Selección de artículos sobre el tema, partiendo por la columna del padre Berríos, “Extranjero en su País”, publicada en la Revista del Sábado, 3 enero.
Además se incluyen:
El rol de las universidades, columna de Andrész Benítez, Rector UAI, 8 enero
La verdadera formación universitaria, columna de Ernesto Silva, Rector UDD, 10 enero
Un debate pendiente, carta del P. Felipe Berríos, SJ, 10 enero
Universidades cota mil: sobre la necesidad de nuevas categorías, posting, 11 enero
Modos de vida y distribución espacial, editorial, El Mercurio, 11 enero
Alumnos “cota mil” responden a la polémica: “Hay mucha discriminación“, reportaje, El Mercurio, 11 enero
Un debate urgente, carta de la Diputada Carolina Tohá, 14 enero 2008
Cotas altas, cotos exclusivos, columa de José Joaquín Brunner, 18 enero
Universidades cota mil, columna de Carlos Peña, 18 enero
En Defensa del Padre Berríos, columna de Cristóbal Orroego, 18 enero
Extranjero en su país
Felipe Berríos
Sábado 03 de Enero de 2009
El Mercurio, 3 enero 2009
Me invitaron a exponer en un programa de posgrado de una universidad que queda cerca de la cota mil de la cordillera santiaguina. Acepté de inmediato, pues era una novedad ser invitado a esa universidad y tenía ganas de conocerla. Además, para ese día estaba anunciada una protesta estudiantil en varias ciudades del país así que probablemente la actividad laboral sería poca.
Un universitario voluntario en un campamento, y que conocía el lugar adonde iba, me ayudó dibujándome un improvisado mapa para llegar. Siguiendo las indicaciones al pie de la letra tuve que atravesar el centro como me lo señalaba el dibujo para tomar una autopista expedita que atravesaba la ciudad.
Entonces me vi en medio de la revuelta estudiantil que ya se esparcía por todo el centro de la capital donde se concentran varias universidades formando verdaderos barrios universitarios. El tránsito era constantemente interrumpido y desviado tratando de capear los carros policiales que arrojaban agua y gases lacrimógenos destinados a los estudiantes pero que alcanzaban a todos. Era una verdadera batalla campal.
Abrirse paso en medio del caos fue una odisea de mucha tensión. Los lienzos y pancartas que aún estaban en pie en un lenguaje no muy académico denunciaban lo que los universitarios exigían. Los jóvenes pedían garantías para que a los estudiantes de más bajos recursos económicos no se les pusieran obstáculos monetarios para poder seguir estudiando. El torrente de autos que dificultosamente se abría paso entre piedras, agua, gritos y jóvenes corriendo en estampida me condujo milagrosamente a quedar detrás de un camión tolva. Protegido por este gigante que me servía de escudo logré alcanzar la autopista.
La excelente carretera y el certero plano me condujeron en unos veinte minutos al destino. A llegar allí, sin embargo, parecía que me había salido del país. Ni las anchas avenidas rodeadas de verde, ni las grandes playas de estacionamiento podían contener el mar de automóviles que rodeaban la universidad como un centro comercial en vísperas de Navidad.
Entrar a esa universidad era como entrar en otro mundo. No había jóvenes gritando, ni gas lacrimógeno, ni agua, ni carabineros, ni menos pancartas. Sólo un silencio de cementerio que un amable señor que me esperaba interrumpió para conducirme al lugar de la reunión. Mientras caminábamos, a través de los ventanales, se veían grupos dispersos de estudiantes que alegremente conversaban en unos cuidados jardines. Me sentía extranjero en mi propio país pues parecía que la efervescencia estudiantil que había vivido hace poco había sucedido en un lugar muy lejano.
Me pregunté ¿qué visión del país tendrá el profesional que salga de esa universidad?, ¿qué vida universitaria tendrá quien tal vez estudió en un colegio de la zona, donde probablemente quede también su casa y entra a esa universidad?, ¿qué diferencia hay entre una universidad así y un colegio particular?, ¿bastará mirar la ciudad desde lo alto y luego enterarse de lo sucedido en ella por las noticias?, ¿será ese el lugar más adecuado para que se forme un universitario?, ¿cómo se llegará a una universidad así sin automóvil?
Si se incluyeran estas preguntas en la PSU tal vez los puntajes nacionales serían distintos.
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El rol país de las universidades
ANDRÉS BENÍTEZ
Rector Universidad Adolfo Ibáñez
El Mercurio, 8 enero 2009
Me invitan a participar del debate que ha motivado la columna de Felipe Berríos sobre universidades “cota mil”. Lo hago no porque sea la Universidad Adolfo Ibáñez la aludida por el columnista -de hecho, no lo es-, ni porque quede también sobre la cota mil en los cerros de Peñalolén. Lo hago porque pienso que, más allá de las críticas que pueda suscitar la opinión del padre Berríos, ésta es una buena ocasión para reflexionar sobre un tema que es muy de fondo: el tipo de profesionales que están formando las universidades. Y, para ser más precisos, la vinculación que tengan dichos profesionales con los grandes temas nacionales, sean éstos de carácter social, político o económico.
Y si bien pienso que ése es el tema fundamental de la columna de Felipe Berríos, no quiero abordarlo sin antes aclarar algunos conceptos que, a mi juicio, pueden confundir el debate. Primero, éste no es problema de las universidades “cota mil”. En otras palabras, no podemos quedarnos en la ubicación geográfica de las casas de estudios. Baste recordar que hasta hace unos años, la Escuela de Economía de la PUC quedaba en Los Dominicos, y de ahí salieron varias generaciones de economistas que han marcado el debate público en la historia reciente de Chile. O, si la ubicación es tan relevante, cómo se puede explicar que del bucólico campus Lo Contador de la misma universidad, en Pedro Valdivia Norte, haya salido “Elemental”, proyecto de viviendas sociales distinguido en todo el mundo y que ha elevado la calidad de vida de muchas familias en Chile.
Segundo, tampoco debe ser un debate entre universidades privadas, tradicionales o públicas. Esta es una definición que ya no corresponde, toda vez que algunas universidades privadas no sólo figuran entre las mejores del país, sino que, además, algunas de ellas han tenido un papel gravitante en temas país, como lo fue en su oportunidad la Universidad Diego Portales y la Reforma Procesal Penal.
