lo tanto, sin perder mi esencia, creo que es importante lo que se construye y lo que se lega a posteriori. Y, en ese sentido, pienso que lo que corresponde en este momento es que se me trate como la institución que represento.
Da la sensación que para usted es muy importante demostrar afecto.
Es que en un país que ha estado tan golpeado últimamente y tan divido, es importante que volvamos a querernos. Y para mí la preocupación por la salud mental ha sido clave en mi desarrollo en los últimos años y el entender que como chilenos y chilenas nos falta afecto, nos falta cariño, y si uno puede contribuir un poquito a darlo, y si además es algo que me nace, en buena hora.
Ahora, el escuchar tiene mucho de reparación. Cuando uno escucha a una persona, aunque no pueda solucionarle su problema, va generando un vínculo distinto consciente, insisto, en que probablemente no se van a resolver todos los problemas. Pero uno va teniendo un termómetro diferente. Si uno se rodea solo de la misma gente que es igual a uno, de la misma clase social que uno, o que piensa igual que uno, finalmente terminas en una burbuja que te distorsiona la realidad. Y eso es un problema endémico de la política que tenemos que tratar de cambiar.
No digo que seamos más virtuosos, ni moralmente impolutos, sino que, aprendiendo, y voy a insistir mucho en esta idea, de los errores y aciertos del pasado, debemos cambiar y mejorar.
Hay una frase que cité hace poquito en un discurso y que me gusta mucho, es del compositor Gustav Mahler, que dice “la tradición no consiste en la adoración de las cenizas sino en la preservación del fuego” y eso, de alguna manera, también es un leitmotiv.
También hay muchos que le temen, o más bien que no confían en su discurso convocante… “lobito disfrazado de cordero”, comentan. ¿Qué representa usted que puede generar miedo en parte de la élite?
Parte de la élite está muy ensimismada, sigue siendo muy endogámica. Como han vivido tanto tiempo en una posición de privilegio, cualquier cambio les genera la incertidumbre que la mayoría de los chilenos vive en el día a día. Y eso genera rechazo. Un rechazo un poco atávico.
Espero por un lado que las élites dejen de tenernos miedo. No espero que estén de acuerdo conmigo, pero sí que dejen de tenernos miedo.
Pero esa desconfianza no es una crítica sin sustento porque de alguna forma usted ha pasado de ser un político de frases y acciones a ratos impetuosas a uno acogedor, moderado...
En el camino de la política, que está cruzado con el de la vida, siempre se tienen aprendizajes y en mi construcción política prefiero ser arcilla más que piedra. Y las experiencias o las acciones en las cuales algunos se basan para hacer esos juicios son también las que me han formado. Porque me he equivocado es que he logrado aprender. Entonces yo no lo vería como un problema sino como parte de un proceso de aprendizaje.
Otra de las dudas es la capacidad de su sector -demasiado millennials para algunos- para asegurar la gobernabilidad del país…
Esa crítica de que somos demasiado millennials es como si alguna vez hubiésemos dicho que los baby boomers jamás podrían haber asumido el poder cuando son los que gobernaron Chile durante los últimos 30 años.
Esa crítica se queda corta de perspectiva histórica cuando uno ve lo que han sido las generaciones anteriores. En el “Balance Patriótico” (Vicente) Huidobro en 1920 lo decía muy claro a propósito de los primeros años de la República, todo lo grande en Chile lo han hecho los jóvenes: Carrera a los 26 años, O’Higgins a los 36, Manuel Rodríguez a los 24… hay que mirar la historia y ver que no es un fenómeno nuevo y al que no hay que tenerle tanto miedo.
Su victoria en las elecciones: ¿es el triunfo de una idea de sociedad o de la mirada de una nueva generación?
Como todo en estas cosas es multicausal. Tiene que ver con la emergencia de una nueva generación, con la necesidad de renovación, con la idea de una sociedad que claramente es opuesta a lo que presentaba el actual gobierno en ejercicio y la candidatura con la cual nos enfrentamos en segunda vuelta de la elección. Es opuesta al gerente 24/7, el self–made man que estudió solo en universidades gringas, sino también tiene que ver con conocer bien la trayectoria de Chile.
Pareciera que su triunfo tiene más de capital político personal, un poco menos de identidad frenteamplista y casi nada de identidad comunista… ¿Qué le aporta el Partido Comunista a su gobierno?
Mucho. Nuestra alianza es Apruebo Dignidad pero hemos convocado al gabinete a partidos que forman parte de otra tradición. Hay que lograr desmitificar los temores frente al PC chileno. Hemos tenido diferencias tácticas y otras en determinados momentos.
