Ayudas estudiantiles: el camino hacia la equidad
Noviembre 24, 2011

Financial-Aid_content_full_width.jpg Columna de opinión publicada hoy 24 de noviembre en ediciones especiales de El Mercurio, en suplemento dedicado a becas y créditos estudiantiles.
Ayudas estudiantiles: el camino hacia la equidad
Los países –Chile entre ellos—buscan cumplir tres objetivos de política pública simultáneamente en el ámbito de la educación superior: (i) aumentar la cobertura y participación (más cantidad); (ii) mejorar la calidad de la enseñanza y el impacto de la investigación, y (iii) financiar de manera equitativa y eficiente el conjunto del sistema: instituciones, estudiantes, actividades y servicios.
Según ha dicho un reputado economista inglés, usualmente se logran solo uno o dos de estos propósitos, en perjuicio de los otros. Por ejemplo, alta calidad para una minoría con un gasto que favorece a los privilegiados por la cuna. O bien, participación masiva con gasto constante pero con deterioro de la calidad.
De acuerdo con la experiencia internacional, ¿cuál ha mostrado ser la mejor combinación para financiar de forma equitativa y eficiente cantidad y calidad a la vez? Simplificando, puede decirse que hay dos modelos exitosos. Uno de alta carga tributaria sobre la población con bajo costo de la educación terciaria para los estudiantes y sus familias: el modelo nórdico. El otro –de países como Australia, Corea, Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón– donde la presión tributaria es menor y la educación superior es cofinanciada por el Estado y los privados, incluyendo el pago de aranceles y tasas. El buen funcionamiento de este segundo modelo supone la existencia de un amplio y robusto esquema de ayudas estudiantiles.
Chile ha masificado su educación terciaria tratando de mantener y mejorar los niveles de calidad de ésta mediante un régimen de financiamiento que se asemeja al segundo modelo recién descrito. Significa que hay una baja carga tributaria y un financiamiento compartido entre el Estado y los estudiantes que se benefician de los estudios superiores y con la posesión de un título profesional o técnico, el cual da lugar a un positivo retorno monetario a lo largo de la vida.
Sin embargo, este régimen posee en Chile dos fallas fundamentales. Primero, el balance entre el aporte de recursos públicos y privados es inequitativo: exige demasiado a los estudiantes y sus familias, en tanto que el esfuerzo del Estado es mezquino. Segundo, el esquema de ayudas estudiantiles presenta severas limitaciones.
En efecto, si bien es cierto que ha hecho posible la rápida expansión de la educación superior y permitido un acceso creciente de jóvenes provenientes de los tres quintiles de menores ingresos, este esquema adolece de fallas en su organización, financiamiento, administración y recuperación de los préstamos. Así es: discrimina entre estudiantes con iguales necesidades y méritos según el tipo de institución donde se matriculan; las becas son escasas y no cubren más que el costo de los aranceles de referencia, no los reales; subsidia de manera insuficiente los créditos con aval del Estado, imponiendo a los futuros graduados un lastre intolerable; carece de un diseño eficaz para administrar las becas y créditos y, en el caso de los últimos, esto redunda en bajas tasas de recuperación.
La reforma discutida en estos días debería enfrentar estos problemas y resolverlos. El Estado debería aumentar significativamente los recursos públicos para becas que deben otorgarse en función de necesidades socioeconómicas y esfuerzo académico y cubrir también costos de vida, sin importar en cuál institución acreditada se matricule el alumno. Debe crearse un esquema universal de créditos estudiantiles, abierto a todos, con una tasa de interés fuertemente subsidiada y cuyo pago sea proporcional a los ingresos de la persona una vez que ingresa al mercado laboral. Y la administración de este esquema debe entregarse a una agencia pública independiente con personal elegido por la Alta Dirección Pública.
La adopción de estas medidas permitiría al sistema chileno de educación superior entrar en una nueva fase de mayor equidad y calidad con un adecuado financiamiento, más equitativo y eficiente.

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