Punto de no retorno
José Joaquín Brunner, 21 de mayo de 2021
La disyuntiva que enfrentamos es si la renovación en curso seguirá dentro de las reglas o se impondrá desbordándolas
Metafóricamente, el domingo pasado el cambio, la renovación y circulación de la élite política, alcanzó su punto de no retorno. No hay vuelta atrás posible. Un proceso iniciado bajo la superficie durante la década pasada, que irrumpió con visos de violencia el 18-O, y que luego permaneció entre paréntesis por la pandemia y el confinamiento, se ha expresado ahora de manera contundente. Y se instaló con una energía expansiva cuyas consecuencias son, por el momento, imprevisibles.
Los resultados de la cuádruple elección muestran una renovación no solo del personal político sino de sus bases de reclutamiento. Significan una renovación generacional, un nuevo balance de género, una mutación de clase social de origen, un trato distinto con los pueblos indígenas, un reequilibrio entre regiones y localidades y un potencial de rearticulación entre sociedad civil, movimientos sociales y Estado.
Todo esto, en el marco de un desplazamiento tectónico de las placas culturales e ideológicas que hace rato han dado expresión a un abigarrado conjunto de propuestas ecologistas, feministas, multiculturales, de vida buena, de éticas del cuidado, de solidarismos de base, de renovadas utopías populares, comunitarias, socialistas, de democracia directa, deseos colectivos, redistribuciones masivas y derechos exponenciales.
El nuevo mapa en gestación deja fuera de lugar los puntos de referencia de la elite que va de salida. Sus partidos y líderes parecen desvanecerse junto con su futuro. Su último servicio debe asegurar un recambio pacífico.
Desde un punto de vista sociológico, la historia política consiste en el cambio y la rotación de las élites y sus vínculos y articulaciones entre sí y con la sociedad. La democracia es—entre otras cosas—un método para autorizar, controlar y renovar pacíficamente a la elite política.
La disyuntiva es si acaso esa renovación tendrá lugar dentro de los procesos institucionales consagrados por el juego democrático o terminará desbordándolos para imponerse por la fuerza, aún al precio del caos. En el mundo hay abundantes ejemplos de recambio de las élites políticas por una u otra vía.
La suerte no está echada. Desconocer que existe un potencial de desbordamiento y agudización de los conflictos en las calles y las instituciones sería una ingenuidad. Dar por inevitable su próxima actualización es contribuir a desencadenarla. Y, con ella, una definitiva ingobernabilidad.
Hay que perseverar pues con los mecanismos establecidos. Insistir en la deliberación, los acuerdos y las reglas. Y, de este modo, encauzar la renovación de la elite política que se halla en curso ensanchando su pluralidad ideológica y asegurándose que continuará compitiendo por el voto y el mandato de la ciudadanía. Caso contrario, el recambio se impondrá con una ruptura del sistema.
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