Columna publicada en el cuerpo Artes y Letras del diario El Mercurio, 5 noviembre 2006
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Sociologías
José Joaquín Brunner
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La sociología clásica, de Marx y Weber, fue ante todo un análisis de las estructuras más pesadas de las sociedades y los conflictos colectivos que ellas producían. Análisis de la propiedad y el Estado, de las fuerzas productivas y las organizaciones burocráticas, de la lucha de clases y las pugnas en torno a la distribución de la riqueza, el poder y el estatus. Fue una sociología, en gran medida, del siglo XIX y la primera modernidad; digamos, del andamiaje de las sociedades europeas, sus jerarquías más resistentes, sus divisiones más constantes.
Todo esto contrasta vivamente con la sociología contemporánea. Tómese el ejemplo de Zygmunt Bauman, una de sus figuras más representativas. Nacido entre las dos grandes guerras en Poznan, Polonia, Bauman enseña en la actualidad en las universidades de Varsovia y de Leeds, en Inglaterra. Sus obras más conocidas incluyen todas ellas el término “líquido” en sus títulos: modernidad líquida (2000), vida líquida (2005), temores líquidos (2006).
La imagen que subyace a este tipo de análisis es el de una sociedad que se ha vuelto fluida; que ha perdido solidez y peso. La sociología misma ha debido transformarse para dar cuenta de los flujos y la levedad; de aquello que cambia continuamente y carece de domicilio fijo. Estamos aquí de lleno en la posmodernidad o lo que suele llamarse segunda modernidad o modernidad tardía. Un mundo en que predominan la velocidad y el olvido; donde parecen haber desaparecido los anclajes más profundos; en el cual lo sólido se desvanece en el aire y la creación destructiva parece dominar en todos los sectores.
Al fondo, este análisis postula que la globalización -es decir, la supresión de las coordenadas espacio-temporales que tradicionalmente regían la acción social- ha venido a cambiar también las sociedades y la vida que se vive en ellas de maneras que las vuelven irreconocibles. Según sostiene Bauman, para que el poder, las cosas, las personas, el dinero y las ideas fluyan, el mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras y controles.
Particularmente, las estrechas redes de base territorial o funcional son debilitadas o arrinconadas, como sucede con las comunidades locales, la familia, el sindicato, el partido y las iglesias. Todo esto al precio del derrumbe, la fragilidad, la vulnerabilidad y la precariedad de las relaciones humanas, que se adelgazan y flexibilizan y tornan moldeables para adaptarse a las nuevas exigencias de fluidez social. A lo largo de este camino desaparecen asimismo las fuentes tradicionales de seguridad y certidumbre personales.
En fin, la sociología ha cambiado radicalmente de foco, pero no de asunto; ayer como hoy sigue preocupada por los efectos del orden social sobre el destino de los individuos y sus agrupaciones. Mientras que en el período clásico predominaba la atención puesta sobre las estructuras y sus efectos colectivos de división y choque, hoy el foco está puesto sobre los flujos desencadenados por la globalización y sus consecuencias de nivel local en los micromundos que habitamos; efectos sobre el vínculo humano, la identidad personal, la inserción laboral, la vida familiar.
También el análisis se torna más leve y escurridizo, pero no por eso menos serio y grave en sus alcances. Ni menos apasionante resulta la lectura de sus mejores exponentes, uno de los cuales es, precisamente, Zygmunt Bauman.
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