Notas preparadas a requerimiento de una revista para un artículo sobre la vida en el año 2100.
Igual como en la edad media o a comienzos del siglo XXI, en 2100 los niños seguirán siendo educados, básicamente, en la escuela durante un período de 8 a 14 años; luego de haber sido acunados por su familia en el hogar y de haber sido atendidos desde los 2 a 3 años en jardines infantiles. En esta etapa de la vida, o al menos hasta alrededor de los 12 años, habrá pues “más de lo mismo” cuando celebremos el tricentenario de la República.
Algunos énfasis, sin embargo, serán distintos ya en esta primera educación o educación primaria: las niños y niños trabajaran desde el primer día de la escuela con medios digitales, tendrán más horas de jornada escolar fuera de los muros de su colegio que dentro, y la familia estará más involucrada en los procesos de aprendizaje de sus hijos (entre otras cosas, pues la gran mayoría de las madres y padres tendrán educación superior completa). También los horarios serán más flexible y los currícula y las experiencias escolares más variadas. Lo mismo ocurrirá con la composición del alumnado de los colegios: será más diversa y menos segmentada que ahora; con más alumnos venidos de países vecinos y de otras regiones del mundo; y todos usarán el inglés como segundo idioma, aunque habrá una fracción creciente que se interesará por estudiar chino.
Otras cosas, en cambio, permanecerán y serán semejantes a como hoy son: habrá textos escolares impresos, solo que entonces mejor conectados a las redes y a los simuladores digitales; existirá más de un profesor por sala de clase; aún se tomarán exámenes y se rendirán pruebas; habrá problemas de manejo de disciplina y alumnos que aprenden a muy distinto ritmo. Esto último será un problema menos agudo que hoy, pues habrá menos estudiantes por sala de clase y la enseñanza, por lo mismo, será más personalizada. Nadie hablará ya de educación pública o privada; en Chile, a partir del año 2033 todos los colegios habrán pasado a ser de gestión privada a la vez que toda la educación será pública; es decir, financiada por el estado (los impuestos de las personas y las empresas), impartida por colegios que se hacen responsable por los resultados de los alumnos, transparente en su gestión y manejo de recursos.
A partir de los 12 años –y a medida que las personas crecen y se desarrollan (hasta vivir más de 100 años en promedio)– la educación se parecerá menos y menos a la de hoy. Habrá miles de vías distintas para formarse y la formación continuará a lo largo de la vida de las personas, bajo decenas de diferentes modalidades, formales y no formales, combinadas con el trabajo o con las horas libres, en contacto con profesores-humanos o maestros-máquinas-virtuales, en espacios presenciales y a distancia, y con una intensa combinación de tecnologías del conocimiento, la comunicación y el aprendizaje. Los diplomas tendrán menos valor e importancia que en el siglo XX y las personas podrán recurrir a diversas instancias donde probar sus competencias en muy diversas disciplinas, artes y oficios. Cada cual tendrá una suerte de pasaporte donde quedarán registrados sus “demostraciones de habilidad”, las que servirán para dar una señal a potenciales empleadores y para desempeñar variadas funciones y roles en la sociedad.
No habrá pues una separación tajante entre la educación media y la educación superior, ni entre ésta y las demás formas de enseñanza y aprendizaje a que recurrirán las personas durante su existencia. La propia idea de una “carrera”, hoy tan asentada en la cultura, habrá desaparecido para dar paso a la noción de trayectorias o itinerarios o recorridos, pues el mundo laboral será completamente distinto, con menos horas asalariadas, menos estabilidad en las ocupaciones, más variedad y flexibilidad de desempeños. La gente cambiará al menos 10 o más veces de posiciones ocupacionales durante su vida laboral (que será de al menos 65 años) y tendrá que renovar continuamente sus conocimientos, pues en todas las disciplinas y artes y oficios operará algo así como una revolución permanente de los saberes y de las prácticas.
Una parte creciente de esta educación hecha de múltiples y disímiles procesos tendrá lugar a través de las redes digitales y, por ende, alcanzará dimensiones globales. La información será tan abundante que una parte importante de la fuerza de trabajo estará dedicada a filtrarla, seleccionarla, limpiarla, utilizarla y reutilizarla. Se hablará de contaminación ambiental también en términos informáticos (o sea, el famoso Tratado de San Pedro de Atacama del año 2098) y los conservadores exigirán terminar con la “pornografía informativa” y “el consumismo” en este ámbito, declarándose abiertos partidarios de la mano dura con respecto a las fuentes informativas que estarán diseminadas en millones de nodos de las redes.
En fin, la vida será más semejante a un torbellino que nunca antes en la historia y, por eso mismo, habrá grandes tensiones con respecto a la estabilidad de los sentidos, el significado de la vida y la duración de las relaciones humanas (el censo del año 2095 mostró que solo un 5% de las personas contraen matrimonio legal, pero que el 75% de las parejas son más duraderas que lo indicado por el censo de 2075). En efecto, todo parecerá más fugaz y leve y más amenazado por las sombras de la muerte, a pesar de que la vida durará más que antes y que las terceras y cuartas edades pesarán cada vez más en las sociedades debido a su mayor participación en la demografía global. Las religiones habrán vuelto por sus fueros, no sólo los monoteísmos de las llamadas grandes religiones, sino múltiples dioses locales que comandarán la lealtad y la devoción de las comunidades, a la vez que las contrapondrán a veces en odiosas reyertas y peligrosos conflictos.
Las personas serán más educadas en todas partes del mundo pero no por eso menos agresivas ni más felices. Serán más informadas pero no más sabias. Tendrán a su disposición más conocimientos (especialmente a través de chips especializados, que podrán operar implantados en el cuerpo o, a la manera de un disco duro externo, fuera de él pero conectado a toda hora a los archivos de la mente humana); sin embargo, igual sufrirán penas de amor y dolores de parto y, ay, el espejismo de que no hay nada nuevo bajo el sol, vanidad de vanidades.
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