Despejadas esas dudas, vamos al tema de fondo. Las universidades siempre han tenido un doble rol. El primero fue expuesto con claridad el día de ayer por el profesor Joaquín García-Huidobro, de la Universidad de los Andes, y que se refiere básicamente a entregar una educación de excelencia, lo cual requiere, necesariamente, un ambiente de reflexión, propio de la investigación y la enseñanza, que por sus tiempos, muchas veces provoca una cierta “lejanía” con la contingencia. En este sentido, sería un error el que las universidades vincularan el saber con lo que sucede hoy, porque en un mundo en constante cambio, los alumnos deben prepararse para desafíos de todo tipo, muchos de ellos desconocidos.
Teniendo esto claro, también es cierto que las universidades -sean públicas o privadas- tienen un papel adicional, en el sentido de formar personas que estén preparadas y dispuestas a realizar un aporte país. Esto es, desde el puesto en que estén, colaborar con la solución de los grandes temas que enfrenta la sociedad. Por algo, las mejores universidades del mundo se jactan siempre de aquellos ex alumnos que han sido presidentes, ministros o parlamentarios. Y también de aquellos que, desde el ámbito privado, han aportado al debate de los temas país.
En la Universidad Adolfo Ibáñez, éste ha sido un tema central a lo largo de su historia. Buscamos formar profesionales de excelencia, pero entendiendo que su labor no se remite a su ámbito personal, sino con conciencia país. Queremos, en definitiva, que nuestros alumnos sean un aporte para la sociedad. Y, al igual que la transmisión del saber no se obtiene gratis, sino que producto de acciones concretas y mucho esfuerzo, vincular a los alumnos con los grandes temas nacionales es una tarea compleja, especialmente en un mundo tan individualista como el que vivimos.
Por ello, fomentar sin restricciones debates rigurosos acerca de todos los grandes temas nacionales; incentivar a los alumnos a que participen sin temor de ellos con soluciones creativas; vincularlos en su período universitario con otras realidades sociales, políticas, incluso valóricas, aparece como fundamental. Este rol país de las universidades debe ser parte esencial de su misión educadora. Entonces, si uno limpia el tema de la cota mil, la pregunta del padre Berríos es del todo pertinente. ¿Están las universidades cooperando en la tarea de romper la apatía sobre los temas nacionales y que caracteriza a casi toda la sociedad, incluyendo a los padres de muchos alumnos? Una interrogante que sin duda deben abordar todas las universidades, de la cota cero a la mil, sean privadas o públicas.
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La verdadera formación universitaria
ERNESTO SILVA BAFALLUY
Rector Universidad del Desarrollo
El Mercurio, 10 enero 2009
Luego de 20 años en que hemos dedicado lo mejor de nuestras vidas a fundar y consolidar una universidad de excelencia, y a formar profesionales que lleven a Chile y a sus problemas en el corazón, puedo decir que nos sentimos orgullosos de lo que hemos logrado como Universidad del Desarrollo. En nuestro caso, por el carisma que imprimieron los propios fundadores, siempre tuvimos esa doble preocupación.
Queremos formar a jóvenes que tengan vocación de liderar, de influir, aportando sus talentos al país desde todos los ámbitos. Para eso, lo primero es transmitir apasionadamente la búsqueda de la excelencia. En palabras de Juan Pablo II, el amor al trabajo bien hecho. Esto significa mucha exigencia académica, rigurosidad, formación de hábitos, profesores muy bien formados, programas y metodologías de estudio adecuadas al siglo XXI, y la mejor infraestructura y equipamiento, en cualquier lugar de la ciudad en que ésta se ubique. Lo digo porque quizás muchos conocen el campus que tenemos en San Carlos de Apoquindo, pero no la nueva clínica de la salud en La Florida, o las edificaciones en el centro de Concepción, ciudad en que nuestra universidad nació y donde estudia hoy el 40% de sus alumnos.
Desde que se crearon las universidades privadas hasta ahora, Chile ha recorrido un largo camino, pero lo que está claro es que las tres aludidas en el artículo que dio origen a toda esta polémica compiten de igual a igual con las mejores universidades tradicionales y llenan sus cupos en uno o dos días, lo que refleja la valoración creciente que hacen los egresados de la educación media del trabajo que estamos realizando.
También creemos en la importancia de ser una universidad diversa, en que estudiantes de medicina, ingeniería comercial o derecho puedan convivir con los de cine, arte, ciencias políticas o teatro, por nombrar algunas de las carreras. Esa sinergia que se desprende de mezclar alumnos con intereses, aptitudes y vocaciones tan distintas, y que se observa todos los días al pasar por nuestros campus, enriquece su formación.
Inculcar en nuestros alumnos la pasión por el servicio público, por transformar la realidad y hacer de Chile un país cada vez mejor es parte de nuestra misión. Todos ellos tienen que tomar un curso de “liderazgo” y otro de “responsabilidad pública”, cualquiera sea su carrera. Y constato día a día que esto está dando resultados. Me emocioné esta semana al visitar a 250 de nuestros alumnos que sacrifican sus vacaciones para hacer trabajos de verano en Santa Bárbara y Cerro Alto, en la Región del Biobío. Hay otros 100 que están en misiones en Los Álamos y Los Laureles, trabajando codo a codo con los que más necesitan.
Más allá de los resultados, porque unos ganaron y otros perdieron, sentí que esta pasión por Chile está dando frutos al ver la cantidad de ex alumnos y actuales alumnos que decidieron ser candidatos a alcalde y concejal en la reciente elección, en comunas tan diversas como Las Condes y Lo Barnechea, pero también en La Pintana, Conchalí, Cerro Navia, Ñuñoa, Concepción, Chillán, Coelemu y otras. Esto significa que nuestra preocupación no ha sido en vano.
Seguiremos por este camino. Efectivamente los que están en el campus de San Carlos reciben las clases en la “cota mil”, pero pasan muchas horas en nuestros campos clínicos de San Ramón y La Florida. Los de ingeniería comercial deben obligatoriamente trabajar en empresas mientras estudian -así es el sistema de coeducación-, y éstas quedan en Quilicura, en el centro o en tantos lugares. Nuestros alumnos de literatura pasan muchas horas en el Observatorio del Barrio Lastarria. Y así con todos.
Cuidado entonces con hacer caricaturas que no corresponden a la realidad. Lo importante es que esta polémica sirva para mostrar que la búsqueda de la excelencia y la pasión por Chile no tienen nada que ver con la ubicación geográfica de uno de nuestros campus.
