La pandemia en perspectiva de las evaluaciones comparadas
Abril 21, 2021
Captura de pantalla 2016-10-13 a las 10.55.42 a.m.Publicado el 21 abril, 2021

José Joaquín Brunner: La pandemia en perspectiva de las evaluaciones comparadas

Resulta interesante observar cómo evolucionan los discursos sobre la pandemia en nuestro espacio público. Un eje común a esos discursos, que los atraviesa desde el comienzo, es el argumento comparativo. ¿Cómo nos va en relación con otros países? ¿Lo hacemos igual, mejor o peor? ¿Estamos adelante o a la cola en los rankings internacionales? El gobierno, ¿qué nota merece en relación con el de países vecinos, o de la región latinoamericana, o de los países de la OCDE?

Comparación argentina

Recuerdo bien cómo al comienzo de la peste, durante los primeros meses, solía decirse —especialmente en los círculos opositores al gobierno, donde me inscribo (aunque a ratos a disgusto)— que Chile estaba rotundamente mal comparado con otros países de la región. Y al efecto se invocaba, como principal ejemplo, el caso de Argentina.

Era una comparación cómoda, pues permitía llevar la cuestión sanitaria al terreno político. Allí la figura del presidente Fernández aparecía, en contraste con la propia realidad local, incontrarrestablemente superior: eficiente en el manejo de la pandemia, con un alto sentido ético en su accionar para evitar que la población fuese amenazada por la pobreza, y con un correcto instinto político que lo llevaba a trabajar generosamente y en estrecha coordinación con el opositor jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Todo esto se veía ratificado, además, por el amplísimo margen de popularidad que acompañaba a la gestión de Fernández. Y demostraba, de paso, la indudable superioridad histórica de los gobiernos de centro-izquierda frente los gobiernos de derecha como los de Bolsonaro en Brasil o Piñera en Chile.

Comparaciones como éstas —como sabemos ahora— no llegan lejos, sin embargo.

Hoy Argentina muestra un intenso descontrol de la pandemia, la campaña de vacunación va lenta, la pobreza ha crecido inusitadamente y el presidente de la hermana nación, él mismo positivo a Covid-19, se encuentra en guerra con el jefe de gobierno de la ciudad más importante del país, mientras su popularidad declina y va instalándose una crisis de gobernabilidad.

Comparaciones ideológicas

En general, la idea de que los gobiernos enfrentan mejor o peor la pandemia según su color ideológico no resiste el menor análisis. Ni Argentina lo ha hecho mejor que Chile, o viceversa, ni Brasil se halla distante de Venezuela en términos de una escala de  desastres. Colombia, México y Perú enfrentan situaciones similares, con independencia de la orientación de sus gobiernos, aunque en cada país la pandemia se comporta de diferentes maneras.

Cuando esto empezó a volverse evidente —y casi toda América Latina enfrentó cuadros parecidamente negativos y un mismo manejo político precario— las comparaciones se trasladaron hacia el mundo desarrollado, con la esperanza de que allí sería más fácil obtener evidencia que pusiera de manifiesto nuestro rezago y la torpeza del gobierno y su mala gestión. Todo esto sin reparar siquiera en el hecho de que antes de que nuestro país entrara en la vorágine de la primera ola, ya países como Italia y España habían sufrido un verdadero colapso de su situación sanitaria. En paralelo, EE.UU., bajo el inepto gobierno Trump, venía mostrando por largos meses una completa incapacidad de controlar la peste, incluso en comparación con países relativamente pobres en su economía y socialmente más explosivos como la India.

Comparaciones por el control

¿Residía entonces la diferencia no tanto en la ideología de los gobiernos, sino en su capacidad de controlar a su población, sometiéndola  a una vigilancia de tipo panóptico y a unas duras medidas de confinamiento? 

Algo de esta otra forma de comprensión comparativa se coló por entre líneas en las lecturas ideológicas chilenas. Sí, parecía evidente que el gobierno chino, premunido de sus vastas facultades políticas, económicas, tecnológicas y militar-policiales, mostraba, justamente en virtud de esa centralización del poder de comando y control, una manifiesta superioridad respecto de los gobiernos democráticos. En particular, el gobierno de los EE.UU., con su fragmentación de poderes, pluralismo de valores, libertades individuales, individualismo de los comportamientos y un continuo cuestionamiento crítico de las decisiones en una esfera pública donde ideas contrarias compiten por la atención de la gente y buscan influir sobre ella.

