Palabras leídas en ocasión del lanzamiento de la serie documental “1+1=infinito” de Prohumana, Cineteca Nacional, Santiago de Chile, 24 marzo de 2011.
Señoras y señores:
La prensa y los medios de comunicación en general, también la academia y las ciencias sociales, suelen caracterizar a las sociedades contemporáneas como sociedades de información o conocimiento; de opciones y diversidad; de redes o flujos, o como sociedades de consumo y espectáculo.
En cambio, raramente se las llama sociedades de aprendizajes y responsabilidades cuando, en realidad, su futuro depende—más que todo—de estas dos condiciones o virtudes.
En efecto, vivimos en un mundo cada vez más artificial—que significa hecho por arte e ingenio de hombres y mujeres—en donde las interacciones y relaciones de cualquier tipo dependen de la iniciativa y participación de las personas; de las elecciones que hacemos y los compromisos que asumimos; en breve, de los contratos que establecemos y que sirven para regular la acción individual y colectiva.
De hecho, el Estado, el mercado, las instituciones civiles—y la misma vida cotidiana—son un delicado entramado de opciones y contratos, más o menos duraderos o fugaces, mediante los cuales continuamente recreamos la sociedad y nuestras propias identidades.
Al contrario, los elementos fijos, dados, permanentes—aquellos que a lo largo de la historia han operado como anclas para las personas y las sociedades—se han debilitado, han desaparecido o necesitan justificarse ahora mediante argumentos y acordarse como parte de esos contratos que constituyen el mundo que habitamos.
Como ha dicho Ralf Daherndorf, un gran sociólogo alemán que durante años dirigió el London School of Economics, ampliar las opciones para un número creciente de personas en un número cada vez mayor de ámbitos de la vida es seguramente uno de los cambios fundamentales de la historia. Es la base del proceso y la experiencia que llamamos de la modernidad.
Con las opciones que se multiplican y las tradiciones y prescripciones que se debilitan—las antiguas anclas—las sociedades se transforman en sistemas abiertos, dinámicos e inciertos, donde las realidades parecen fluir al compás de las elecciones que realizan los individuos y de las decisiones que adoptan las organizaciones.
En estas circunstancias, muchas relaciones interpersonales antiguamente consideradas ‘sagradas’ tienden a contractualizarse, igual como ocurre con los vínculos laborales, las jerarquías estamentales, los servicios profesionales y el intercambio en casi todas las organizaciones, dentro y fuera del mercado.
Envueltas en algo que semeja un torbellino, las comunidades humanas que comparten la experiencia de la modernidad pronto descubren la necesidad deaprender y educar continuamente, con el deliberado propósito de elevar los niveles de responsabilidad social—sea empresarial, ciudadana o personal—en todos los ámbitos ahora sujetos a libre opción de los actores: en la convivencia familiar, la militancia política, la inserción en el medio ambiente natural y el mundo laboral, la participación en asociaciones e instituciones y la intervención en la esfera pública.
Si antes las sociedades reservaban la educación nada más que para una pequeña minoría, al punto de llegar a concebirse como el privilegia de unos poco, hoy se supone que una escolarización formal de 12 años es obligatoria. Confiere carta de ciudadanía y la certificación mínima para ingresar al mercado laboral formal. Y, crecientemente, se acepta que para poder desenvolvernos productiva y eficazmente como personas y ciudadanos, necesitamos aprender a lo largo de la vida.
La enseñanza de la responsabilidad social—de las personas, las empresas y demás organizaciones de la sociedad civil—es precisamente una de aquellas tareas continuas. Especialmente en sociedad donde las obligaciones, las normas, los compromisos y los valores son asumidos y compartidos libremente y ejercidos como resultado de una elección, y no por una imposición del pasado o por prescripción de una autoridad externa a la conciencia de los individuos o de la cultura de las organizaciones.
Hacer sustentable a este tipo de sociedades—y el medio ambiente en que ellas se desenvuelven—es ahora, primaria y esencialmente, un asunto de responsabilidad social que depende exclusivamente de los miembros de la comunidad nacional y global.
Los educadores saben que nada hay más difícil, sin embargo, que educar en y para la responsabilidad. Pues esta no es una cuestión solamente curricular, o de una eficaz gestión de los procesos de enseñanza, o de la aplicación de determinados esquemas y métodos pedagógicos.
Más bien es una parte de aquello que en la literatura especializada de mi profesión se conoce como el ‘currículo oculto’ o ‘invisible’; es decir, el conjunto de prácticas, procesos, valores y modelos que la escuela transmite tácitamente, dentro y fuera de la sala de clase, a través de las conversaciones que entretejen la jornada escolar, del comportamiento de profesores y pares, en fin, de la cultura de la organización.
