Plebiscito: La mejor alternativa disponible
“Personalmente, votaré a favor de seguir adelante con este experimento”.
Por un lado, la energía anómica (o sea, sin o contra el nomos, la ley, la cultura, en términos durkheimianos). Por otro lado, la movilización de múltiples demandas cuya base común es el deseo por acercar las condiciones actuales de vida (oportunidades y beneficios) a las expectativas e ideales anhelados.
Ambas vertientes crearon un torbellino que desestabilizó la gobernabilidad del país. La violencia en las calles revela una falla en la función esencial del Estado, proteger la seguridad de las personas; la protesta social, apoyada por la opinión pública encuestada, deja al descubierto una reivindicación insatisfecha por reconocimiento (dignidad, identidad) y por acceso a bienes públicos de mayor calidad (salud, educación, vivienda y previsión).
¿Qué significa el plebiscito en este cuadro de efervescencia?
Representa un intento de las fuerzas políticas democráticas por desactivar la violencia y ofrece una perspectiva pacífica de procesar la protesta. Opone entonces la palabra, la racionalidad deliberativa y el voto ciudadano al quebrantamiento de la ley, la amenaza física y el aplastamiento de los adversarios. Ni más, ni menos.
En el momento más crítico, el anuncio solemne del plebiscito sirvió para torcer una corriente que amenazaba desbordarse. A su vez, dio paso a un momento esencialmente democrático que llevará a renovar el pacto político fundacional de la sociedad a través de la elaboración de una nueva Constitución.
Es decir, inaugura un proceso reglado de deliberación que, durante un período de intensa discusión, consultas y votaciones, producirá las normas fundamentales que regirán nuestra convivencia y solución de conflictos.
Tal ha sido, en definitiva, el triunfo del plebiscito: trasladar el centro de gravedad desde la calle y la violencia hacia los procedimientos de negociación y generación de normas.
¿Puede esperarse que el plebiscito realice plenamente su promesa? No está asegurado.
Primero, debe llevarse a cabo normalmente el acto del día domingo, ojalá con un grado interesante de participación. Personalmente votaré a favor de seguir adelante con este experimento. Segundo, corresponderá elegir competitivamente a las y los constituyentes en abril de 2021. Tercero, habrá que ver si ellos logran elaborar un texto de consenso y si este recibe amplio respaldo en el plebiscito de salida.
De modo que ni el plebiscito, ni la nueva Constitución, aun si resultan bien, pondrán término —por sí solos— a la anomia y a la brecha entre expectativas y satisfacción. Mas podrían dar paso a una lógica diferente de aquella de los polos de mayor efervescencia. Representan, de cualquier forma, la mejor alternativa disponible.
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