Juventud, Estado y educación
Otto Dörr, De la Academia de Medicina, El Mercurio, Sábado 12 de Noviembre de 2011
La crisis educacional en nuestro país se ha extendido ya por casi seis meses, con gravísimas consecuencias para el país tanto a nivel nacional como internacional. Ante este cuadro, parece necesaria una reflexión que vaya más allá de las contingencias y se pregunte por la esencia de la educación. Una manera de acercarnos a ella sería revisar lo que ha sido la educación a lo largo de la historia de Occidente. Tomaremos tres momentos particularmente iluminadores: la Grecia clásica, la alta Edad Media y el siglo XIX europeo, en particular la idea de universidad desarrollada en Alemania por el gran humanista y creador de la lingüística, Wilhelm von Humboldt, hermano de Alexander, el naturalista.
El ideal de la educación griega era la enseñanza de la virtud (“areté”). Se educaba al niño y al joven para distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo bello de lo feo. En esta educación participaban los padres, la nodriza, el pedagogo y, por cierto, el Estado. Nunca hubo una competencia ni menos una rivalidad entre la educación estatal —que a partir de Sócrates fue democrática, vale decir, para todos— y la educación privada, a cargo fundamentalmente de los sofistas. El primer nivel de la educación era el conocimiento de la lectura, la escritura y el manejo de la lira. Luego venía la poesía y la música. Ésta desempeñó un papel fundamental en la educación griega, pues los helenos pensaban que la música reproducía la perfección del movimiento de las estrellas y practicarla era una forma de integrarse al orden del cosmos. Después venía la enseñanza de las matemáticas, la gramática y la retórica; luego, la filosofía y la tragedia y, por último, la política y la ética. Sócrates agregaría a las virtudes conocidas la “enkrateia” o capacidad de dominarse a sí mismo, para él “la base de todas las virtudes”. Ahora bien, Protágoras, el gran sofista y, por ende, educador privado, pensaba que el Estado era “la fuente de todas las energías educadoras”. Más aún, el Estado —y en eso coincide con Pericles— sería en sí una gran organización educadora que impregna de este espíritu todas sus leyes y todas sus instituciones sociales.
La educación medieval tiene mucho en común con la griega, pero el papel del Estado lo va a asumir la Iglesia. Fuera de la enseñanza del “trivium” y el “quadrivium”, las siete disciplinas clásicas heredadas de Grecia y Roma, lo esencial de todo proceso educativo en la Edad Media era el concepto de “Bildung” o formación, muy diferente de la “Ausbildung” (instrucción, especialización). Ahora bien, “Bildung” viene de “Bild”, que significa “imagen”. El significado más propio de la educación —tanto escolar como universitaria— era entonces la de formar el alma del educando en dirección a la imagen que Dios tiene de cada uno. La universidad humboldtiana, por su parte, estuvo inspirada en al menos tres principios: la búsqueda de la excelencia tanto del profesor como del alumno, el cultivo del espíritu (el famoso “Geist” alemán) y el encuentro del maestro y el discípulo en torno a la búsqueda de la verdad, tanto espiritual como científica, intentando ambos moverse siempre en los límites del conocimiento. Así es como todos los descubrimientos científicos y las doctrinas filosóficas que han determinado el mundo actual —desde Einstein y Planck hasta Hegel y Heidegger— surgieron al amparo de esa universidad.
Parece evidente que el tipo de educación que existe hoy en Chile dista mucho de los modelos mencionados. Observamos el desprestigio de la carrera de profesor, la casi desaparición de las ciencias humanas en la educación escolar, el predominio de la enseñanza de saberes prácticos, la aparición de múltiples “universidades” privadas que no hacen investigación y en las que se crean facultades según criterios puramente comerciales, a lo que habría que agregar una forma de financiamiento perverso, con endeudamientos elevados e intereses abusivos. El Estado chileno es responsable de haber permitido el desarrollo durante las últimas décadas de un sistema educacional que ha traicionado los principios fundamentales que han regido la educación a lo largo de la historia de Occidente.
Pero los estudiantes tampoco han estado a la altura propuesta por la tradición. Sus manifestaciones, marchas y tomas han mostrado violencia, vandalismo e irrespetuosidad, llegando al extremo de destruir iglesias y profanar monumentos en honor de nuestros héroes. Muy lejos se encuentra esta conducta de la “enkrateia” griega, de la “Bildung” medieval o del cultivo del espíritu en la universidad decimonónica. Pero hay otro punto del que los estudiantes son responsables: la escasa o ninguna capacidad de diálogo, porque como afirma el gran filósofo alemán y fundador de la hermenéutica, Hans-Georg Gadamer (1900-2002), “el verdadero diálogo es aquel que parte de la base que el otro puede tener la razón”, pues “…la dialéctica consiste no en buscar el punto débil de lo dicho por el otro, sino más bien en encontrar su verdadera fuerza”.
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