Aproximaciones a las propuestas y desafíos de la sociedad civil en Educación Superior
José Joaquín Brunner
Versión transcrita de una presentación oral realizada con ocasión de la Primera Jornada de Trabajo Conjunta de Convocantes y Consultores realizada por el Foro Aequalis de Educación Superior, en la Universidad San Sebastián, Santiago de Chile, 12 enero 2011.
Publicado el 20/1/2011 en el sitio del Foro Aequalis
El planteamiento clásico sobre el funcionamiento del campo de las políticas públicas en educación superior la dio, hace 25 años, Burton Clark: un campo de fuerzas donde inciden el Estado, las corporaciones institucionales y los mercados, y las políticas se desarrollan y el sistema se gobierna y se coordina a partir de este campo de fuerzas. Dependiendo si las instituciones están más cerca del Estado, las políticas tienen ciertas características; si las corporaciones (académicos, autoridades institucionales) tienen gran incidencia en las políticas, éstas adquieren otras características, y cuando son las fuerzas de la competencia y los mercados las que inciden en lo fundamental en el desarrollo del sistema, hay que pensar las políticas de un modo distinto.
En Chile es relativamente fácil apreciar que los tres polos de este campo de fuerzas interactúan. Las políticas de admisión y de acceso, por ejemplo, son materias de decisión casi exclusiva de las corporaciones. Las instituciones deciden además acerca de la oferta de programas, qué tipo de títulos y grados se ofrecen. El Estado, por su parte, cumple un papel importante en la medida en que los gobiernos son los principales promotores de las políticas (de su diseño, formulación, implementación y evaluación); pese a que en Chile los mercados tienen una enorme influencia, hay un gran abanico de políticas que provienen del gobierno.
Por último, los mercados tienen una forma distinta de operar respecto de la política, por lo que a veces cuesta comprender que sean factores que orientan y coordinan el desarrollo del sistema. Estos mercados son varios, algunos internos como el de estudiantes o el de profesores, otros externos como el laboral. Buena parte del emparejamiento entre oferta y demanda en Chile se hace estrictamente al interior del mercado y sus mecanismos; además, buena parte del financiamiento del sistema en Chile es estrictamente regulado por el mercado (el financiamiento privado es cuatro veces superior al público). El financiamiento, que suele entenderse como un gran instrumento de política, ha sido traspasado en Chile a las operaciones de intercambio en el mercado.
Puestas así las cosas, podemos pensar ahora en qué papel juega la sociedad civil. Y la respuesta clásica de Hegel es que la sociedad civil es, en buena medida, el mercado: en las sociedades capitalistas lo que no ocurre en el Estado, en el ámbito de la sociedad política, ocurre en el mercado, siendo expresión de la sociedad civil. La otra gran operación de las sociedades civiles contemporáneas ocurre en la opinión pública canalizada a través de los medios de comunicación de masas. Así, el complejo campo de la sociedad civil, proyectado a veces como el de los movimientos autónomos y de grupos con grandes ideales, es básicamente el campo de operaciones de los medios en la esfera de la opinión pública (que agrega opiniones individuales, opiniones editoriales, de ese grupo de profesionales especializados que son los periodistas) y de los mecanismos de mercado que guían las preferencias individuales.
Entonces, ¿qué puede hacer la sociedad civil frente a este contexto de mecanismos y de fuerzas? Lo primero es producir y presionar para que otros produzcan información que haga transparente el sistema: eso ayuda a los estudiantes en su elección de carrera, cuando tienen que enfrentar el mecanismo relativamente automático y anónimo del mercado. Por ejemplo: la “sociedad civil” alemana, financiada por la fundación Bertelsmann que proviene de los grandes medios de comunicación, y por la fundación privada Che, creó más ranking completo del mundo para escoger carreras, pues antes de elegir un programa se elige el ranking con que éste se escogerá. Frente a 80 variables que clasifican a las carreras, lo primero es decidir las variables: quiero estudiar en una universidad y carrera que reúna el mejor puntaje en seis variables que me interesan, y el sistema entrega un ranking de carreras de acuerdo a ellas; otro estudiante en cambio va a tener otro ranking, porque le interesan cuestiones distintas. Así, nunca va a haber un ranking de universidades o un ranking unidimensional de carreras. En Chile no tenemos algo así, siendo que tenemos uno de los mercados más asimétricos y más opacos que existen, y la sociedad civil puede tomar como tarea propia ayudar a la libertad de elección de los estudiantes o empleadores.