El 15 de noviembre (fecha de la firma del acuerdo que convoca a una Convención Constitucional y que el PC no firmó) es el más visible, pero el PC hoy está comprometido con la implementación de nuestro programa. Además, ha sido un partido que en Chile ha sido profundamente democrático y que ha estado al lado de las luchas sociales y los oprimidos, y eso es algo que a mí también me inspira.
Pasados 2 años del estallido social, ¿cómo lee hoy lo que ocurrió allí?
Creo que el estallido social fue un momento de encuentro en la frustración de que las promesas de meritocracia no se estaban cumpliendo. Y hubo una conciencia colectiva que esto no solo ocurría al interior de mi casa, sino que pasaba en distintos lugares del país.
Y ese encuentro llevó a una movilización por fuera de las vías institucionales que congregó a su vez rabia y esperanza. Yo espero que en esto lo que predomine sea la esperanza y por eso el encausamiento en la Convención Constitucional es algo muy importante. Pero, paralelo a eso, mientras discutimos las normas del futuro, tenemos que ser capaces de solucionarle los problemas concretos a la gente, que en pandemia se vio particularmente afectada.
¿Existe una posibilidad de un gobierno de izquierda mesurado y reformista?
Discrepo de la obsesión de parte de la élite de moderarnos en el discurso para encasillarnos con lo del Boric de primera vuelta o el Boric de segunda vuelta. Es más un complejo de ellos que de nosotros. Tenemos una dirección y vamos a avanzar en esa dirección y estamos dispuestos a elegir el mejor camino. Y esa dirección es crear un Estado de Derecho que consagre derechos sociales universales, con pleno respeto a los derechos humanos, que descentralice el poder, que se haga cargo de los desafíos medioambientales, de la crisis climática, y eso no es una fiebre roja, en Chile eso tiene más que ver con el sentido común.
No hablamos de moderación entonces...
Me hace más sentido la idea de ser ponderado que moderado. Hay algunos fanáticos de la moderación que terminan no moviéndose nada y esos fanáticos le han hecho un daño profundo al país. Porque en su miedo atávico de cambio, terminaron haciendo reventar la olla a presión.
¿Usted se ubica más cerca de la socialdemocracia o del comunismo?
Yo provengo de la tradición socialista libertaria americanista chilena. Ese es mi espacio ideológico de referencia. Soy un demócrata, y creo que la democracia tiene que ir cambiando y adaptándose y no petrificándose. Creo que a la democracia en Chile le falta mayor densidad.
Y dentro del concierto latinoamericano, ¿se reconoce en alguno de los gobernantes de izquierda?
Me da mucha esperanza y espero tener un trabajo codo a codo con Lucho Arce en Bolivia, si Lula gana las elecciones en Brasil con Lula, la experiencia de Gustavo Petro si se consolida en Colombia. Creo que ahí se puede armar un eje tremendamente interesante.
Yo entiendo que la pregunta va muy relacionada con Venezuela y Nicaragua. En el caso de Nicaragua no logro encontrarle nada ahí, y en el caso de Venezuela es una experiencia que más bien ha fracasado y la principal demostración de su fracaso son los seis millones de venezolanos en diáspora.
¿Se siente parte de la generación de Jacinda Ardern, Sanna Marin, Emmanuel Macron, incluso Alexandria Ocasio–Cortez? ¿Hay algo más grande, distinto, a que todos sean menores de 45 años?
No conozco en detalle cuáles son las convicciones de cada uno de ellos y el tener la misma edad no necesariamente indica algo.
Yo puedo decir que tengo una cercanía ideológica con García Linera, independiente de la edad que tenga, o una complicidad clara con Podemos en España, que no tiene que ver con un tema de edad, tiene que ver con las convicciones que tenemos. Y valoro mucho la experiencia de Lula pero también trato de leer la de Cardoso. Uno no puede fijarse referentes estáticos.
Lo que sí es cierto es que hoy hay una crisis global en términos de crisis climática de la cual creo que nuestra generación tiene más conciencia que las anteriores. Y eso yo espero sea algo que nos una. Tuve la oportunidad de conversarlo con Justin Trudeau, recibir una carta de Emmanuel Macron, también, en ese sentido, sé que Jacinda Ardern ha tenido esa preocupación, así es que espero que ahí tengamos un punto de encuentro donde forcemos a las generaciones anteriores y a los gobernantes de todos los países, como lo ha dicho Greta, de tomar acción ya.
