Columna publicada en Artes y Letras, El Mercurio, 26 noviembre 2006.
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Insatisfactorias universidades
Nuestra insatisfactorias universidades: así se titula el más reciente libro de Derek Bok, Rector de la Universidad de Harvard hace algunos años y hoy de regreso, interinamente, en el mismo cargo. Con todos los beneficios que trae consigo la educación universitaria en su país, sostiene el autor, sin embargo las universidades preparan a sus estudiantes muy por debajo de lo que deberían.
Muchos jóvenes, argumenta, se gradúan sin saber escribir al nivel que esperan sus empleadores. Frecuentemente no razonan con claridad ni son capaces de analizar problemas complejos fuera de su campo técnico de especialización. Pocos están en condiciones, al egresar, de leer o hablar un idioma extranjero. La mayoría jamás ha tomado un curso de razonamiento cuantitativo o adquirido el conocimiento necesario para comportarse como ciudadanos razonablemente bien informados en una democracia.
No se necesita dar un salto de la imaginación para arribar a conclusiones semejantes, pero más severas, en el caso de nuestras universidades. La mayoría de nuestros graduados, en efecto, revela idénticas fallas e insuficiencias formativas, agravadas aquí por el nivel en general más reducido de escolarización de la población, la menor densidad cultural de nuestras universidades y la inferior calidad de nuestra enseñanza media. Para no decir nada de la brecha que aquí separa a las hogares con una alta dotación cultural de aquellos privados históricamente del acceso a la educación y a los bienes de la cultura.
A veces ni siquiera nuestras universidades más tradicionales y de mayor prestigio enseñan a pensar y reflexionar críticamente, resolver problemas desestructurados, manejar información contradictoria, entender el entorno físico y social en que se desenvuelven nuestras actividades, a convivir en la diversidad, comprender las nuevas realidades globales y a asumir las responsabilidades propias de una sociedad democrática.
¿Dónde se originan, entonces, estas fallas?
Bok apunta a factores que podrían guiarnos. Señala, entre otros, currícula mal diseñados y con objetivos poco realistas; profesores que se resisten a profesionalizar su práctica docente; métodos pedagógicos y formas de evaluación artesanales; escaso interés de los directivos universitarios por mejorar la calidad de la enseñanza; desinterés de los investigadores activos por la educación de pregrado; conformismo de los académicos y renuencia a ser evaluados; poca experimentación e innovación. En suma, las universidades aparecen, paradojalmente, como instituciones poco propensas a aprender y, en esencia, conservadoras.
Juzgue usted si acaso en Chile estamos lejos de esto. Por mi parte pienso que aquí, más bien, necesitaría radicalizarse. Pues el conservantismo académico es más pronunciado entre nosotros y más altas son también las vallas con que se protege el status quo en las instituciones. Con frecuencia, la docencia universitaria es apenas una semi-profesión y entre los directivos de las casas de estudio hay un particular desinterés respecto de lo que pasa en las aulas. Y allí priman, casi sin contrapeso, los métodos meramente expositivos, un apenas velado escolasticismo, una brutal separación entre textos y práctica y, ¡todavía hoy!, un inútil énfasis en la memorización de contenidos.
Sería interesante, por ello, escuchar a nuestras autoridades universitarias reflexionar en voz alta a la manera de Bok. Sería un primer paso a un bienvenido debate sobre el futuro de nuestra educación universitaria.
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