Mitos caídos
El campo del debate educacional es un campo de ruinas, como el Foro Romano. Se halla cubierto de mitos destruidos.
José Joaquín Brunner, El Mercurio, 15 de julio de 2012
Los mitos son creencias que perduran incluso después de haberse demostrado falsas, ya sea por la evidencia empírica o por mejores argumentos. Mitos caídos son aquellos que los creyentes han debido abandonar al aceptar aquellas evidencias o argumentos que los refutan. Mi hipótesis es que el campo del debate educacional es un campo de ruinas, como el Foro Romano. Se halla cubierto de mitos destruidos -conservadores y progresistas- como restos de fábulas abandonadas.
Del lado de los mitos conservadores se encuentran aquellos que sostienen que la plebe no necesita acceder a la escuela; que la universidad debe ser un recinto reservado para los herederos de la alta cultura; que el rendimiento académico de los colegios con gestión privada es siempre superior al de aquellos con gestión pública; que la calidad de los aprendizajes nada tiene que ver con el gasto por alumno; que para regular la conducta de los proveedores educacionales basta con la disciplina del mercado; que la competencia es suficiente para eliminar -por sí sola- las malas universidades y que el principal problema de nuestra educación obligatoria radicaría en la existencia de un estatuto docente. Estos mitos yacen ahora abatidos, desplomados en el suelo.
En la vereda opuesta, del lado de los mitos progresistas, han sucumbido otras tantas falsas creencias: que el Estado es el único ente capaz de ofrecer educación con equidad; que la gratuidad de la educación superior es un factor de nivelación, y no un privilegio para los ricos; que la gestión de las escuelas no sería un factor determinante de su efectividad; que en el caso de la profesión docente, es indiferente pagar el trabajo bien hecho, bastando considerar la antigüedad y estabilidad en el cargo; que la preocupación por el clima escolar y la disciplina en las escuelas es una preocupación meramente burguesa, y que basta con contar con profesores “acompañantes” de los procesos de aprendizaje, pues lo demás viene por añadidura.
Entre unos y otros mitos caídos, como hierba que comienza a aparecer entre los escombros, es posible descubrir la germinación de nuevos mitos.
Para los conservadores, el mito educativo emergente -importado desde los EE.UU.- proclama que una combinación de estándares curriculares altos y exigentes, junto con la aplicación continua de exámenes externos, garantizará resultados de excelencia. Se trataría, en breve, de someter a estudiantes, profesores y colegios al máximo de presión y, si fuese necesario, estimularlos y/o premiarlos con incentivos económicos.
Desde ya comienza a fluir la evidencia en contrario y a desplegarse una razonada crítica frente a este esquema conductista y de sesgo mercantil (véase, por ejemplo, los trabajos de Diane Ravitch a este respecto). Con todo, hay sectores en el oficialismo chileno que estiman que ésta sería la vía más corta hacia una mejor educación. Así nacen los mitos que luego deben caer.
Para muchos progresistas, en tanto, el nuevo mito tiene una sobrecarga de pretérito; consiste en la (equivocada) creencia de que bastaría con designar a la educación como pública y ponerla bajo el patronazgo del Estado para transformarla en un espacio libre, equitativo, homogéneo, integrador y acogedor.
Un espacio más allá de las clases sociales, las fuerzas de reproducción de las desigualdades de la cuna, los intereses egoístas, las pasiones del poder, las rigideces burocráticas, las tentaciones del mercado y las prácticas de selección, jerarquización y control introducidas por lo que los sociólogos llaman el currículo oculto de la escuela.
Tan peregrino idealismo de lo público-estatal viene siendo desacreditado y refutado desde hace medio siglo ya, en una línea argumental que corre de James Coleman a Pierre Bourdieu. Sin embargo, en Chile reaparece con renovado brío, a pesar de su anacronismo y falta de sustentación.
Tal es la fuerza de los mitos que mezclan sueños y deseos, sin reparar en la evidencia ni en los límites de la voluntad.
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