¿Cuáles son sus prioridades en términos económicos?
Hay que distinguir en materia de plazos. Que podamos tener una consolidación de la reactivación económica que sea justa. Que no reproduzca de manera calcada las desigualdades anteriores. Y eso implica darle mayores herramientas a las pequeñas empresas para que haya una desconcentración del mercado. El 87% de las ventas en Chile están concentradas en las grandes empresas y solo el 13% en la pequeña y mediana empresa. Esa es piedra fundante de la desigualdad en nuestro país.
Tenemos que lograr la combinación entre crecimiento y redistribución. Una distribución más justa de la riqueza. Ninguna es sostenible sin la otra. Todos han crecido, eso es cierto, pero algunos mucho más y eso ha acrecentado la división y la fractura de la sociedad chilena.
Usted habla de un pacto tributario y no de una reforma, una diferencia semántica de fondo, lo primero significa un acuerdo con todos los sectores políticos.
Qué bueno que lo notes porque es a lo que tratamos de aspirar.
Esto no es algo de buenos contra malos sino que queremos que todas las fuerzas productivas del país se pongan de acuerdo en que es necesaria una mejor redistribución de la riqueza para poder crecer. Y que además sea sustentable y sostenible con el medioambiente y a eso esperamos convocar a los trabajadores organizados, las pymes y los grandes empresarios.
Recibirá un país con una de las tasas de inflación más alta en las últimas décadas, con un déficit estructural relevante, ¿en qué minuto piensa comunicarle a la ciudadanía que no será fácil cumplir las promesas de su programa?
Lo estamos haciendo permanentemente. Nos hemos comprometido a respetar el presupuesto aprobado por el congreso que tiene una reducción del gasto fiscal de un 22% y también de avanzar en nuestras reformas en la medida de que vamos asegurando ingresos permanentes aquello que considera gasto permanente. Y esa es una línea de la que no nos podemos desviar. No puede haber atajos irresponsables. Tengo confianza en que la ciudadanía lo vaya entendiendo.
¿Qué tan complejo es instalar un Estado de Bienestar en un país que no tiene los estándares económicos ni sociales que tienen los modelos socialdemócratas más exitosos?
En eso hay que ver el estado en que estaban los países que hoy día tienen estados de bienestar desarrollados, en el momento que eligieron tomar ese camino.
Los desafíos son distintos. En el caso de los países europeos, no solo los nórdicos, tomaron la decisión de crear estados de bienestar que garanticen derechos sociales universales cuando tenían un PIB per cápita parecido o inferior al que tiene Chile hoy. Y ahí yo espero que nos pongamos de acuerdo como sociedad, en el sentido de que hay metas de largo plazo que no van a ver resultados antes de las próximas elecciones y que por lo tanto, muchas de las decisiones que tomemos, no pueden estar mediadas por la ansiedad electoral y que hay frutos que no me va a tocar cortar la cinta a mí.
¿Cuál diría que es nuestro talón de Aquiles?
Hoy, la desigualdad.
¿Y el suyo?
Hay hartas cosas que uno podría decir ahí, pero si tuviera que elegir uno, más que mío personal, el gran riesgo de nuestro gobierno es no poder afirmar nuestra base social de apoyo más allá de nuestras fronteras actuales.
Si nos quedamos solamente con quienes estamos hoy, no vamos a lograr hacer las transformaciones que queremos. Por lo tanto, si no nos movemos todos juntos en eso, y no empezamos con el clásico y permanente fraccionamiento de la izquierda, será un desafío muy difícil.
Como dirigente estudiantil usted estuvo muchas veces en la calle. Viene de la protesta por una educación gratuita y de calidad. Muchas de esas manifestaciones terminaron en actos de violencia. Y ustedes mismos hablaban de personas que ensuciaban esas marchas, pero eran pocos… Hoy parecen ser la norma, ¿qué pasó?
No son la norma respecto de la mayoría, lo que sucede es que hay varias explicaciones, pero antes quiero dejar claro que sigo creyendo que la vía no es la violencia, en eso quiero ser muy claro. Yo creo que hay una frustración acumulada al ver que por los caminos institucionales no se podía hacer cambios.
La violencia es un fenómeno que debemos tratar de entender para tratar de erradicar.
Ahora, si quieres asegurarte de que siga habiendo violencia, entonces hay que dejar las cosas tal como están.
Hay un sector de la izquierda que probablemente no le va a conceder espacio para una radicalidad ponderada…y la respuesta puede ser más violencia en las calles. ¿Cómo piensa enfrentar esa violencia?