Con todo, había democracias a las cuales, desde el comienzo, les fue claramente mejor con la administración de la crisis sanitaria, como Alemania y Holanda por ejemplo, a las cuales sin embargo luego les fue peor, sin que hubiesen cambiado a sus gobernantes ni éstos a las coaliciones ideológicas que los acompañan. De manera que tampoco había consistencia temporal en cuanto a los resultados del manejo de la pandemia; se podía partir bien y terminar malO bien, podía ocurrir exactamente lo contrario, como sucedió en Inglaterra donde —bajo un mismo primer ministro conservador— la trayectoria inicial de manejo fue contradictoria y llevó a la debacle para luego mejorar hasta hallarse hoy en un momento de optimismo.

Distinto es el caso del gobierno sueco, de centro derecha, que partió como el más liberal de Europa confiando en el autogobierno de su disciplinada población, mientras otros gobiernos de esa misma orientación recurrían a duros confinamientos y otras restricciones, pero que a la postre debió modificar su estrategia debido a la mayor circulación del virus y un salto en la cantidad de contagios.

En cambio, otros gobiernos, con mayores medios de control a su alcance y el recurso a políticas autoritarias, como Polonia y Hungría, se encuentran ahora bajo una tercera ola pandémica y aprovechan la emergencia para endurecer sus regímenes iliberales y anti democráticos. Como comentaba hace unos diez días Timothy Garton Ash, en ambos países los respectivos gobiernos aprovechan la emergencia para recortar aún más las libertades y restringir la democracia.

Adonde uno mire, en suma, las comparaciones ideológicamente inspiradas, o basadas en la (supuesta) efectividad del control político sobre la población, no parecen llevar a conclusiones coherentes ni ofrecen un patrón estable con el cual evaluar la acción de otros gobiernos. Ni las derechas tienen cómo descargar sobre los gobiernos de izquierda el baldón de una terrible ineficiencia frente a la peste, ni las izquierdas pueden reclamar para sí,  por la vía de una ética supuestamente superior o una pretendida mejor comprensión de los sufrimientos de la población, una ‘natural’ capacidad para el mejor manejo de la crisis sanitaria y social provocada por la peste.

Chile en comparación

¿Y qué pasa con Chile, entonces, en este dificilísimo cuadro comparativo?

Aún en la peor semana, la pasada, el número de contagiados diarios por millón de habitantes  (promedio semana hasta el 16 de abril) nos sitúa en una zona intermedia, con 363 casos diarios, entre Uruguay con 889 arriba y México abajo con 31. La comparación con algunos otros países latinoamericanos nos encuentra en la vecindad de Brasil (308) y Colombia (323); por debajo de Argentina (508) y encima del promedio sudamericano (298). Chile se halla actualmente a la par con la cifra promedio de los países europeos (336); por debajo de Francia (597), Holanda (446), Hungría (538), Polonia (499) y Suecia (605) y por encima de Alemania (244), Dinamarca (115), España (183), Irlanda (76), Portugal (50) y Reino Unido (39) (Our World Data, 18 abril 2021).

Durante esa misma semana, el número de personas muertas diariamente por Covid-19 en Chile, fue de 6 por millón de habitante, misma cifra de la Unión Europea y un 40% por debajo del promedio de Sudamérica (10). En cuanto a la vacunación de personas, según la información disponible en el día más próximo al 17 de abril, las personas vacunadas (al menos con una dosis) alcanzaba en Chile a un 41%, comparado con un promedio de 10% en América del Sur y un 18% en la Unión Europea.

Por lo mismo, resulta groseramente exagerado, sino derechamente absurdo, sostener que nuestro país lo ha hecho peor que todos los demás países del vecindario y del mundo en cuanto al manejo de la crisis sanitaria, manejo que no sale mal parado, incluso, frente al promedio de los dos grupos de comparación definidos como relevantes: América del Sur y la Unión Europea.