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Un debate pendiente
Felipe Berríos, SJ
El Mercurio, 10 enero 2009
Señor Director:
Valoro a todos los que han aportado al fondo de lo planteado en mi artículo “Extranjero en su país” que publiqué como columnista de la revista “Sábado”.
Tal vez el término “universidades de la cota mil” se puede leer irónicamente, despreciando con ello a los padres que han hecho un esfuerzo por buscar la mejor educación a sus hijos, como también estigmatizar injustamente a los alumnos que estudian en ellas. No se trata de hacer una crítica personal y no reconocer sus méritos, sino que llamar la atención sobre un tema de disgregación social que preocupa y que continuamente aflora en mis conversaciones con diversos jóvenes. No podemos negar que estamos en una sociedad en que profesionales que provengan de distintas condiciones sociales van a tener distintas perspectivas profesionales.
No queremos jóvenes que se forman para ser profesionales encerrados en una burbuja, como tampoco jóvenes tirando piedras en las calles: necesitamos estudiantes que, imbuidos de la realidad de su país, se pregunten diariamente: ¿para qué estudiar?, ¿cuáles son los objetivos últimos que me mueven a ello?, ¿quiénes me necesitan y qué necesita el país de mí? Jóvenes a los que no se les prohíba organizarse en centros de alumnos, como ellos mismos se quejan; que participen de su propia educación y que junto con un estudio serio hagan suyos los desafíos de la sociedad, para que nazcan en ellos deseos profundos de “arreglar el mundo”, que es lo que forma parte de la esencia de la juventud, la fuerza y el motor que generará cambios, aunque esto provoque algún desorden de vez en cuando.
La mayor riqueza de “Un Techo Para Chile” es que en él participen jóvenes de diversas universidades. Algunos lo hacen como una forma de profundizar lo que sus universidades como también sus familias han despertado en ellos, pero otros lo hacen buscando en “Un Techo Para Chile” la diversidad, la apertura de ideas, el compromiso con los marginados y los desafíos propios de la realidad del país que las universidades donde ellos estudian a partir de la experiencia no les entregan.
El país requiere para su desarrollo de profesionales de excelencia. Pero, cuidado, que si bien para esa excelencia son fundamentales la calidad de los conocimientos adquiridos, la cantidad de proyectos de investigación, el número de publicaciones y el tamaño de la biblioteca, ellos no bastan por sí solos, pues no pueden estar abstraídos de la realidad del país. La calidad universitaria también se mide por la inquietud de sus profesores y alumnos por usar todos los medios para conocer, a la luz de sus disciplinas, la realidad y así poder responder seria y creativamente a las preguntas y desafíos de la sociedad. Nuestras universidades deben incentivar un pensamiento crítico y universal en nuestros jóvenes; los conocimientos técnicos son fundamentales, pero no bastan por sí solos.
Si la disgregación social de nuestro país se apodera también de las universidades y éstas dejan de ser espacios pluralistas de encuentro y de reflexión conjunta, estaremos formando dos países en uno que se desconocerán, se temerán y se defenderán mutuamente. Denunciar esto no es promover la lucha de clases, sino que, por el contrario, es la única manera de prevenirla. Las universidades son los espacios privilegiados no para perpetuar los temores, errores, ignorancias y prejuicios de nuestra sociedad, sino que para encararlos y corregirlos.
Un joven nunca tiene que avergonzarse de su origen o condición, cualquiera sea, pero sí debe dar cuenta de qué ha hecho con todas las oportunidades que se le brindaron. No atrofiemos a nuestros jóvenes, no los hagamos sentirse “extranjeros en su país”, hagámoslos soñar con el país de mayor justicia que soñó el P. Hurtado.
El interés que este tema genera muestra que aún está pendiente un debate nacional sobre el tipo de universidad que el país necesita, respetando sus diversidades.
P. FELIPE BERRÍOS, S.J.
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Universidades “cota mil”: Sobre la necesidad de nuevas categorías
José Joaquín Brunner
Posting, 11 enero 2009
Las universidades “cota mil” a que ayer se refiere Carlos Peña en otro Blog, siguiendo la polémica suscitada por el artículo Extranjeros en su País publicado por el Padre Felipe Berríos S.J. en el diario El Mercurio del día 3 de enero –y que en una semana suscitó más de 450 comentarios– buscan dar nombre a un grupo de universidades que aparentemente compartirían ciertos rasgos comunes, tales como:
• una localización en la parte alta (rica) de la ciudad,
• un reclutamiento de sus alumnos fuertemente selectivo desde el punto de vista social (es decir, por la cuna, el capital cultural familiar y las trayectorias escolares) y, por ende,
• un fuerte grado de homogeneidad entre pares (intenso capital social del tipo “bonding” a que se refiere Robert Putnam, con un bajo énfasis en cambio en el desarrollo de capital social de tipo “bridging”),
• una vocación (por consiguiente) inevitablemente elitista,
• una singular cultura que, derivada de los rasgos anteriores, socializa a los graduados de estas universidades convirtiéndolos en parte de una minoría alienada (“extranjeros en su país”).
Las universidades que bajo esta caracterización se vienen presto a la cabeza, independientemente de si se hallan o no emplazadas en la pre cordillera metropolitana, son aquellas estilo Los Andes, Adolfo Ibáñez, del Desarrollo, Finis Terrae, Gabriela Mistral…
De hecho, rectores y profesores de algunas de estas universidades han reaccionado al calor de este debate, como en los casos de las Universidades Adolfo Ibáñez, de Los Andes y del Desarrollo.
No se ha reparado suficientemente durante esta discusión, sin embargo, en las dificultades que entraña una adecuada categorización de las universidades chilenas. En efecto, si nos limitamos únicamente a aquellas aparentemente aludidas con el nombre “cota mil”, surgen de inmediato una serie de preguntas:
• ¿Son ellas efectivamente parte de un grupo distintivo?
• ¿No hace ninguna diferencia, acaso, su carácter mayormente confesional o secular?
• Las concepciones de mundo, o ideologías, que subyacen a sus diversos proyectos, ¿son todas ellas uniformemente conservadores, o elitistas, o pro-valores-empresarios, o de reforzamiento de la distinción cultural bourdiana?
• ¿Y poseen estas instituciones verdaderamente una similar composición social? (Parece evidente que no es así, al menos si se reviven las viejas categorías de análisis que distinguen fracciones y estratos dentro de la clase burguesa y se aplican a la nueva topografía social de la Región Metropolitana…).
