Columnas
13 de enero de 2014
La retirada del PC del Arcis: el fracaso de una universidad comprometida
Son muchas las interrogantes que surgen a partir de los antecedentes y cifras publicados en estos días respecto a la desvinculación del Partido Comunista de la propiedad, a través de la Inmobiliaria Libertad, de la Universidad Arcis.
Dejo a un lado aquí un examen detallado de las cifras, a la espera de que tanto el periodismo investigativo como el propio PC las transparenten (hay vacíos evidentes en la información que hasta ahora se ha entregado). Prefiero concentrarme en descifrar las cuestiones de fondo que esta operación pone en evidencia.
Al parecer, como lo destacan los ahora ex controladores –Instituto de Ciencias y Ediciones Alejandro Lipschutz; Inversiones Salvador– esta operación, que se extendió por 9 años, no dejó utilidades: finalmente, el dinero obtenido en junio del 2013 por la venta a Tanner Leasing, en la modalidad leasing back, de las sedes de Arcis que habían pasado a propiedad de la Inmobiliaria ($1.050 millones), “fue traspasado en su totalidad a la casa de estudios y… ha sido utilizado para pagar deudas derivadas de su funcionamiento” (“El conflicto de interés que incomodaba al PC”, La Tercera, Reportajes, 11-01-2014, p. 14). Pero hay algo que no queda claro: ¿por qué, y cómo, la propiedad de la Inmobilaria sobre dichas sedes –sólo sobre ellas– les otorgó a las organizaciones políticas respectivas –el PC y el “arratismo”– el control sobre el Directorio de la Corporación de Ciencias y Arte y Ciencias Sociales Arcis, es decir, sobre la universidad misma, en sus aspectos de docencia, investigación y extensión?
Pues, como se informa (y como todo el mundo cercano a Arcis lo sabe), los dirigentes comunistas Juan Andrés Lagos y Jorge Insunza terminaron su participación, como Presidente y Vicepresidente, respectivamente, en el mencionado Directorio: ¿cómo llegaron a él? El actual rector de Arcis, René Leal, en un reportaje publicado el sábado recién pasado por La Tercera, declara cortado “el cordón umbilical” PC-Arcis. ¿Es normal que, al margen de la figura legal mediante la cual haya accedido a tal propiedad, exista entre el propietario de un inmueble y la universidad que se lo arrienda, una relación de tipo “cordón umbilical”?
No hay, en estas preguntas, afán alguno de denuncia, sino sólo un intento de entender qué pretendió el PC al involucrarse en la Inmobilaria Libertad el año 2004. Es evidente, dado el perfil y la historia del Partido, que no se trató de obtener utilidades; tampoco, al parecer, las hubo. Pero las cifras muestran algo más. En nueve años, Arcis pagó a la Inmobiliaria Libertad (cifras de Reportajes de La Tercera) $1.152 millones por concepto de arriendo, en moneda del año 2004. Ahora, con el leasing back, deberá pagar $1.863 millones en ocho años. Si se aplica la corrección monetaria, la diferencia no es significativa. Es decir, si Arcis hubiese recurrido al leasing back el 2004, se habría ahorrado conflictos, habría podido consolidar un genuino proyecto académico integrando a su Directorio a figuras de relevancia intelectual, y habría evitado tener que usar el vergonzoso resquicio legal de las inmobiliarias. ¿Por qué no lo hizo?
La razón sólo puede ser de fuerza mayor: el proyecto de crear una “universidad comprometida” aprovechando la Ley de Universidades del año 81. Sólo esta hipótesis explica la operación Inmobiliaria Libertad que, a diferencia de todas las demás de su tipo, no deja utilidades, pero otorga el control de la universidad misma. Ahora bien: ésta no es una mala razón, en absoluto. La izquierda, consecuente con la venerable tradición del marxismo-leninismo, jamás creyó en la universidad laica, pluralista (una universidad en la cual todas las ideas podrían en principio coexistir; en la cual las convicciones substantivas no contarían y sí, en cambio, lo harían los méritos académicos formales, como títulos, grados, publicaciones, investigación, etc.). De hecho, jamás ha habido en Arcis un académico que no sea “de izquierda”, como sea que este rótulo a estas alturas se interprete. De nuevo, para esto hay buenas razones. Porque para el marxismo-leninismo ese laicismo es, él mismo, una convicción substantiva, una ideología que, en su pretendida neutralidad, oculta su compromiso de fondo con el capitalismo liberal: lo hace al no distinguir entre ideas “correctas” e “incorrectas”: entre las que van en la dirección del progreso social y de la historia, y aquellas cuya verdad profunda sería el intento de bloquearlo. De hecho, la Reforma Universitaria de fines de los sesenta era vista por la izquierda en la perspectiva de “un avance hacia una universidad comprometida con el pueblo”, y no de un “mero” perfeccionamiento de la universidad laica.