Más que por los medios institucionales de la docencia y la comunicación curricular en la sala de clase, es a través de estos otros dispositivos que, de una manera muchas veces imperceptible, se transmiten conductas responsables, sentidos de vida, nociones éticas, disciplinas virtuosas, y se cultiva una sensibilidad por aquello considerado bueno, hermoso o valioso.
Además, esta enseñanza—y los correspondientes aprendizajes—no tienen lugar en el colegio únicamente o solo en instituciones formalmente dedicadas a la formación. Son parte de la vida; se inician en el hogar, junto con la adquisición del lenguaje, en el seno de una familia, para luego desarrollarse a lo largo del tiempo en la escuela y la universidad, pero también en el trabajo, el consumo, en medio de los amigos y parees, en la participación ciudadana, las experiencias culturales y religiosas, en la esfera del consumo y de los medios de comunicación.
Prohumana, a través de la serie documental “1+1=infinito: mis acciones causan efectos” que hoy presentamos, busca contribuir a dicha tarea—también infinita—de educar en y para la responsabilidad social.
Para ello utiliza las tecnologías más avanzadas de información y comunicación y un enfoque pedagógico dirigido a variados públicos, con el objetivo de mostrar, acercar, difundir y generar conciencia—a través de imágenes, relatos, testimonios y ‘casos’—de actuaciones responsables en diversos sectores de la sociedad y de cómo estas acciones hacen posible su desarrollo sustentable.
Los ámbitos de estas demostraciones didácticas tienen variados orígenes: desde las prácticas de alimentación—respecto de las cuales tanto se discute en estos días a propósito del estado físico de nuestros niños y jóvenes—hasta la arquitectura sustentable; desde el ámbito de la innovación hasta el del reciclaje.
Efectivamente, se busca así cubrir un extenso arco de experiencias y actividades donde la responsabilidad social empresarial y ciudadana es un factor crucial, dando la oportunidad, a la vez, de que cada cual encuentre una situación significativa para su propio proceso de aprendizaje.
También los medios tecnológicos empelados permiten cubrir un amplio espectro de modalidades de comunicación y facilitar ‘aprendizajes ampliamente distribuidos’, como está de moda decir, recurriéndose para tal efecto a páginas web, You Tube, Twitter, Facebook, Blogs, etc., en todos los cuales Prohumama está presente con sus actividades, sus servicios y valores.
En suma, Prohumana pretende—a través de este nuevo aporte a la formación de una cultura de la responsabilidad social, a nivel ciudadano y corporativo—coadyuvar en la esencial tarea formativa que tiene la sociedad chilena en su conjunto.
Y quizá sea esto lo que más merece destacarse y así lo hago yo para concluir.
Por demasiado tiempo, nuestra sociedad—muchas de sus familias, organizaciones de todo tipo y dirigentes de diferentes persuasiones, tal como ha ocurrido también en otras partes del mundo—han ido transfiriendo y concentrando las funciones formativas en el sistema escolar.
Se ha difundido la idea de que correspondería a la escuela hacerse cargo de todos los aspectos de la formación humana, retrotrayéndose las demás partes de la sociedad sobre sí mismas y reduciendo su compromiso educativo.
Esta evolución trae consigo, como consecuencia, especializar institucionalmente la educación, concentrándola cada vez más en el desarrollo de las competencias cognitivas, aquellas que miden el Simce, las pruebas internacionales como Pisa y la PSU.
En cambio, los demás propósitos de la formación humana a que toda sociedad debe aspirar—la educación del juicio moral, la comprensión de los otros, el cultivo de la inteligencia emocional, el desarrolla de la apreciación estética y las disciplinas de la responsabilidad; en fin, la capacidad de vivir una ‘vida examinada’ como la llamaba Sócrates—todo esto tiende a desvanecerse y crea un vacío en la cultura de la comunidad.
Al final del día, el horizonte cultural se estrecha y la conciencia moral enflaquece.
En estas circunstancias se vuelve difícil, sino imposible, el aprendizaje de la responsabilidad social. Pues ésta no es hija exclusivamente de unas competencias cognitivas y de la razón analítica—como reiteradamente mostró el siglo XX donde la razón burocrática, el conocimiento científico y la tecnología llegan a la cima del poder junto con desencadenar los mayores horrores y devastaciones—sino que supone, esencialmente, una formación en humanidades y en el ejercicio de los compromisos sociales.
Nuestra esperanza es que el esfuerzo realizado por Prohumana a través de esta serie documental contribuya también a reanimar esta visión de la educación y del aprendizaje como partes integrales de una sociedad que se hace responsable de su propia sustentabilidad.
Muchas gracias.
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