Columna de opinión publicada en la sección Educación del diario El Mercurio, 1 de marzo 2009.
Aprender y formar
JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER
Con el inicio del año escolar se pone en movimiento la mayor organización con que cuenta la sociedad; aquella encargada de socializar a las nuevas generaciones en una cultura de conceptos, hábitos y orientaciones compartidos. Al unísono se abren las puertas de miles de aulas que, tras las vacaciones, vuelven a llenarse de vida.
¿Qué esperan las familias y la comunidad de estos procesos? Por lo pronto, que sus hijas e hijos adquieran las competencias claves: comprensión de textos escritos impresos y digitales; uso del lenguaje para comunicarse, convivir y trabajar con los demás; y dominio de las tecnologías básicas del conocimiento disponibles. Además, esperan que el colegio los forme en un sentido más amplio, desarrollando su carácter, enseñándoles a ejercer su juicio moral, a discernir valores y asumir las responsabilidades propias de un agente autónomo.
Sin duda, el sistema escolar ha progresado en el abordaje de ambas tareas. Sobre todo, ha puesto fin al carácter excluyente que caracterizó históricamente a la educación chilena. Enseguida, ha mejorado las condiciones del aprendizaje con la extensión de la jornada escolar, la modernización curricular, la ampliación del equipamiento didáctico y las bibliotecas de aula, la introducción de la informática educativa, la diferenciación de la subvención escolar a favor de los niños de menores recursos, etc.
Con todo, estos avances distan de ser suficientes y sus resultados no satisfacen a la sociedad ni, muchas veces, a los propios alumnos.
Por el lado del aprendizaje, los logros de los estudiantes chilenos son modestos en comparación internacional y altamente desiguales según las características socioeconómicas y culturales de sus hogares. Para avanzar en este frente se requiere: incrementar drásticamente el gasto público por alumno; cambiar íntegramente los parámetros de la profesión docente (su reclutamiento, formación inicial, inducción al trabajo, carrera y estatuto docente, retribución, evaluación y desarrollo profesional); mejorar la gestión de las escuelas y reforzar el rol de sus directores, y completar las reformas legales que se vienen discutiendo desde hace tres años, en particular, el establecimiento de una Agencia de Calidad y una Superintendencia de Educación.
De mayor envergadura aún son los desafíos que por el lado formativo enfrenta nuestro sistema escolar. En este frente, los colegios se hallan puestos en una situación más desfavorable que nunca.
No cuentan ya con el apoyo de las familias, cuyo rol formativo se ha debilitado en la mayoría de los hogares, ni cuentan tampoco con el sostén de una cultura (un núcleo de valores) en condiciones de orientar la conducta social. Más bien, existe una abigarrada diversidad de dioses, concepciones de mundo, ídolos y ofertas valóricas que compiten por la devoción de las nuevas generaciones. Reinan la confusión y la incertidumbre. En estas circunstancias, los padres exigen a los colegios que afirmen un claro principio formativo que ni ellos ni la sociedad ofrecen. Al iniciar el año escolar conviene tener presente estas tensiones y contradicciones que nos acompañarán por varias décadas.
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