¿Trans-reforma?
No hay forma de ocultarlo: la reforma educacional se ha complicado. En realidad, todo el proyecto megarreformista del gobierno se ha visto enredado y desordenado, algo que no parecía posible a comienzos de marzo. La Presidenta Bachelet no tuvo para esas ideas el período nupcial de los 100 días, que ella convirtió en su propia medición con un conjunto de medidas de marcha forzada. En realidad, el noviazgo duró un mes y una semana, que es el período en que los diputados y partidos de la Nueva Mayoría ofrecieron su prueba de amor aprobando la reforma tributaria sin siquiera mirarla.
Todo cambió después del 21 de mayo. De un lado, porque la reforma tributaria pasó al Senado, que es el lugar donde, superados los malos ratos, puede encontrar refugio el ministro Alberto Arenas, tanto como para corregir lo imperfecto como para separar lo que es viable de lo que no. Si el ministro de Hacienda corrió peligro en algún momento, ahora está bajo el cuidado del Senado.
De otro lado, después del mensaje entró a escena la reforma educacional, con la cual la disposición a dar testimonios de lealtad es mucho más baja. Hay, además, una sucesión de confusiones: a diferencia de la tributaria, que estaba diseñada antes del 11 de marzo, se entendía que la reforma educacional sería construida por el ministro Nicolás Eyzaguirre, lego en la materia, después de escuchar a los sectores afectados. Pero cuando intentó hacerlo, fue acusado de complacer a todos, de no tener ideas claras y de ir a la deriva.
La respuesta interna de La Moneda, con un ojo puesto en la Plaza Italia, fue apurar al ministro, exigirle proyectos y, más tarde, intervenir sus equipos desde el Ministerio del Interior. En cosa de semanas, el ministro se ha visto zarandeado por la DC, la Iglesia Católica, la Conacep, el Cruch, la Confech y Educación 2020, especie de patrocinador ideológico de las reformas. Y, por encima de todos, el creciente nerviosismo de los padres, que despierta la peor de las pesadillas de cualquier servicio reformado: la resistencia de los usuarios, como ocurrió con el Transantiago.
El Transantiago ha sido usado por la oposición como arma arrojadiza en contra del gobierno y por eso mismo este último desecha toda comparación. Pero, por encima de sus enormes diferencias -la principal de las cuales es que la reforma del transporte no era un proyecto propio del primer gobierno de Bachelet, sino del anterior-, hay elementos en la cadena de decisiones que conviene revisar.
El primero de todos es lo que se podría llamar “estilo Bachelet”: una convicción arraigada, grandes lineamientos generales y muy pocos detalles. Estos últimos quedan entregados por completo al responsable y a las ambiciones que éste tenga. Luego viene una fuerte y contradictoria presión por promover la participación y al mismo tiempo generar resultados rápidos. En el 2007, la presión de la prisa fue capaz incluso de prevalecer por lo que la Presidente llamó más tarde su “intuición”.
Dos problemas estructurales no fueron nunca encarados en el caso del Transantiago: la rigidez del Estado chileno, incapaz de desarrollar tareas intersectoriales con eficacia, y la disponibilidad real, calendarizada, del presupuesto necesario. En el caso de la reforma actual, parece evidente que el Ministerio de Educación depende por entero del Ministerio de Hacienda; este último tiene una cifra como meta y casi parece irrelevante cómo la consiga. Pero también es evidente que si la reforma tributaria se complica, mucho más se complicará la educacional.
La cercanía de esta trampa hizo que este jueves la Presidenta saliera a anunciar el despacho de una “agenda corta” para proteger la educación pública. Muy en síntesis, el centro de la agenda consiste en ofrecer más recursos para los colegios municipales mientras se desarrolla su transición hacia un régimen estatal centralizado. Esto es lo que no se hizo con el Transantiago: producida la catástrofe, el gobierno demoró meses y años en disponer de las inversiones necesarias para corregir los problemas. La sombra de aquella omisión parece haber inspirado la aparición de la “agenda corta”, que de paso ha ayudado a ordenar la secuencia de los cambios, otro aspecto que ha estado contribuyendo a la percepción de enredo.
Hay todavía una lección más que quedó de aquella experiencia: cuando un proyecto de cambio social parte creando más perturbaciones que beneficios, por mucho que mejore respecto de lo que existía, permanece con una mancha de origen que no sólo pesa sobre su imagen, sino que reaviva la ira pública incluso cuando la Selección gana un partido de fútbol.R
0 Comments