Otra cuestión fundamental señalada por Kirschmann es que frente a los mercados hay tres grandes estrategias: exit (salida de los mercados, cambio de producto), loyalty (aferrarse a una marca y serle leal) o voice (levantar la voz), y este último me parece un papel que puede jugar la sociedad civil o sus organismos representativos: potenciar la voz de los individuos o agrupaciones que se mueven en el mercado, agregando voces en su interior. Cada vez que se crea un organismo denunciante en la protección del consumidor, va quedando una cultura de defensa de los usuarios de servicios de la educación superior. El Estado puede apoyar esto reforzando agrupaciones de defensa o creando superintendencias, pero nada de aquello funcionará si no hay expresiones potentes de sociedad civil, sobre todo en momentos en que el movimiento estudiantil está debilitado (entre otras cosas, por las mismas fuerzas de mercado y donde la organización de demandas dirigida al MINEDUC ya no tiene la efectividad de antaño, dado que el peso de coordinación del sistema ya no está ubicado en ese organismo).
El estudiante busca tener voz frente al centro de gravedad del sistema, y hoy acude directamente a la oferta, a su institución: ¿cómo evito que una universidad me estafe? Eso es esencial en un mercado con información tan asimétrica como el nuestro, y ya Stuart Mill decía que no hay ningún mercado que se preste tanto para la estafa como el de la educación, por lo que se debe contar con mecanismos de información adecuados que reduzcan esos riesgos. Cuando en Chile ocurrió la venta de criminología, o cuando universidades vendían pedagogías muy baratas, no había voces que se levantaran. No lo hicieron las autoridades de las corporaciones, porque se defienden como entre pares, y no hubo rector ni CRUCH ni asociación de universidades privadas que valiera; nadie escribió una carta al diario reclamando y proponiendo producir información que ayude a minimizar estos problemas.
Finalmente, está la labor de producir conocimiento, donde se combina la sociedad civil con los investigadores y, por lo tanto, las corporaciones también juegan un papel. Tenemos una estructura de investigación educacional muy débil, y no tendríamos nada si no fuera por el aseguramiento de calidad, por unos pocos investigadores profesionalmente dedicados o por un par de proyectos Fondecyt. En realidad, lo que sabemos sobre nuestro sistema es muy poco, hay poca demanda de conocimiento y el conocimiento no se mueve todo lo rápido que somos para convocar seminarios y foros. Es más fácil convocar a reuniones que llevar a ellas conocimiento nuevo, y a estas alturas necesitamos más conocimiento acerca de cómo funciona nuestro sistema. De lo contrario, seguiremos creyendo entender el funcionamiento del sistema cuando lo que tenemos son prejuicios, potentes ideologías, pero no conocimiento real y empírico. Llevamos años dándonos vueltas sobre lo mismo y no logramos conectarnos con acciones transformadoras.
Tampoco debemos caer en la ilusión de que si tuviéramos buen conocimiento y buena información, sumado a cierta organización de la sociedad civil, rápidamente se podrían obtener las metas propuestas: como dijimos, este es un campo de fuerzas donde hay intereses de todo tipo (ideológicos, religiosos, corporativo-institucionales, políticos) que están entreverados con esta enorme estructura que es la industria de la educación, industria muchísimo más permeada por valores, ideales y aspiraciones culturales que cualquier otra. Las misiones de las empresas no interesan mucho: lo que importa es el balance. Pero de una universidad interesa especialmente lo que dice su misión, porque son formadoras de personas y de élites, de grupos influyentes en la sociedad.
Efectivamente hay que tener diagnósticos, y el que más se echa de menos es el de las fuerzas reales que mueven el sistema. Ojalá llegáramos a tener una visión común acerca las competencias profesionales, pero más importante es tener visión acerca de qué hacen y qué harán en Chile las empresas frente al intento de avanzar en un régimen nacional de competencias; de cómo se van a comportar nuestros partidos políticos; de qué van a decir las instituciones en este terreno. Esos son los actores reales del juego, y la tarea es hacer diagnósticos de fuerzas para poder tener éxito con las ideas. Esa concepción de que, en el mercado libre de las ideas, las mejores expulsan a las peores, no es real porque las ideas van unidas a personas, organizaciones, recursos que las movilizan, condicionantes de los medios de comunicación, alianzas entre grupos, y por lo mismo buenas ideas muchas veces fracasan al no tener el aparataje que les permitan llegar a tener su potencia ya no teórica, sino que práctico-transformadora.
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