• ¿Y tienen ellas un mismo grado de selectividad académico-social? (Es bien sabido que no ocurre así; unas sí, otras no… Por su lado, aún las más selectivas de este grupo lo son en menor grado que las Universidades de Chile y Pontificia Católica de Chile).
• ¿Su rasgo de relativo “cierre” social” no lo comparten acaso con otras universidades, ubicadas ciudad-abajo y no en la pre cordillera urbana?
En fin, la columna de Felipe Berríos ha tenido la virtud no sólo de desatar una polémica válida e interesante, sino de paso ha puesto al frente un vacío en los estudios sobre la educación superior de nuestro país. Cual es, que no contamos con una caracterización refinada de nuestras instituciones de educación superior ni disponemos de unas tipologías que nos permitan entender mejor su fisonomía y funciones en la sociedad.
Las categorías que usamos para dichos efectos –tales como universidades públicas o privadas; confesionales o laicas; conservadoras o progresistas; pluralistas o pastorales; de clase alta, media o baja; “cota mil” o de los barrios republicanos, etc.– pertenecen todas a la clase que Ulrich Beck llama categorías zombis. Esto es, “aquellas categorías que en algún momento se murieron pero siguen vivas y nos impiden percibir la realidad tal como es”.
Es un desafío, por tanto, que debiera interesar ante todo a los académicos que nos ocupamos de analizar los sistemas de educación superior.
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Alumnos “cota mil” responden a polémica: “Hay mucha discriminación”
El Mercurio, 11 enero 2009
El sacerdote jesuita dijo sentirse en “otro país” al ir a una de las casas de estudios de la zona alta de Santiago. Y llegó a preguntarse si será un buen lugar para la formación universitaria. Los aludidos están dolidos; afirman que las palabras del padre sólo causan desunión y que están agradecidos de estudiar en “universidades de excelencia”.
Andrea Sierra y Micaela Lobos
Cuatro de los seis alumnos universitarios convocados por “El Mercurio” tienen automóvil propio. Todos salieron de colegios particulares, viven de Plaza Italia para arriba y estudian en las llamadas universidades “cota mil”, las ubicadas en la zona más alta de Santiago.
Pero hay algo más en común.
Los seis jóvenes -de las universidades de Los Andes, Del Desarrollo (UDD) y Adolfo Ibáñez (UAI)- dicen sentirse desilusionados tras las palabras del padre Felipe Berríos, quien afirmó en su columna de “El Sábado” que al conocer una de esas casas de estudios se sintió como “extranjero en su propio país” y cuestionó que los egresados de sus aulas sean profesionales con una visión social (ver recuadro).
“Lamentablemente, este tipo de opiniones generan demasiado resentimiento y discriminación. Y eso desune al país”, se queja Loreto Demandes, quien estudió en el Colegio Huelén antes de ingresar a la Universidad de los Andes, donde va en tercer año de Administración de Servicios.
“Ojalá en el futuro no se hagan diferencias entre universidades sobre o bajo la cota mil, sino entre aquellas de excelencia o mala formación”, afirma Juan Francisco Velasco, alumno de Ciencia Política de la UDD y egresado de la Alianza Francesa de Concepción.
Lo peor, dice María José Domínguez -ex Cumbres y estudiante de Magíster en Ciencia Política de la UDD-, es que las palabras del padre no son ciertas.
“Uno de los sellos de estas universidades es tener responsabilidad pública. Esto tiene que ver con saber que somos privilegiados, pero también con entender que tenemos un compromiso aún mayor con el Chile en que vivimos”, sostiene.
“Me extraña que el padre, siendo director de un Techo para Chile, diga estas cosas. Porque precisamente esta institución tiene como principal apoyo a los alumnos de las universidades cota mil. Entonces, es inconsecuente lo que dice en el artículo”, afirma Velasco.
“Es verdad que en estas universidades hay gente que vive en una burbuja, pero depende de las personas. No hay por qué culpar a las universidades. Prefiero estudiar en un lugar que da facilidades, en vez de aquellas en que tienes que salir a la calle a tirar piedras”, dice el alumno de Ingeniería Civil de la UAI Pablo Fernández y egresado del Colegio Redland.
“Nos critica que vivimos en otro país, pero ojalá nadie tuviera los problemas como para participar en marchas y protestas. No veo cuál es el punto negativo”, dice.
“Ojalá en 2020 todos vivieran de la cota mil para arriba”
“Desde primer año en la universidad nos potencian el acercamiento a otras comunas. Tenemos demasiado clara la situación social del país y ayudamos lo más posible”, dice Florencia Zambrano, estudiante de Odontología de la Universidad de los Andes y ex alumna del Colegio Alemán. En esto coindice el resto de los convocados, quienes son asiduos participantes a campamentos de verano y otros tipos de trabajo social.
“Si lo vemos a nivel macro, Chile sería un país como la cota mil”, dice Velasco. “Estamos alejados, somos tranquilos y silenciosos, pero no por eso estamos ajenos de lo que sucede en otros países”, afirma.
“Ojalá todas las universidades aspiraran a ser lugares ideales para el estudio. Entonces, me parece mal que el padre exprese de forma negativa el hecho de que estas universidades tengan buena infraestructura”, sostiene Nicolás Torres, de la UAI, quien antes estudió en el Instituto Inglés de Rancagua.
“A mí me alegra cuando a alguien le va bien. Y ése es el pensamiento que debería primar. No pienso que esté bien mirar resentidamente al que le va mejor”, agrega Torres, quien es interrumpido por María José: “Ojalá en 2020 todos vivamos de la cota mil para arriba. Si en el fondo, el tema es surgir”.
Andrés Meirovich, ex UDD y profesor de la U. de Chile
Andrés Meirovich tuvo amigos que nunca bajaron de Plaza Italia, pero cree que no es razón para juzgarlos: eso no los hizo malos profesionales.
Venga del barrio que sea, para este ingeniero comercial de la UDD la calidad del cuerpo académico y las características personales son fundamentales en la construcción de un profesional de excelencia. Por eso, llama a “diferenciar entre universidades buenas y malas, y no por su ubicación”.
Agrega que “hoy la UDD o la de Los Andes becan en un 100% a los alumnos con buenos puntajes. Y eso ni la Chile, ni la de Conce, ni nadie lo tiene”, explica este ingeniero que ejerció como docente en las universidades tradicionales Austral de Chile y de Concepción en el año 2007.