Es curioso que Guillermo Teillier, en su Informe al Pleno del Partido Comunista de Chile del 21 de diciembre recién pasado, al referirse a la Reforma Educacional incluida en el Programa de Gobierno de la Nueva Mayoría, y más específicamente al “compromiso de carácter público” que las universidades, en virtud de este Programa, tendrían que suscribir para acceder a la “gratuidad total”, ponga a la Universidad de los Andes, y sólo a ésta, como exponente de aquellas instituciones que, según Teillier, no estarían dispuestas a firmar tal compromiso. ¿Por qué la U. de los Andes y no, por ejemplo, la U. de las Américas, controlada por una multinacional y, más encima, inacreditable? Y, además, ¿de dónde proviene la certeza de Teillier respecto esta universidad? Un psicoanalista respondería que se trata aquí de un caso de denegación: se niega, precisamente, lo que hay que ocultar. Porque la Universidad de los Andes, al igual que Arcis, es una universidad que responde a un proyecto que, por sobre el pluralismo laico, pone una concepción sustantiva de la vida, ligada a un cierto integrismo religioso; a una religión, el cristianismo, cuya afinidad con el marxismo-leninismo, para cualquiera que, contra el liviano espíritu de los tiempos, se atreva a rascar más allá de la superficie, es evidente. Pero, sin entrar en estas profundidades, la simetría está ahí: U. de los Andes y U. Arcis corresponden ambas a proyectos “ideológicos”; por ello, su objetivo no es el lucro. De hecho, U. de los Andes es dueña de su excelente infraestructura (incluye una de las mejores bibliotecas universitarias chilenas); también carece de sociedades relacionadas.
Pero aquí, lamentablemente, el paralelo se rompe. Porque U. de los Andes no ha necesitado recurrir a la bochornosa e inadecuada figura de la Inmobiliaria para ser lo que es, una universidad del Opus Dei. Recibe, por cierto, generosas donaciones; pero ¿por qué gente de fortuna ligada a la izquierda, como el mismo Max Marambio –y se podría hacer aquí una larga lista–, prefieren, en su momento, no donar a Arcis, sino prudentemente invertir asegurándose recuperar la inversión? Misterio.
Pero hay algo más: U. de los Andes es la universidad del Opus, qué duda cabe. Pero tampoco lo oculta. Y participa del sistema de acreditación, hace concursos públicos, obtiene fondos de investigación en buena lid. Es decir, participa del “laicismo ampliado”, figura bajo la cual se puede entender el actual sistema universitario chileno. En efecto, hoy en la práctica es imposible que una sola universidad, la “Universidad de Chile”, reproduzca en su interior todo el complejo pluralismo contemporáneo de los saberes y las profesiones. Si alguna institución quisiese reivindicar algo así, no sería una universidad, sino una feria.
El pluralismo laico contemporáneo sólo puede existir al interior de un sistema compuesto por múltiples y sólidas instituciones. Y de él participa la U. de los Andes; la Pontificia Universidad Católica de Chile viene haciéndolo hace siglo y medio, y en ella se ha educado una parte no menor de la élite de izquierda en las últimas décadas.
Con U. Arcis, el PC fracasa en su intento de instalar un actor en la escena del laicismo ampliado contemporáneo. Fracasa, y retorna a la vieja figura, históricamente superada, de la universidad estatal (“supersticiosa fe en el Estado”, es el diagnóstico de Lenin, en El estado y la revolución). Pero, como el ejemplo de U. de los Andes lo muestra, no es su carácter ideológico lo que lleva a U. Arcis al fracaso. ¿Qué es entonces? Aventuro una hipótesis: lo que fracasa es una cultura que la izquierda, por complejas razones, ha hecho suya en las últimas décadas. Llevada al terreno universitario, esta cultura no acepta horarios, plazos, calificaciones; tampoco diferencias basadas en el saber, en el esfuerzo. Así, bajo la mirada benévola de las “autoridades” (¡mala palabra!), los profesores terminan haciendo que como que enseñan –U. Arcis es una de las que peor paga a sus profesores taxi; y allí hay casi solamente profesores taxi–. A la vez, los estudiantes, que, con contadísimas excepciones, jamás llegan a la hora a clase, hacen como que estudian. Por eso, entre otras cosas, esta cultura no quiere liceos públicos de élite: igualdad ahora –igualitarismo pequeño-burgués, como alguna vez se decía– y punto.
Tal cultura, sorprendentemente, a lo que más se asemeja es a la decadente cultura de la aristocracia occidentalizada de la Rusia prerrevolucionaria, tal como es descrita por Tolstoi en Ana Karenina (la novela, no el film homónimo que, a tono con los tiempos, estetiza esta decadencia). Allí, bajo la mirada irónica de Tolstoi, se describe un mundo que, sin saberlo, ha comprado sólo la superficie de la cultura liberal: es decir, sus goces, pero no el trabajo duro que lo sostiene; éste último es despreciado, literalmente, por “burgués”. Es posible que el tiempo de la disipación –evito ex profeso la políticamente correcta expresión del filósofo Jacques Rancière: “tiempo de la emancipación”– sea la razón más profunda de la vida; de una vida que no es, en verdad, más que tiempo. Mas no se sigue de allí que la vida entera haya de ser disipada. Porque sin trabajo, no hay disipación; y esta misma –así lo aprendió Michel Foucault en los últimos años de su vida, cuando había ya contraído el SIDA– requiere de la disciplina, del “cuidado de sí”, que hace posible que los goces de la vida no se vayan tan rápido como se engulle una botella de vodka o una chela de a litro.
En esa Rusia, como dice la canción, “llegó Lenin y mandó a parar”. Súper mala onda, el loco ese.
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