¿Qué es o debiera ser una universidad? Vigencia del ideal universitario
Con motivo de su nombramiento como Profesor Emérito de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el ex rector de dicha casa de estudios expuso algunos lineamientos que rescatan el sentido genuino de este concepto en la cultura occidental. No se trata de revertir la historia, sino de rescatar el sentido genuino de universidad.
PEDRO PABLO ROSSO, El Mercurio, 22 de abril de 2012
Existe un ideal que, con distintos acentos, busca encarnar los grandes proyectos de universidad propuestos en los últimos siglos: la universidad científica, concebida por Von Humboldt; la universidad humanista, imaginada por el cardenal Newman; la universidad constructora de cultura, de Ortega y Gasset; la universidad que cultiva un saber unitario, de Karl Jaspers; la universidad al servicio de la verdad, de Romano Guardini, y, más recientemente, la universidad forjadora de un nuevo humanismo, propuesta por Juan Pablo II.
¿En qué medida ese ideal universitario mantiene su vigencia? Esa es la pregunta que plantean los enormes cambios que han experimentado los sistemas universitarios del mundo durante las últimas décadas. Me refiero a la masificación de los mismos debido a la creación de una multitud de nuevas instituciones universitarias, muchas de ellas concebidas primariamente como empresas. Aunque estas universidades han permitido dar respuesta a una gran demanda insatisfecha por estudios superiores, contribuyendo así a “democratizar” los sistemas universitarios, es evidente que, en la mayoría de los casos, sus sostenedores han actuado con pocos miramientos por la calidad de esos proyectos educativos.
Actuando por presencia, puesto que en muchos países en vías de desarrollo representan un alto porcentaje de la oferta de educación terciaria, estos nuevos actores están legitimando socialmente un nuevo modelo universitario, aquel centrado, casi exclusivamente, en la formación de profesionales. En efecto, ya sea por falta de capacidad académica o por conveniencia económica, en estas universidades no se realiza o tiene escasa presencia la investigación, una actividad que debiera ser medular en una institución que se dice universitaria.
En uno de sus “Tres escritos sobre la universidad”, Guardini, en aparente alusión al “otro mundo” platónico del Fedón, afirma que la institución universitaria que renuncia a la investigación se cierra al ámbito supravital, permanente y luminoso de lo trascendente. Con ello desvirtúa lo que debiera ser su principal finalidad. En sus palabras: “Se transforma en una escuela profesional, que ciertamente tiene un significado práctico, pero que carece de un significado espiritualmente esencial”.
Obviamente, adentrarse en un tema con tantas facetas, como la naturaleza y fin de la universidad, excede los propósitos de este acto. En consecuencia, me limitaré a compartir con ustedes mi preocupación por el hecho de que la aceptación social que está alcanzando el nuevo modelo ha debilitado y menoscabado el ideal universitario tradicional, erosionando sus valores.
Siguiendo el análisis de Guardini, eso me lleva a plantear que la crisis que afecta al sistema universitario de nuestro país no es simplemente consecuencia de un problema estructural, como suponen algunos, sino que se trata de algo más profundo, verdaderamente de tipo existencial. Ha comenzado a eclipsarse el sentido original del ser y del quehacer universitario. Lamentablemente, lo mismo ocurre en muchos otros países con escasa tradición académica.
Prueba de lo que afirmo es la prevalencia en nuestra cultura de una mirada utilitarista, que concibe a la educación superior como mero commodity y a la universidad como una fábrica de profesionales y “capital humano avanzado”, o que sólo valora la investigación universitaria que conduce a la innovación competitiva.
No faltan tampoco quienes consideran un gran avance la gravitación social del nuevo modelo universitario, porque habría puesto fin al “elitismo” académico de los sistemas. Finalmente, en el mismo plano de ideas, hay quienes pretenden usar la universidad como ariete para proyectarse políticamente, o la victimizan mediante huelgas y otras acciones, en aras de lograr ciertos beneficios estudiantiles. Al respecto, el hecho de que las movilizaciones y “tomas” sean ahora parte del “folclor universitario” nacional, sólo puede reflejar la imagen empobrecida o espuria de universidad que muchas instituciones ofrecen a sus estudiantes.
En ese contexto, el debate sobre el futuro de nuestro sistema universitario, además de estar extremadamente ideologizado, resulta superficial, utilitario y cortoplacista. Por lo mismo, sostengo que para poder abordar adecuadamente los aspectos más problemáticos del sistema universitario chileno es necesario que primero calemos más hondo en nuestras reflexiones y nos preguntemos: ¿Qué es o debiera ser una universidad? ¿Qué instituciones deben llevar el nombre de tales? ¿Cuáles son las grandes metas morales, sociales, culturales y económicas que debieran ordenar la actividad universitaria de nuestro país?
Son interrogantes equivalentes a la cuestión de “¿Para qué existe, está ahí y tiene que estar la Universidad?” planteada por Ortega y Gasset como el tema básico a dilucidar, previo a iniciar acciones tendientes a reformar la institución universitaria. Responder estas preguntas, idealmente alcanzar un consenso nacional sobre los diversos aspectos que ellas plantean, aportaría el marco conceptual, hoy ausente, a partir del cual podemos definir nuestras prioridades nacionales en el campo de la educación universitaria, sin confusión de medios y fines…
No se trata de revertir la historia, sino de rescatar el sentido genuino de universidad y proclamar la vigencia de su misión e ideales, incluyendo la exigencia de calidad académica. Mientras tanto, las universidades que han nacido y se desarrollan orientadas por esos nobles ideales, que aspiran a ser las alma máter de sus estudiantes, sean añosas o jóvenes, tienen la responsabilidad de mantener encendidas las luces de la auténtica Universidad, aquella fiel a sus fuentes platónicas: la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza.
Recursos asociados en este Blog
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