Santiago Orrego, licenciado en Filosofía la U. de los Andes y profesor de la PUC
“En las carreras que yo directamente conocí, veía un franco interés por el país”, dice Santiago Orrego, licenciado de la U. de Los Andes y profesor de la Pontificia U. Católica de Chile.
A Santiago, muchas veces le tocó bajar de la cota mil.
Mientras era estudiante de Filosofía, junto a sus compañeros de Medicina y Periodismo, repartían el tiempo entre los estudios y reforzamientos escolares o catequesis en poblaciones de Santiago.
Por eso, para este docente de la PUC desde julio del año 2004, las palabras de Berríos fueron poco afortunadas.
Mauricio Lama, arquitecto de la UDD y profesor de la U. de Chile
“No es que estos alumnos estén arriba y nunca bajen. La UDD se encarga de que exista una responsabilidad social fuerte”, dice Mauricio Lama, arquitecto de esa casa de estudios y quien vivió el proceso inverso al de Berríos. A él le tocó bajar del cerro y hacer clases en la Universidad Chile.
“Cuando llegué fue un poco desagradable para mí, en el sentido de hacerme sentir que si era de una universidad de arriba, era como cuico”, cuenta Lama, quien en marzo próximo cumplirá dos años ejerciendo la docencia en la Universidad de Chile.
Pero él no se siente así.
Por eso, hoy sale al paso de las palabras del cura Berríos.
Paula Rojas, ex alumna U. de los Andes y docente U. de Chile
En la Universidad de Los Andes, Paula Rojas tenía compañeros que llegaban en micro. Ahora tiene alumnos de la Universidad de Chile que vienen de la cota mil en auto.
Está segura de que la universidad no la alejó del mundo y más aún, durante su tiempo en la casa de estudios participó en muchas tareas sociales.
“Yo también estuve en Un Techo para Chile”, dice frente a las críticas del padre Berríos, quien dirige esta fundación.
En la actualidad Paula, médico, trabaja en un consultorio y en una universidad pública, donde gana menos de lo que podría ganar en el sector privado.
Diputado Felipe Ward,
“Injustas”. Es la primera expresión con que el diputado Felipe Ward califica las palabras del padre Felipe Berríos.
“Fue una columna muy equívoca. Creo que guiarse por primeras impresiones es erróneo. Todos conocemos el aporte que ha hecho el padre, pero eso no lo autoriza a atacar injustamente a una universidad que ha hecho mucho por ayudar a los sectores pobres. Es una ignorancia de su parte”, dice Ward, abogado de la Universidad de Los Andes.
“Creo que hacer estigmas porque una persona se vaya en auto o no, es caricaturizar una realidad. Es una injusticia y un mensaje clasista que no debe venir de un sacerdote”, afirma.
Matías Barros Valdés, ex alumno UDD. Llevó Un Techo para Chile a México
Matías Barros Valdés es psicólogo de la UDD. Y aunque hoy trabaja en LAN, desde su época como estudiante colaboró en Un Techo para Chile hasta que decidió irse a México a extender la obra una vez que se recibió.
Por eso, no entiende las palabras del padre Berríos. Especialmente, porque gran parte de su desarrollo en el área social vino promovido desde la UDD.
Aun así, hace un llamado. “Como jóvenes, es importante equilibrar nuestro rol como profesionales íntegros y adquirir herramientas sólidas que nos permitan generar los cambios que el país necesita. Esta integración no distingue clases, ni ubicaciones geográficas. Por el contrario, es un desafío transversal de todas las instituciones cuya misión es formar profesionales”.
Cristina Goyeneche, ex alumna UDD y creadora de la empresa ApioPalta:
La socia de ApioPalta, Cristina Goyeneche, no sólo estudió en una universidad cota mil. También estuvo en otra en el centro y por eso hoy habla con autoridad tras leer la columna del padre Berríos.
“Cuando uno estudia en ambientes tan polémicos, lo único que se quiere es salir y ejercer la profesión. En cambio, en la UDD fue donde se me despertó un interés social mucho más fuerte”, dice.
Agrega que, por ejemplo, en el MBA de la UDD “la mirada de los profesores siempre fue crear negocios con responsabilidad de crear empleo, más que ganar plata”. Y eso, ella lo aplicó en ApioPalta, empresa que vende productos orgánicos cultivados por micro agricultores.
Mónica Gana, U. de los Andes y fundadora de la fundación
Mónica Gana pasó de las Monjas Inglesas a la Universidad de Los Andes. Y precisamente mientras estaba en la casa de estudios le surgió la inquietud de crear junto a su familia una fundación para los niños con cáncer: Sagrada Familia.
Y los primeros en ayudarla fueron sus compañeros de universidad y de otras cota mil.
“Por eso, no estoy de acuerdo con las palabras del padre”, afirma.
“Puede que uno no esté metido en la realidad de Chile, pero no por eso vas a dejar de ayudar. Uno tuvo una educación el descueve y si uno puede entregarla es maravilloso. Ojalá todo el país pudiera educarse así”, dice Gana, quien ha ayudado a más de 180 niños con cáncer.
Las palabras de Felipe Berríos en “El Sábado”
“Entrar a esa universidad era como entrar en otro mundo. No había jóvenes gritando, ni gas lacrimógeno (…) Me sentía extranjero en mi propio país. Me pregunté ¿qué visión del país tendrá el profesional que salga de esa universidad? (…) ¿qué diferencia hay entre una universidad así y un colegio particular? “.
¿Bastará mirar de la ciudad desde lo alto y luego enterarse de lo sucedido en ella por las noticias?, ¿será ese lugar más adecuado para que se forme un universitario?, ¿cómo se llegará a una universidad así sin automóvil? Si se incluyeran estas preguntas en la PSU tal vez los puntajes nacionales serían distintos “.
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Modos de vida y distribución espacial
El Mercurio, editorial, 11 enero 2009
Las sociedades modernas son de una enorme complejidad. Sobre ésta descansa el pluralismo que las caracteriza y se sostienen los diversos modos de vida que ellas acogen. Que distintas voces encuentren su espacio en esas sociedades es un factor que las enriquece. Ello, indudablemente, supone aceptar una diversidad de valores, lo que no debe confundirse con relativismo. Todas las sociedades y culturas comparten nociones de bienes y males, de verdadero y falso. Es más, hay valores que un gran número de seres humanos en la vasta mayoría de lugares y situaciones comparten entusiastamente. Pero son muchos, no es fácil compatibilizarlos a todos y de alguna manera compiten entre sí. No es raro que abrazar alguno de ellos signifique renunciar o postergar a otros, la mayoría de las veces con un gran sacrificio para las personas que se ven obligadas a realizar un ordenamiento de valores. Para que se produzca una elección razonable es fundamental, entonces, que los seres humanos lo hagan de manera autónoma, porque, además, los valores tienden a ser inconmensurables. Por eso, cuanto más se inclina una sociedad a postular un solo valor, tanto mayor será el número de valores auténticos que suprima o menosprecie. Una cultura que se mueve en esa dirección va definiendo un ordenamiento sin que sus miembros puedan experimentar, razonablemente, los conflictos involucrados.
