Error estratégico de la reforma educacional
La evidencia disponible y la experiencia muestran que un proceso integral de transformación de escuelas supone, en primer lugar, atender a los estudiantes y, entre ellos, a los que requieren mayor atención personalizada en clases y en el hogar.
Por José Joaquín Brunner, académico UDP
Se ha impuesto la idea de que la reforma educacional impulsada por el Gobierno –fin del copago, lucro y selección académica– eligió un punto de partida equivocado y carece de rumbo. Ambos aspectos se hallan estrechamente relacionados. Un mal arranque significa, entre otras cosas, un diagnóstico errado, una falsa identificación de problemas, una orientación confusa, objetivos poco claros y, por ende, un rumbo azaroso.
Los resultados de esta situación están a la vista: una difundida incertidumbre entre sostenedores de todo tipo: padres y apoderados inquietos; docentes y directivos que se sienten excluidos; estudiantes que –salvo una minoría– se hallan descomprometidos con el proceso de cambio; una comunidad escolar confundida; la sociedad civil y la esfera política fraccionadas y en discordia.
Entonces, ¿hacia dónde debió apuntar la reforma en primerísimo lugar?
De acuerdo con la evidencia disponible, con la experiencia acumulada por previas iniciativas de reforma, con el pensamiento convergente de actores y la opinión pública, la prioridad debió ponerse en mejorar la calidad de las oportunidades de aprendizaje que ofrece el sistema, especialmente a los niños y jóvenes de hogares con menores dotaciones de capital socioeconómico y cultural. Como se sabe, esos niños y jóvenes chilenos –al igual que los alumnos en general– se reparten entre colegios subvencionados de gestión municipal o privada y, entre los últimos, en colegios con o sin fines de lucro, confesionales o no.
Y para dar cuenta de esta prioridad, ¿qué habría sido necesario hacer?
Lo más importante: “dar vuelta” –esto es, transformar en su integridad– un número no inferior al 20% de nuestros colegios, partiendo con los de más extremas necesidades. Para ello, se debió emplear diversas estrategias y medios, realizar una secuencia de pilotos bien diseñados y evaluados y luego poner en marcha un plan nacional.
La evidencia disponible y la experiencia muestran que un proceso integral de transformación de escuelas supone, en primer lugar, atender a los estudiantes y, entre ellos, a los que necesitan mayor atención personalizada en clases y en el hogar. Segundo, se requiere una dirección o liderazgo en estos colegios, capaces de promover el cambio e inspirar a la comunidad escolar en torno a metas y objetivos de superación continua. Tercero, se debe contar con un equipo de profesores altamente motivados, con expectativas positivas respecto de sus estudiantes y dotados del necesario soporte humano y didáctico para producir aprendizajes significativos. Cuarto, la enseñanza debe conducirse de acuerdo a un currículo sobrio y a estándares claramente definidos, mediante clases cuidadosamente planificadas y apoyadas por un constante proceso de retroalimentación respecto del progreso de los estudiantes. Quinto, la transformación de los colegios debe asegurar hacia dentro un clima positivo de aprendizaje, ordenado, con exigencias bien definidas y, hacia afuera, un vínculo fuerte con las familias, la comunidad local y con las redes de apoyo provistas por el ministerio y la comunidad.
En las condiciones chilenas, dos de estos factores son los más difíciles de materializar. Por un lado, reclutar y mantener el equipo docente que reúna las condiciones arriba señaladas y cuyos miembros estén preparados para ejercer las estrategias de enseñanza más efectivas dentro del aula. Segundo, la existencia de redes de apoyo robustas que puedan continuamente, y por los años que sea imprescindible, prestar apoyo a los directivos, docentes, estudiantes y sus familias, de los colegios en proceso de transformación.
Haber partido por un plan nacional orientado nítidamente en torno a los cinco factores enumerados, habría significado poner en marcha una gran reforma educacional con un respaldo transversal en la sociedad y de las familias, al igual que de las élites políticas, culturales y económicas del país. En particular, haber atacado los dos desafíos centrales mencionados –equipos docentes altamente efectivos y redes de apoyo robustas– habría representado un foco potentísimo para convocar a la opinión pública hacia un proyecto fácil de entender, movilizador, de unión de la comunidad nacional y de real efecto en el mejoramiento de la calidad y equidad de nuestro sistema escolar.
Partimos mal, pero aún es tiempo de enmendar. •••
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