Columna del día, El Mercurio, Domingo 01 de septiembre de 2013

Al concluir la administración Piñera, el próximo gobierno encontrará frente a sí una agenda educacional sobrecargada de expectativas y poblada de problemas y encrucijadas.

Expectativas : Unos discursos crecientemente inflados han convertido a la educación en la respuesta frente a los males del mundo contemporáneo: desigualdad e inequidad, pobreza, falta de movilidad social, violencia e inseguridad, incultura, abuso, individualismo egoísta, escasa participación, desconfianza, atraso tecnológico, baja productividad, conductas adictivas, inmoralidad, etc. A su turno, un estudio de la OCDE indica que el 70% de los jóvenes chilenos de 15 años estima que llegará a ocupar posiciones directivas y profesionales, sin duda una esperanza de improbable materialización.

Así, pues, la educación aparece ahora como la viga maestra para la sociedad del conocimiento; la madre de todas las batallas entre civilización y barbarie; la nueva religión de una comunidad que solo cree en los dioses de la ciencia, las estadísticas y las encuestas.

En medio de estas expectativas desbocadas, el nuevo gobierno deberá dirigir la educación en un momento de fuertes contrastes. Por un lado, un dinamismo pujante: altas tasas de participación y conclusión de los estudios; un elevado gasto anual en instituciones educativas, equivalente al 7,4% del PIB, y aprendizajes ascendentes (PISA, SIMCE). Por el otro, una acumulación de problemas serios no resueltos, junto con la necesidad de decidir cursos de acción para abordarlos.

Problemas : En el nivel pre-primario, una débil y fragmentada institucionalidad; calidad insuficiente de los servicios prestados y un desarrollo precario de la profesión parvularia. En el nivel escolar (K-12): sostenedores subvencionados (con más del 90% de la matrícula) impugnados y deslegitimados; educación pública de gestión municipal entrampada, sin que se vislumbren soluciones; educación privada con copago cuestionada, pero sin arreglos alternativos robustos; montos insuficientes de la subvención escolar, particularmente en la enseñanza media.

Además, hay múltiples asuntos de calidad pendientes: estatuto y carrera profesional docente, exceso de mediciones externas, currículo de la enseñanza secundaria poco relevante, dificultades en la educación media técnico-profesional, déficit de profesores de matemática, ciencias e inglés; necesidad de “dar vuelta” al menos mil colegios de bajísimo rendimiento, etc.

En el nivel superior o terciario, ausencia de una estrategia de desarrollo de mediano y largo plazo, incluyendo un esquema viable de financiamiento; falta de un gobierno eficaz para el sistema (ministerio de educación superior, ciencia y tecnología); necesidad de un nuevo trato para las universidades estatales que combine mayor apoyo con mayores exigencias de conducción y rendición de cuentas; carencia de un adecuado régimen regulatorio; procedimientos de admisión y selección inestables e insuficientes; imperiosa urgencia de restituir una acreditación seria y confiable; parquedad de programas formativos breves con apoyo de tecnologías digitales.

Llevar adelante estas complicadas tareas requiere un Mineduc mejor dotado, con mayores recursos humanos, tecnológicos, de conocimiento y financiamiento; un incremento significativo del gasto público de acuerdo a prioridades claras y criterios de justicia y eficiencia, y un sostenido esfuerzo nacional de magnitud y para mejorar la formación del personal docente en todos los niveles.

Decisiones : A su turno, abordar estos retos exige diagnósticos claros, fijar prioridades, tomar opciones, trazar una carta de navegación, implementar medidas y contar con los necesarios apoyos políticos, técnicos y de opinión pública requeridos para avanzar. Sorprende, por lo mismo, que a solo tres meses de la elección presidencial reine la incertidumbre en cuanto al futuro de la educación.

Prácticamente no hay propuestas programáticas formalmente declaradas, técnicamente fundadas y políticamente maduras. El debate público está reducido a un par de consignas de alta intensidad, pero con reducido impacto sobre la agenda real. Cunden la vaguedad y la confusión. Y nadie se ocupa de racionalizar las excesivas expectativas y de buscar acuerdos que permitan, mañana, avanzar