Por supuesto, los ordenamientos de valores que realicen los distintos grupos de la sociedad pueden incomodar a otros miembros de la misma, pero mientras no afecten las libertades de los otros integrantes difícilmente son condenables. Los riesgos de apurar un reproche moral son múltiples. Ello puede reflejar un cierto grado de intolerancia ajeno a una sociedad diversa e inclusiva y, además, resultar superficial. La dimensión más visible de muchas decisiones individuales o grupales revela muy poco o nada respecto de sus formas de vida y sus auténticas preferencias valóricas. La asistencia a una universidad, sea que esté ubicada en la cota mil o a nivel del mar, no permite decir algo serio y profundo que revele el verdadero ser de esos jóvenes.
Por otra parte, esa precipitación podría hacer pensar que se defiende una sola forma de vida o unas pocas como aquellas que son correctas o buenas. Ese planteamiento dificultaría en extremo la convivencia en una sociedad diversa e inclusiva. Es imposible ordenar objetivamente todos los valores en una única escala y determinar cuál es el valor que “mide” más. De ser así, las decisiones morales serían casi operaciones matemáticas, lo que podría llevar a sostener que las experiencias realmente válidas y valiosas son aquellas que viven de acuerdo a esa única escala. Por el contrario, las personas eligen entre valores significativos para ellas sobre la base de categorías fundamentales que son parte de lo que las hace humanas.
Afortunadamente, no existe esa escala que determinaría que una única manera de tener una experiencia de vida valiosa es asistir a ciertas universidades o que se debe habitar una zona geográfica específica. Ni siquiera es posible sostener que es más valioso participar en una revuelta estudiantil tirando piedras que no hacerlo. La aspiración de construir una ciudad más integrada, legítima y compartida por muchos ciudadanos, tiene poco que ver con la calificación moral, el aislamiento social o las preocupaciones y desvelos de las personas que viven en distintos espacios geográficos. La ubicación territorial tampoco produce necesariamente aislamiento social, como parecen sugerir muchas voces que hacen de la ocupación del espacio una condicionante fundamental del comportamiento humano.
Es muy difícil pensar que en una ciudad los seres humanos viven tan aislados que no tienen capacidad de salir de su “burbuja”. Ese juicio puede reflejar cierta incomprensión hacia aquello que es distinto, hacia esas formas de vida que no son las nuestras, pero que no por ello son menos valiosas. La sociedad moderna es una que suma e incluye a todos sus actores, porque entiende que ellos, en la medida en que respeten las libertades de los demás integrantes, contribuyen a la sociedad en la que vivimos.
Por supuesto, esto no significa que no se pueda disentir e incluso cuestionar frontalmente las posiciones o posturas que en diversas materias puedan adoptar distintos grupos sociales. Después de todo, un sano ejercicio de deliberación pública -como el que se ha venido dando en torno a este debate- así lo exige. Y así lo han comprendido los cientos de personas que se han sentido sacudidas e interpeladas por esas reflexiones y han tomado parte activa y entusiasta en esta discusión.
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Un debate urgente
Diputada Carolina Tohá
El Mercurio, 14 enero 2009
Señor Director:
A propósito de la columna de opinión del padre Felipe Berríos acerca de las universidades que llamó “cota mil”, se ha encendido una gran polémica. Se trata de un debate necesario para enfrentar una realidad que es creciente en la educación chilena, tanto universitaria como general. El principio de la libertad de enseñanza, que tiene amplia protección en la legislación nacional, muy por encima de la que recibe el derecho a la educación, es presentado como un mecanismo que permite desarrollar la diversidad del sistema educativo, la libertad de elección de los padres y la posibilidad de emprender proyectos educacionales de todos los sectores de la sociedad.
Visto así, parece muy positivo. Sin embargo, la realidad muestra que este excesivo énfasis en la libertad de enseñanza, respecto de otros valores educativos, trae como consecuencia una segmentación excesiva del sistema educacional, donde se produce efectivamente mucha diversidad, pero cada vez menos mezcla.
Tenemos que preguntarnos si esa es la educación que queremos para Chile. La diversidad es un valor superior en una república democrática como la nuestra, pero sólo podremos aprovechar sus beneficios en la medida en que cada ciudadano y, particularmente, cada joven y cada estudiante esté expuesto a esta diversidad, que es social y cultural, política y religiosa. Chile se transforma en un país en que la elite es formada en colegios y universidades “cota mil”, y tiene a los hijos de los sectores populares formándose en colegios y universidades sin cotas. El resultado de esto no será la diversidad, sino la segregación y la desintegración.
Por eso es tan importante que dentro de la variedad del sistema educacional haya una columna vertebral de alternativas educativas plurales y abiertas, que integren y atraigan a todos los sectores, sociales y culturales. Normalmente, esa función la cumplen en todos los países desarrollados los sistemas de educación pública, que se estructuran no como alternativa residual para los pobres que no quedan o que no tienen otras posibilidades, sino como opción atractiva y abierta para todos los sectores de la sociedad. Eso sólo se logra con buenos niveles de calidad y bajas barreras económicas.
Allí donde existe un sistema de educación pública fuerte e integrador, también florecen proyectos privados diversos, y muchos de ellos adoptan esta opción por acoger la diversidad y el pluralismo. Chile tuvo vocación por desarrollar una educación pública de esas características, pero hoy esa opción está en cuestión, y por eso la polémica abierta por el padre Felipe Berríos nos muestra, una vez más, lo necesario y urgente de este debate.
CAROLINA TOHÁ
Diputada
Integrante Comisión de Educación de la Cámara
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Cotas altas y cotos exclusivos
JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER
El Mercurio, 18 enero 2009
Por necesidad y sin excepciones, la formación de las élites es asunto de cotas, o sea, de los niveles superiores en una escala jerárquica, y también de cotos, es decir, de espacios claramente delimitados.