Más aún, Chile muestra hasta hoy (20 de abril), y a pesar de las dramáticas circunstancias que vivimos, algunos buenos desempeños en varios frentes decisivos, reconocidos como tales tanto dentro como fuera del país: adquisición de ventiladores pesados y livianos en un tiempo donde los proveedores estaban sobredemandados y los mercados convulsos; aumento de camas UCI y UTI para pacientes Covid—en dos momentos críticos—; coordinación de esfuerzos de los sistemas hospitalarios público y privado para atender a esos pacientes; adquisición oportuna y traída a Chile de diversas vacunas y puesta en marcha de un plan masivo de vacunación que ha mostrado efectividad. En general, las autoridades sanitarias gozan de buena salud según el scanner aplicado semanal o mensualmente por la encuestología, una de las escasas ciencias abundantes en nuestro medio.

La polarización ideológica y de percepciones que existe dentro de nuestra clase política y mediática ha llevado, sin embargo, a que los sectores opositores al gobierno pasen sistemáticamente por alto esos desempeños y sus resultados nada despreciables, para concentrarse, por el contrario, exclusivamente en aquellos aspectos que consideran negativos de la gestión gubernamental. Léase: exitismo del presidente Piñera o su falta de sensibilidad, personalidad ‘arrogante’ del ex ministro Mañalich, personalidad débil del ministro Paris, fallas comunicacionales del gobierno, insuficiente testeo, trazabilidad y aislamiento, no haber escuchado más a los alcaldes y haber llegado tarde a apoyarse en los centros de atención primaria de salud. Sin hablar aquí de las políticas relativamente erráticas, y a ratos confusísimas, con que el gobierno ha actuado en su terreno (supuestamente) mejor conocido; manejo de la crisis económica.

De modo que las críticas propiamente sanitarias, atendibles en su mayoría, son más bien de forma y estilo o traslucen unas percepciones de trinchera, sin hacerse cargo de las cuestiones más esenciales y estratégicas donde han primado unos resultados que no avalan el negativismo opositor.

En efecto, Chile no aparece hoy ni entre los 10 mejores ni entre los 10 peores países en el ranking de resiliencia Covid de Bloomberg (que considera indicadores del impacto sanitario del Covid en la población, de los efectos de las políticas para contrarrestar a aquel y del desarrollo económico-social de los países), en el cual, entre 53 países, nuestro país ocupa en marzo pasado el lugar 32, inmediatamente debajo de Holanda, Bélgica y Suecia e inmediatamente arriba de Irlanda, España y Filipinas.

Comparación entre gobiernos

Por su parte, es de suyo evidente que la gran mayoría de los países occidentales, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos, la ciudadanía y las organizaciones civiles —y descontado los casos extremos de conducción errática como Bolsonaro, Maduro o Trump o del aprovechamiento de la crisis sanitaria para extender el control autoritario sobre la población— sigue sumida en la emergencia sanitaria, con una profunda afectación de sus economías, agudas tensiones políticas y una extendida frustración de los sectores medios y bajos. No solo se halla plenamente activo el Covid-19 sino que además ha creado variedades más contagiosas y que mantienen en vilo la capacidad de reacción de los sistemas de salud.

La mayoría de los gobiernos, por lo mismo —de Merkel a Luis Lacalle, de Trudeau a Macron, de Fernández a Mark Rutte, de Piñera a Stefan Lofven— se halla en dificultades, con independencia de sus liderazgos, orientaciones ideológicas y las estrategias que impulsan. Creer que sólo el propio gobierno de uno está en deuda y compara mal con todo el resto del mundo es propio del espíritu parroquial de trinchera. Niega las dificultades reales que los países enfrentan, no se detiene en comparar la evidencia y más bien se conforta con el fracaso que atribuye a la autoridad, eludiendo de paso las propias responsabilidades.

De modo que el gobierno —con todas sus bien conocidas fallas de conducción, gestión y comunicación política— saldrá de la pandemia, probablemente, con resultados sanitarios no muy distintos a los de la mayoría de los países democráticos de occidente, sean de derecha, centro o izquierda. Las diferencias tendrán más que ver con los impactos económicos de la crisis y la trayectoria político-institucional previa.

El análisis de historia contemporánea constatará en algunos años más, seguramente, que el desempeño gubernamental chileno bajo la pandemia tuvo altos y bajos y, tal vez, más de los primeros que de los segundos. Su performance no será evaluada como un desastre en el contexto latinoamericano y mundial sino, con mayor seriedad y serenidad, como una actuación con logros y con variadas fallas, semejante a lo que ocurrió en otros países, incluso más desarrollados, sólidos  y mejor gobernados que Chile.

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