Y usted, ¿por quién votará?
Votaré en consonancia con mi propia biografía.
Adquirí mi primera socialización política en un hogar, y luego un colegio, donde primaba la idea alemana de la superioridad de la Kultur sobre la política. Como escribió Thomas Mann en sus “Consideraciones de un apolítico”, “la diferencia entre espíritu y política contiene la diferencia entre cultura y civilización”; aquella es alma, libertad, arte y cosmopolitismo; esta otra, sociedad, derecho a voto, literatura (como industria) e internacionalismo. Lo impolítico, como llamó a esta visión, no equivale a anti-política. Más bien, es una idea (romántica) de la trascendencia de la cultura frente a la tecnificación de la política, incluida la democracia de masas. Un antídoto, por tanto, frente a la creencia de que la política debe reinar suprema sobre los asuntos humanos.
Con todo, la experiencia del movimiento estudiantil de la PUC, durante los años previos y posteriores a la reforma de 1967, me empujó, desde esa esfera espiritual, al terreno de la sociedad y la política, agitado en esos años por la revolución en libertad. Voté por su líder como Presidente y me identifiqué con aquel proyecto de cambio.
Desde entonces formo parte —con espíritu crítico, me gusta pensar— de una generación político-cultural nacida al amparo del catolicismo conciliar (representado, en mi memoria, por el círculo jesuita del Bellarmino y la revista Mensaje), abierta apasionadamente hacia las contradicciones de la modernidad y que leyendo el boom latinoamericano y los ensayos de Octavio Paz se sumergió en el deseo de entender y transformar la sociedad.
En Chile ese horizonte ideal se nubló tempranamente. Tras Frei Montalva se abrió la opción Tomic versus Allende que, en vez de unir fuerzas, decidieron competir. Sembrábamos así los gérmenes de nuestra propia derrota. Voté por la UP junto con mi grupo de referencia, el MAPU. Aquel intento de extremar el cambio terminó mal.
Aprendimos que no bastaban la voluntad y la imaginación para asegurar gobernabilidad. Al contrario, esta se desbordó. Sobrevino el golpe militar. Y se impuso un régimen dictatorial, cuyas violentas secuelas nos separan hasta hoy. Paradojalmente, para muchos de mi generación significó comprometernos a fondo con la democracia y un encuentro entre socialcristianos, liberales y socialdemócratas.
Tras el triunfo del No, esas fuerzas condujeron el período más transformador del último siglo chileno. Y luego se desgarraron y deshilacharon. Sin embargo, permanece el espacio político donde aquellas se constituyeron y actuaron; un espacio que favorece modernización, democracia y reformismo, y no la conservación atemorizada o la violencia revolucionaria.
Desde dentro de él, en consonancia con mi propia biografía, votaré el domingo, consciente de que la gobernabilidad del cambio no está asegurada, igual como la propia historia de uno no está exenta de elecciones equivocadas.
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