Así ocurre desde antiguo con la formación de estas minorías selectas o rectoras, trátese de las élites sociales, políticas, militares, religiosas, económicas o culturales. En todo tiempo y lugar, su adiestramiento se realiza en instituciones situadas en las alturas de la sociedad y dentro de espacios especialmente acondicionados.
Cota y coto son medios que las sociedades emplean para separar simbólicamente los circuitos de las élites de los canales masivos de formación. Se crean así las condiciones propicias para llevar a cabo los intensos procesos de socialización que supone la formación (intelectual, moral, estética, ideológica y del carácter) de las diferentes fracciones de la clase dirigente.
Piénsese en las características casi místicas de la paideia platónica del regente-filósofo; en las Ritterakademien (escuelas para los hijos de la nobleza alemana cuando las universidades del sacro imperio se hallaban en franco decaimiento a mediados del siglo XVIII).
O en los góticos colegios privados de los gentlemen ingleses (paradójicamente llamados public schools); en las grandes écoles francesas que preparan a la nobleza burocrática del Estado; en los partidos leninistas que se encargan de socializar a las vanguardias revolucionarias, o en los programas de MBA de mayor reputación global que hoy entrenan a los miembros del Club de Davos.
Una nítida distinción socio-cultural caracteriza a estas instancias formativas doblemente acotadas (en sentido vertical y horizontal). ¡Quién podría saberlo mejor que un ex rector de la Universidad de Harvard! Hace un tiempo señalaba que en los colleges y universidades más selectivas de los Estados Unidos, sólo el 3% de los estudiantes proviene del quintil de menores recursos y el 10% de la mitad inferior de hogares.
Chile no es una excepción. Durante largas décadas dos universidades -una estatal, la otra católica- y un puñado de colegios controlaron el acceso a las posiciones de élite en casi todos los campos, con excepción de aquel de los negocios, donde con algo de suerte los herederos podían transitar directamente de la familia a la gerencia siguiendo el curso de la propiedad.
Las cosas no han cambiado mucho. Los cotos han aumentado levemente en número y se han diversificado un poco. Y las cotas se mantienen invariablemente en las alturas: del prestigio, los puntajes PSU, la distribución del ingreso, los colegios más caros, las familias con mayor dotación de capital cultural y redes sociales.
¿Nada nuevo hay entonces bajo el sol y, por tanto, nada de qué preocuparse? No es así.
Aún en medio de las rígidas condiciones en que forman a sus élites, las sociedades abiertas aspiran a que las cotas y los cotos sean lo menos excluyentes posible y se evite, hasta donde permite la democracia, su sometimiento a lógicas endogámicas, de adscripción religiosa, discriminación étnica, cierre por barreras económicas, diferencia de género o preferencias ideológicas y partidistas.
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Universidades cota mil
Carlos Peña
El Mercurio, 18 enero 2009
Es cierto lo que insinuaba Berríos: el sistema universitario es endogámico, algunas de sus instituciones son socialmente selectivas, y eso le hace mal a nuestra convivencia; pero ese es un defecto de universidades privadas y de universidades públicas, de universidades que están dentro del Consejo de Rectores y de otras que están fuera de él, de universidades malas y de universidades buenas.
La expresión “universidades cota mil” (la acuñó Felipe Berríos en una columna que sacó roncha) es desafortunada: así como no es correcto juzgar una opinión por las características personales de quien la emite, tampoco es correcto evaluar una práctica educativa por el lugar geográfico donde se sitúa quien la imparte.
Pero desafortunada y todo, permite plantear un debate de interés.
Y de paso derribar algunos prejuicios.
Desde luego, la universidad socialmente más selectiva, en términos absolutos, no es una de la cota mil, sino la Pontificia Universidad Católica (alrededor del 67% de su matrícula provino de colegios pagados). Y si bien la Universidad de Chile es más diversa (el mismo indicador alcanza aquí al 37%), es probable que en sus carreras de puntajes altos esa cifra aumente considerablemente. Y ello es consecuencia de condiciones objetivas. Como el rendimiento en la PSU está correlacionado con el origen socioeconómico de los estudiantes, al concentrar los mejores puntajes, esas universidades concentran también a los socialmente más aventajados. Por la inversa, en algunas de las universidades con puntajes más bajos, menos del 5% de sus alumnos provienen de colegios pagados.
Es cierto: nuestro sistema universitario (especialmente en la cúspide) es endogámico, agrupa a los estudiantes por origen y tiende a reproducir las élites.
Lo que cabe preguntarse es si las universidades deben hacer esfuerzos por diversificar nuestras élites o, en cambio, contentarse con reclutar sin más a eso que Bourdieu llamaba herederos; o sea, a los depositarios de mayor capital cultural y social previo.
Parece obvio que las instituciones universitarias deben esforzarse por hacer más plurales las élites y evitar la endogamia. A fin de cuentas, las sociedades democráticas aspiran a repartir recursos y posiciones en base al esfuerzo (o mérito), y no en base a cualidades involuntarias (como el origen social).
Pero ello no puede exigirse a todas.
Las universidades privadas que no reciben fondos públicos (salvo los debidos al desempeño) tienen derecho a llevar adelante proyectos que expresen las preferencias religiosas, o sociales, de quienes las erigen. Si una universidad privada piensa que formará mejor a sus alumnos en medio de la homogeneidad social, manteniendo inalterables sus grupos de referencia, tiene el derecho de hacerlo. Después de todo, en una sociedad abierta las personas tienen derecho a elegir y hacer cosas que uno considera malas (como concentrar alumnos de alto capital social, los que, así, cursan el ciclo de ¡diecisiete años de educación! sin modificar su experiencia social).
La situación es distinta tratándose de universidades, privadas o públicas, que reciben aportes fiscales sin consideración al desempeño.
Este tipo de universidades están obligadas a promover no sólo los valores de quienes las erigieron, sino también los valores que interesan a la sociedad en su conjunto.
Y entre ellos se cuenta el de hacer más plurales nuestras élites.
Para servir ese objetivo, las más selectivas de esas universidades debieran cambiar la forma en que asignan sus cupos. La alta correlación entre el rendimiento en la PSU y el origen socioeconómico de los alumnos transforma a la prueba en un mecanismo de reproducción. Por eso sería mejor combinarla con otros criterios que permitieran el acceso de personas con alta propensión al logro (pero de menor rendimiento relativo en esas pruebas).
