Cuando hablamos de admisión en Chile, tendemos a pensar solo en una parte de ella, la selección. Aún mas, el contexto implícito de la conversación se refiere a la selección universitaria a carreras altamente demandadas, como si esa realidad fuera universal o al menos dominante, desconociendo que esa es exclusivamente la realidad de una parte de un muy heterogéneo sistema universitario y una porción pequeña del sistema de educación superior de nuestro país. Son muchas las carreras y las universidades del Sistema Único de Admisión a las que les cuesta llenar sus vacantes con las actuales reglas y urge revisarlas.
En esa revisión surgen todas las debilidades de nuestro actual sistema y algunas pocas voces destacan sus beneficios, empañados éstos por una larga historia de ocultamiento y negación de falencias reiteradamente diagnosticadas por expertos nacionales y extranjeros independientes.
Lo mejor del sistema de selección que tenemos es el sofisticado algoritmo de asignación de estudiantes a cupos de matrícula, que le asegura a cada postulante quedar en su mejor opción de la lista de preferencias priorizada que realizó, conociendo sus puntajes y por lo tanto sus chances. Este proceso es transparente, eficiente y óptimo.
La PSU expande brechas socioeconómicas, por diseño, lo que ha originado una demanda a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Este es el momento para discutir los cambios e implementarlos progresivamente. La imprescindible cautela y prudencia con que se deben abordar estos cambios debería expresarse en un cuidadoso seguimiento y control del proceso, con asesorías expertas independientes y del más alto nivel, y no en frenos y dilaciones inexplicables.
Es verdad que las pruebas estandarizadas ya no gozan del prestigio con que aparecieron hace 50 años. Pero así como aquel era exagerado, el descrédito que algunos pretenden hoy, es también excesivo. Lo cierto es que son imprescindibles y por lo tanto debemos esmerarnos en que sean excelentes y justas.
Este es el momento para pensar con libertad y proponer soluciones nuevas para resolver los problemas actuales.
Necesitamos distinguir las trayectorias previas de los postulantes, considerar las inequidades de nuestra educación escolar que ninguna prueba podría borrar (pero al menos no debe profundizarla), reconocer las brechas de género asociadas a estereotipos, y comprender que en los procesos de admisión se puede hacer mucho más que ordenar a los postulantes en una lista. Se pueden considerar condiciones de habilitación, que separan a los postulantes en dos grupos, o separarlos en más grupos para derivarlos a distintas trayectorias de ingreso.
En todas estas materias, la educación terciaria no universitaria tiene una experiencia relevante que no solo servirá para diseñar un sistema común de admisión a sus carreras, sino que puede contribuir de manera muy significativa a un nuevo diseño de la admisión al sistema universitario, que será en el futuro aún más grande y diverso que el actual.
Necesitamos conversar.
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