por Víctor Orellana 18 enero, 2019
El problema de este debate no está, entonces, en sus dos aparentes posiciones: mérito o azar. El problema está en sus premisas. ¿Por qué la educación de calidad es escasa para la gran mayoría de los chilenos? ¿Por qué aceptamos esto, limitándonos a discutir si debemos repartirlas por notas o por algoritmos? Para las fuerzas democráticas, el debate en ciernes representa, ante todo, una oportunidad para avanzar en ese horizonte todavía pendiente. Es decir, más que defensa, la oposición debe pasar a la ofensiva. No solo ha de defender medidas concretas en el contexto de la escasez de buenas vacantes escolares, sino precisamente debe reabrir la discusión educativa para ir más allá, tomándose en serio esto de la justicia. Justicia, sí. Pero en toda la educación, para todos los chilenos.
El Gobierno ha presentado modificaciones legales al sistema de admisión escolar bajo la idea de recuperar su justicia. Su planteamiento es simple: dado que las oportunidades educativas de calidad son escasas, ¿es el azar o el mérito el principio adecuado para distribuirlas? Se indica que el azar puede ser injusto, apelando finalmente al mérito como criterio de justicia y, para medirlo, a las notas.
Para quienes estamos contra de la selección –en todo nivel educativo– resulta en apariencia un debate interesante: ¿la educación es un derecho o un premio al que lo hace mejor? Sin embargo, y como bien han indicado muchas voces y de diversos sectores, no es un debate serio, sino que una suma de hipocresías.
Esto, principalmente, por dos razones: Primero, porque la medida anunciada es apenas una modificación muy lateral en una cantidad muy baja del total de casos. Es decir, la invocación a la justicia resulta exagerada en virtud de lo de verdad propuesto y echa mano a las notas, las cuales –en especial a tan temprana edad– no son una medida objetiva de mérito. Segundo, porque la gran división social del país no es la que se da por notas entre niños que asisten a escuelas públicas o subvencionadas, es la que se da entre una élite que va a colegios particulares pagados, que no tiene que postular por formulario ni someterse a ninguna inclusión, y el resto.
Un debate sobre el mérito convocado desde La Dehesa o Vitacura es tan poco creíble como un debate sobre la inclusión circunscrito a Providencia o al Barrio Italia. Una discusión que dan las élites políticas sobre cómo debe comportarse el resto, sometiéndose a reglas que no se aplican a ellos. Se trata de una élite que no practica, en un ápice, la meritocracia ni la inclusión.
El problema de este debate no está, entonces, en sus dos aparentes posiciones: mérito o azar. El problema está en sus premisas. ¿Por qué la educación de calidad es escasa para la gran mayoría de los chilenos? ¿Por qué aceptamos esto, limitándonos a discutir si debemos repartirlas por notas o por algoritmos?
Un debate sobre el mérito convocado desde La Dehesa o Vitacura es tan poco creíble como un debate sobre la inclusión circunscrito a Providencia o al Barrio Italia. Una discusión que dan las élites políticas sobre cómo debe comportarse el resto, sometiéndose a reglas que no se aplican a ellos. Se trata de una élite que no practica, en un ápice, la meritocracia ni la inclusión.
Desde 2006 en adelante, los chilenos han tratado de plantear precisamente el punto que la situación educativa no da para más. Movimientos ciudadanos han permitido los avances en la reforma anterior y, de ello, se ha consolidado un consenso que hace imposible volver atrás. De ahí la inteligencia de la derecha al no plantear, directamente, el retorno al copago, sino de optar por las notas, apelando al mérito.
Aunque el fin de la selección es una conquista que se debe defender, la reforma anterior no resolvió el problema de lo escasas que son las buenas vacantes educativas. De tal manera, no podemos volver atrás, pero tampoco hemos completado el cambio que el país aspira. Esto apunta, finalmente, al vacío que aún nos pena: la inexistencia de una educación pública gratuita y de calidad como el gran espacio de encuentro entre los chilenos.
Para las fuerzas democráticas, el debate en ciernes representa, ante todo, una oportunidad para avanzar en ese horizonte todavía pendiente. Es decir, más que defensa, la oposición debe pasar a la ofensiva. No solo ha de defender medidas concretas en el contexto de la escasez de buenas vacantes escolares, sino precisamente debe reabrir la discusión educativa para ir más allá, tomándose en serio esto de la justicia. Justicia, sí. Pero en toda la educación, para todos los chilenos.
Si aceptamos que el problema es precisamente la escasez, los responsables de la segregación no son los padres “aspiracionales” que se segregaban realizando un copago y que, ahora, intentarían hacerlo a través de las notas de sus hijos. Esos padres, como todos nosotros, solo han querido lo mejor para sus hijos en un contexto de mercantilización de toda la vida social. No les quedó otra opción, pues la crisis de la educación pública ha sido promovida sistemáticamente por un Estado que la dejó a un lado. Ellos, tanto como los que llevan a sus hijos a escuelas municipales hoy, son personas que se merecen una educación pública, gratuita y de calidad.
Aparte, es el momento para plantear mínimos republicanos y democráticos para la educación particular-pagada, que no pudieron concretarse en el debate de la reforma anterior.
La oportunidad de las fuerzas democráticas no es solo para avanzar en educación, sino para recuperar terreno en una sociedad que hace cada vez más presente su malestar. Estos dolores no se expresan, directamente, como adhesión a posturas de izquierda o de derecha, sino que conforman un territorio cada vez más en disputa. Se trata de una sociedad crecientemente distanciada de la política, con la que hay que sintonizar precisamente en estos tipos de descontento.
Para las fuerzas democráticas, el espacio fundamental de trabajo no se reduce al Congreso entonces, sino a toda la sociedad, incluyendo calle e instituciones. Es momento de recuperar la iniciativa en todos estos planos, lo que implica una acción coordinada a nivel social, político e intelectual, que sea capaz de enfrentar el creciente asedio de la derecha.
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