Tenemos el deber de hacer respetar el orden público, eso no es una opción para el gobierno. Y hacer cumplir la ley. Lo que nosotros esperamos es que mediante el proceso de transformaciones que vamos a iniciar, la convocatoria y la manera en que le hablemos al pueblo de Chile, esos sectores van a ser cada vez más minoritarios.
¿Qué tipo de constitución le atrae más, una bien reglamentada o una más orientadora?
Me gusta más la idea de una constitución orientadora pero no aséptica. Una constitución que consagre derechos sociales universales, que defienda la libertad y la igualdad, una constitución que descentralice pero una constitución no abarcadora de todos los temas y todas las problemáticas.
La constitución no puede estar pensada solo desde el 2021 y el 2022. Tiene que permitir que incluso preguntas que todavía no tenemos, quepan en la constitución.
En lo personal, ¿qué ha tenido que transar además de su pelo largo, poleras rockeras y sus guayaberas?
Ahora último la posibilidad de salir a un bar, de ir a una librería, es cada vez más difícil.
¿Bajo qué circunstancias sí usaría una corbata?
Lo de la corbata tiene dos sentidos. Uno estético medio absurdo, pero yo también me di cuenta que cuando pasó lo del reclamo en el Congreso, había un ánimo de disciplinamiento y homogenización de parte de una élite muy cerrada y muy parecida entre sí y por eso me mandaron a la comisión de ética, por andar sin corbata. Ahora se naturalizó completamente y es totalmente normal andar sin corbata en el Parlamento.
Y a propósito de eso, una vez tuve la suerte de conocer a Joan Baez y bailamos y me preguntó (después de haberla escuchado cantar a capella) sobre el tema, porque le contaron la anécdota de la corbata y meses después me llegó una corbata hecha por aborígenes australianos, enviada por Joan Baez. Si algún día tuviera que ocupar una seguramente sería esa.
¿Y podría ocuparla luego?
No lo tengo pensado. Quizás en el matrimonio de algún amigo.
¿Y no en el cambio de mando?
No, hay límites. Sería simbólicamente renunciar a la esencia.
Viene de una familia creyente, una madre católica, que reza y tiene un altar a la virgen en su casa. ¿Nada de eso le hace sentido en momentos de angustia?
Respeto mucho la fe de mi madre y a veces extraño el don de la fe pero no es algo que tenga en este momento y no creo que sea algo a lo que se puede recurrir solo en estado de necesidad. Tengo un tema pendiente de cómo trabajar la espiritualidad. Es algo que siempre me ha interesado y nunca me he dado el tiempo de hacerlo.
¿Cómo controla su ansiedad?
A veces comiendo, que no es el mejor método. Leyendo, la lectura me tranquiliza, cuando tengo tiempo de hacer deporte, me gusta jugar fútbol.
¿Y siente que a veces se le escapa de las manos?
He aprendido, acompañado de tratamientos, a ir controlándola. Yo tengo un trastorno obsesivo compulsivo y tomo medicamentos por eso. También es algo que he logrado domesticar gracias la ciencia, esto no solo es voluntad.
Se habló bastante de su salud y también del TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) que padece y que usted hizo público. ¿Cree que hubo otras intenciones al relevar este tema durante la campaña electoral?
Sin lugar a dudas. Hay un estigma respecto de la salud mental.
¿Qué situaciones le incomodan?
Me incomoda mucho la mentira intencionada, no el error, me carga la gente que habla en off en el periodismo, me molestan los cahuines.
Usted ha demostrado ser un político bien tolerante al juicio opositor, ¿pero qué ocurre cuando ello apunta a la gente que usted más quiere, como su compañera Irina Karamanos, quien asumirá el rol de primera dama y quien ha sido criticada por ello, principalmente por su sector?
Hay que distinguir entre la crítica constructiva y el debate político que se da al interior del feminismo y que es totalmente legítimo de la crítica oportunista y artera y me parece que ha habido harto de lo primero y poco de lo segundo. Los debates del feminismo son deseables. Tenemos que acostumbrarnos a que el tener divergencias de opinión no significa una tragedia. Pero cuando los ataques son personales, y particularmente contra mis seres queridos, hermanos, padres, amigos o la Irina, es algo que efectivamente me molesta mucho.
¿Cuál es la épica que le gustaría imprimir a su gobierno?
Que a través de la política es posible cambiar el mundo. Que la política no es un espacio de corrupción, mentiras y acomodos. La política puede ser un oficio honesto para las transformaciones sociales, inclusivo, no solo de profesionales.
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