El intelectual público
Julio 6, 2015

SEMBLANZA | La figura del intelectual, su origen y trayectoria:

El intelectual público

El sociólogo Eugenio Tironi fue incorporado como miembro a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. El académico José Joaquín Brunner pronunció las palabras de bienvenida -damos un extracto- en las que se refirió a la figura del intelectual público y al debate en torno a su posición en la sociedad.  

JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER , 5 de julio de 2015

El sociólogo alemán Ralf Dahrendorf, él mismo un gran intelectual público europeo, escribió alguna vez sobre esta figura: son “las personas que operan con la palabra y a través de la palabra. Hablan, discuten, debaten, pero, sobre todo, escriben. La pluma, la máquina de escribir, el ordenador son sus armas, o, mejor, sus instrumentos. Y quieren que otros, en el mayor número posible, oigan, o, mejor aun, lean lo que ellos tienen que decir. Su profesión sería como un acompañamiento crítico de lo que va aconteciendo”.

¿De dónde proviene esta figura?

Suele atribuírsele una filiación histórica mezclada. Sin duda, proviene de los profetas y sus jeremiadas, lamentaciones o muestras exageradas de dolor, género visitado frecuentemente por algunos intelectuales en tiempos de abundancia o de crisis. En seguida, procede de los filósofos socráticos, que deambulaban por la polis discutiendo sobre los asuntos del día junto a otros hombres libres de esclavitud y no extranjeros. Desde ya se ve que, desde antiguo, ser intelectual traía consigo ciertos privilegios. También desciende la figura del intelectual de los literati chinos, prototipo del funcionario imperial que tras rendir innumerables exámenes de conocimiento pasaba a integrar la alta burocracia del emperador. Hoy sería llamado un tecnoburócrata, solo que entonces era principalmente un especialista en letras y humanidades. Asimismo, suele trazarse una línea de filiación entre el bufón del rey, del cual Falstaff es un buen ejemplo, y el intelectual moderno, en la medida que ambos dicen la verdad al poder, sin necesariamente poner en riesgo su vida.

Llegamos así en este rápido recuento a la generación de hombres de letras, ciencias y artes que a fines del siglo XIX, encabezada por el escritor Emile Zolá, condenó -en nombre del valor universal de la razón y la justicia- al establishment burgués y militar francés por su torcida conducta durante el affaire Dreyfus. Allí nació propiamente el término “intelectuales”, con el cual al inicio fueron designados peyorativamente Zolá y su círculo, que más tarde serían saludados como “un momento de la conciencia humana”.

Desde entonces, el término “intelectuales” quedó también estrechamente asociado a la razón crítica ejercida en público a través de los medios de comunicación. Más tarde se usaría para identificar a aquellas personas que -como señala un observador contemporáneo- “emplean ideas generales tomadas de la historia, la filosofía, la ciencia política, la economía, el derecho o la literatura, ideas que son parte de la tradición intelectual-cultural del mundo, para abordar eventos contemporáneos, usualmente de tipo político o ideológico, a través de los medios de comunicación, sea bajo la forma de columnas de opinión, apariciones en TV, firmando proclamas o escribiendo artículos en revistas o libros dirigidos al público en general” (Richard Possner).

A lo largo de su existencia como categoría social, los intelectuales han disputado intensamente sobre su propia posición y función en la sociedad. ¿Cuál es su papel? ¿Conciencia moral de la sociedad? ¿Representantes de lo universal? ¿Encargados de preservar el valor sagrado de la cultura? ¿O son meros ideólogos y comunicadores? ¿Deben actuar como aguafiestas de los poderosos o servir al príncipe y decirle la verdad? ¿Son parte de la sociedad del espectáculo o deben mantenerse alejados de los titulares y las pantallas? ¿Representan a una clase social en su afán por imponer sus intereses y visión de mundo o, por el contrario, forman un estrato social independiente que aspira a ofrecer una visión del conjunto de la sociedad y sus conflictos? ¿Su vocación es la ciencia, la política o la fama?

En efecto, el puesto que los intelectuales públicos ocupan en la sociedad -sus funciones, derechos y responsabilidades- abren un amplio abanico de cuestiones que la generación a la que pertenece Eugenio Tironi debió asumir no solo en el plano académico, sino también político y existencial.

Al haberse transformado de tantas y tan contradictorias maneras el rol del intelectual y sus expresiones en la sociedad, no es raro que unos desconfíen de los otros, según anota Martín Hopenhayn, un intelectual de esta generación y en su momento un reputado funcionario internacional él mismo. Así, dice, “los académicos miran con desconfianza a los ensayistas, los intelectuales críticos a los intelectuales mediáticos, los intelectuales de ONG a los de la política, los intelectuales apocalípticos a los asesores corporativos”.

Eugenio Tironi, y otros intelectuales públicos como él, seguramente han aprendido a vivir en medio de esos cuestionamientos y desconfianzas. Lo mismo ha sucedido, por lo demás, con los intelectuales públicos en otras partes del mundo. Según relata en una entrevista Michel Foucault, figura símbolo de los intelectuales de la segunda mitad del siglo XX: “Creo haber sido localizado una tras otra, y a veces simultáneamente, en la mayoría de las casillas del tablero político: anarquista, izquierdista, marxista ruidoso u oculto, nihilista, antimarxista explícito o escondido, tecnócrata al servicio del ‘gaullismo’, neoliberal. Un profesor americano se lamentaba de que se invitara a los Estados Unidos a un criptomarxista como yo, y fui denunciado en la prensa de los países del Este como un cómplice de la disidencia. Ninguna de estas caracterizaciones es por sí misma importante; su conjunto, por el contrario, tiene sentido. Y debo reconocer que esta significación no me viene demasiado mal”.

Pienso que a Eugenio Tironi -en su propio tiempo y circunstancia- tampoco le viene mal una caracterización tal; como tampoco le viene mal a una generación intelectual que vio cambiar el mundo a su alrededor: el fin de un imperio y el surgimiento de otro, el término de la guerra fría, el nacimiento del internet, la globalización de los mercados, el resurgimiento de las religiones, la burocratización de todo tipo de organizaciones, el ocaso de los estados nacionales y el inquietante despuntar de la posmodernidad en la cultura occidental.

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