Columna publicada en la sección Educación del diario El Mercurio, 28 diciembre 2008.
La llamada brecha de resultados -a propósito de la PSU esta vez- entre colegios particulares pagados y colegios subvencionados (de gestión municipal o privada) es, en realidad, una brecha de composición social y de capacidades funcionales de nuestros colegios. Entre uno y otro tipo de escuelas existe, efectivamente, una distancia tal que los vuelve inconmensurables.
A un lado están los colegios de las familias pudientes que representan menos del 10% de la matrícula escolar. De allí egresan los jóvenes que, en su mayoría, son herederos del capital cultural. En su hogar han adquirido el uso de códigos lingüísticos elaborados; hábitos de estudio; una cierta confianza en sus propias capacidades; familiaridad con relatos y textos y una temprana familiaridad con las tecnologías del conocimiento y la información.
Han viajado fuera del país y se han integrado a las redes sociales de sus familias y pares. En su formación, hasta el momento de rendir la PSU, sus padres han gastado cada año alrededor de dos millones de pesos en promedio por concepto de matrícula, aranceles e inversiones asociadas al desempeño escolar.
En fin, han sido socializados desde la cuna para esta prueba, junto con recibir 14 años o más de escolarización curricular completa y, más encima, un entrenamiento específico para rendir óptimamente en ella.
Al otro lado están -con diversas gradaciones- los hijos desheredados; aquellos que no reciben el legado de una cultura que los prepara para el éxito escolar.
Han adquirido desde la cuna un código lingüístico restringido; no han sido expuestos a un rico régimen de relatos, textos, viajes, contactos, conocimientos e información; frecuentemente no poseen confianza en sus propios medios y, desde el primer día, han tenido que lidiar con condiciones adversas y correr contra la pendiente.
Sus padres han debido enviarlos a colegios que -si no todos, la mayoría- son poco efectivos, se hallan modestamente dotados y no cubren el currículo completo. Tampoco han podido prepararse especialmente para la PSU. Y, como los males sociales suelen venir todos juntos, la sociedad destina anualmente para su formación, en promedio, alrededor de un 25% del monto invertido en los hijos del privilegio.
Naturalmente, en el conjunto sus puntajes PSU son también netamente inferiores. ¡Cómo podría esperarse algo diferente!
Pero no se trata propiamente, como aparece en los medios de comunicación, de una brecha de resultados. Ni siquiera, primordialmente, de una cuestión de desempeño de los colegios, que bien sabemos es mediocre incluso entre aquellos que atienden a los herederos del capital cultural, cuando se los compara con establecimientos equivalentes a nivel internacional.
No. Esta brecha es apenas una manifestación de superficie de las causas subterráneas que la generan y reproducen de año en año. Convendría, por lo mismo, llamar las cosas por su nombre, aunque incomode. La brecha es, ante todo, de clases sociales, de poder económico y social, de origen y trayectorias, de posesión o no de privilegios, de partida y oportunidades, de posición social y status familiar, de gasto e inversión educacionales.
Si no lo reconocemos de una vez, seguiremos condenados a una estéril (¡pero cómoda!) discusión sobre resultados mientras las causas que los provocan permanecen inalteradas.
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