Sería todo un ejemplo para las demás.
Ayudaría a que los cupos más valiosos (esos que aseguran una posición de preeminencia en la escala invisible del prestigio y del poder) se distribuyeran con mayor diversidad social.
Pero ésa no es la única medida que podría adoptarse. Todavía el Estado debería hacer algunos esfuerzos.
El más obvio es el de igualar las condiciones de financiamiento estudiantil. Hoy, los alumnos cuentan con mejores condiciones de financiamiento para ingresar a una universidad del Consejo de Rectores (entre las cuales las hay estatales y privadas, nuevas y antiguas, de más y de menos calidad) que a una creada con posterioridad a 1981 (entre las que se cuentan las de la cota mil y otras que atienden a estudiantes de bajo capital social y cultural). En otras palabras, el Estado incentiva (sin ninguna justificación) que los estudiantes de menores recursos ingresen a un tipo de instituciones (las del Consejo de Rectores), y no a otras (las creadas luego de 1981).
Sí. Es cierto lo que observaba Berríos: el sistema universitario es endogámico y algunas de sus instituciones son socialmente selectivas, y eso le hace mal a nuestra convivencia; pero ése es un defecto de universidades privadas y de universidades públicas, de universidades que están dentro del Consejo de Rectores y de otras que están fuera de él.
Y ni unas ni otras -y ni siquiera el Estado- parecen estar dispuestas a hacer algo para corregirlo.
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Defensa de Felipe Berríos
Cristóbal Orrego
El Mercurio, 18 enero 2009
La columna del padre Berríos cometió un solo error, a cambio de tres aciertos: nacer del espíritu cristiano, poner el dedo en la llaga de una sociedad injusta y lanzar un desafío apasionante para quienes no queremos conformarnos con el espíritu egoísta y resentido de este mundo.
Felipe Berríos escribió solamente de una universidad sobre la cota mil. Me agrada suponer que se trataba de la Universidad de los Andes, en la que enseño. A título meramente personal, a sabiendas de que mis colegas prefieren “dejar hacer, dejar pasar”, hago un público reconocimiento por el servicio que, en mi opinión, se nos ha prestado.
La columna del padre Berríos cometió un solo error, a cambio de tres aciertos: nacer del espíritu cristiano, poner el dedo en la llaga de una sociedad injusta y lanzar un desafío apasionante para quienes no queremos conformarnos con el espíritu egoísta y resentido de este mundo.
El padre Felipe puso tanta fuerza en la forma de su mensaje, que impidió a la mayoría arribar con paz interior a su fondo. Yo he cometido tantas veces este mismo error, que no tengo ninguna autoridad moral para reprochárselo. Lo señalo simplemente como una ayuda hermenéutica para todos mis alumnos y colegas y sus familias que se sintieron estigmatizados. Solidarizo con su pena, porque la forma retórica consistió en dibujar una universidad lejana, inasequible, solamente para ricos, aislada en un mundo aparte. Lógicamente eso tenía que herir a quienes, de acuerdo con el espíritu universal, católico, de nuestra Universidad, conviven con amigos de todas las otras universidades, y trabajan por el bien común en multitud de iniciativas, desde construir casas básicas hasta marchar por la vida. Esa retórica no podía dejar indiferentes, mucho menos, a los estudiantes que, procedentes de familias de escasos recursos o de esa clase media abandonada a su suerte, llegan a la cota mil en el Transantiago (¡funciona!) o cuentan con una beca socioeconómica… ¡porque queremos hacer realidad el ideal de san Josemaría: que nadie con méritos académicos se quede fuera por razones económicas!
Después, el padre Felipe y sus portavoces han intentado hacer olvidar la forma y dirigir las miradas hacia ese fondo que quedó oculto. Mas las reacciones contra su retórica fueron simplemente naturales ante una agresión destemplada. Por eso, incluso “El Mercurio”, en su editorial del domingo 11 de enero, salió en defensa de la pluralidad de modos de concebir la comunidad universitaria en una sociedad libre.
Y así, pasado el trago amargo, los invito a concentrarse en los aciertos.
El más importante es que la sustancia de su preocupación nace del corazón sacerdotal del padre Felipe. El núcleo de su intervención no era, en realidad, la universidad cota mil, sino la fragmentación de los mundos humanos. Es bueno que en un país del tercer mundo exista al menos una universidad del primer mundo. Así, los muchachos de las pedradas y del gas lacrimógeno pueden, cuando se hayan calmado los ánimos, abrirse a un mundo superior sin tener que viajar hasta Harvard: les basta con un mapa. La expresión “universidad cota mil” posee un sentido eminentemente positivo. Coincide con nuestro lema “ir por más” (más altura). Sin embargo, precisamente esta división entre los mundos no es buena ni justa: contra ella se rebela la identidad misma de la Iglesia católica como “signo e instrumento de la unidad de todo el género humano” (Concilio Vaticano II). Y me parece que en esa clave se debe interpretar el origen de la protesta del padre Berríos, cuya vocación de sacerdote incluye unir a todos los hombres y luchar contra lo que los divide.
El segundo acierto fue poner el dedo en una llaga más amplia que la segregación universitaria. El Estado oligárquico ha adoptado políticas públicas que discriminan a los pobres. En efecto, si un niño rico no queda en la PUC o en la U, se va inmediatamente a alguna universidad nueva de calidad: la Diego Portales, la de los Andes, la Alberto Hurtado… Tal es la verdad: él no piensa en otras (en Santiago). Somos la segunda o la tercera opción. En cambio, los pobres tienen más créditos y becas si van a las universidades tradicionales… ¡aunque sean peores que las nuevas! En definitiva, el Estado oligárquico produce segmentación porque no les permite a los pobres elegir en igualdad de condiciones entre universidades tradicionales y universidades libres. Y así produce también la proletarización de las universidades del Estado. Mas esta realidad a nivel universitario no es más que el síntoma, el reflejo, de casi dos siglos de políticas liberales y socialistas, que de por sí separan a los ricos de los pobres y abandonan a las clases medias a su suerte. La llaga de la sociedad oligárquica supura, y el padre Felipe Berríos no ha hecho más que tocarla.
En fin, también es un acierto de Felipe Berríos haber lanzado un desafío apasionante: tender puentes entre el primer mundo y el cuarto mundo y todos los intermedios. Invito a los estudiantes a recoger el guante: a moverse entre la cota mil y la cota cero, en las dos direcciones.
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