Profesores voceros
“Hay ocasiones en que un mal método daña las demandas más justas. Es lo que está ocurriendo con los profesores que, al igual que los estudiantes, han decidido no tener dirigentes sino voceros que solo trasladan la voluntad de las asambleas”.
Los conflictos sociales pueden examinarse atendiendo a la justicia de lo que en ellos se disputa o poniendo atención al procedimiento mediante el que se desenvuelven. Como es obvio, una demanda justa puede llevarse adelante mediante un mal procedimiento o, por la inversa, un buen procedimiento puede ser empleado para una demanda injusta.
En el caso del conflicto de profesores se trata de una demanda parcialmente justa que, sin embargo, se lleva adelante mediante un procedimiento o método incorrecto.
Y como ese método amenaza con cundir —ya está presente en los estudiantes—, el asunto merece se le considere con rigor.
La mesa directiva del Colegio de Profesores negocia en una forma apenas aparente, puesto que, en realidad, carece de todo poder negociador. Detrás de los dirigentes que se reúnen en el ministerio hay una voluntad que ellos obedecen y a la que corresponde decidirlo finalmente todo. Y esa voluntad no es la de nadie en particular, sino que es la voluntad de la mayoría de una asamblea.
Los dirigentes no son entonces dirigentes, sino personas que trasladan un mensaje de un lado a otro. Técnicamente se trata de vicarios, mensajeros o voceros carentes de voluntad propia.
Este es uno de los problemas que aquejan a los conflictos en Chile: los dirigentes solo tienen el nombre de tales, no adoptan decisión alguna, su decisión pertenece a una asamblea sin rostro.
Visto el fenómeno en términos generales, él equivale a la progresiva desaparición de la democracia representativa y su sustitución por la democracia directa. Mientras en esta última la mayoría elige representantes cuyo deber será discernir el mejor resultado atendidas las restricciones; en la primera, es la mayoría la que decide directamente los asuntos que le conciernen.
Y ahí —lo ha mostrado este conflicto— está el problema.
Porque ocurre que la democracia directa funciona bien cuando se la ejercita en grupos más o menos pequeños, cuyos miembros se sienten ligados por deberes recíprocos. Cuando, en cambio, se la ejercita a gran escala, la diversidad de los participantes y la complejidad de los asuntos públicos la transforman en un verdadero sorteo de resultados impredecibles o, lo que es peor, en una artimaña para que los liderazgos emotivos manejen las asambleas. La democracia directa estropea la dimensión deliberativa de la democracia —el diálogo y la reflexión racional— que, en cambio, los representantes son capaces de ejercitar. Los representantes, en la medida en que están liberados de la voluntad inmediata de la mayoría son capaces de ponderar los puntos de vista en juego e introducir racionalidad en la solución de los problemas y conflictos que si se entregaran a la opinión de los directamente afectados se bloquearían por los intereses inmediatos.
Lo que está ocurriendo con los dirigentes de los profesores —que se han rendido a la democracia directa como si ella fuera la única posible— es lo mismo que ocurriría si los diputados o senadores antes de dar su opinión en el Congreso hicieran una asamblea en sus regiones y luego simplemente trasladaran a la respectiva Cámara la opinión mayoritaria. Los legisladores entonces no serían legisladores, serían mensajeros. Como es fácil comprender, algo así deterioraría el debate racional, la ponderación de todos los puntos de vista en juego, la atención a las consecuencias y, finalmente, la responsabilidad. Y es que allí, donde todos deciden, nadie es responsable. Si cada voluntad es una gota en un mar de opiniones, entonces ninguna de ellas es responsable por el resultado.
Las asambleas, las multitudes infantilizan a quienes participan de ellas y por eso son muy demandantes; pero al mismo tiempo insensibles a las restricciones que impiden satisfacerlas. Por eso, resolver un conflicto de esta índole solo atendiendo a la mayoría de las asambleas es la mejor forma de eternizarlo. Y ello, porque los dirigentes no negocian (solo trasladan opiniones a las asambleas) y el Gobierno tiene el mejor pretexto para no transar (le basta decir que no tiene con quién).
Si alguien hubiera inventado un método para que un puñado de demandas justas se encontraran con una pared de lado y lado, habría escogido este.
Los profesores y directores de liceos suelen quejarse, con razón, que en las movilizaciones estudiantiles no hay dirigentes, sino voceros con los que no es posible alcanzar acuerdos. Desgraciadamente, acá parece ocurrir lo mismo. Como si fueran estudiantes, los profesores hacen de voceros. Se ha reparado poco en esta alarmante similitud de conducta entre alumnos y maestros. Es el signo de una cultura que si logra expandirse, como hasta ahora parece estarlo haciendo, dañará severamente la esfera pública.
0 Comments