Columna publicada en Artes y letras del diario El Mercurio, domingo 13 agosto 2006.
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PISA
¿La torre inclinada? No. Aquí se trata del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, conocido por su sigla inglesa como PISA. Puesto en marcha el año 1997 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), este Programa llevó a cabo su primer examen, en más de 40 países, el año 2000. Chile participó en esa ocasión con pobres resultados de comprensión lector, comparados internacionalmente. La segunda prueba PISA se aplicó el año 2003, esta vez centrada en el dominio de competencias matemáticas.
Ahora, por primera vez, el estudio de la OCDE con el análisis de los resultados obtenidos por los alumnos ha sido publicado en castellano, por la Editorial Santillana. Para quienes trabajamos en el área del estudio, diseño y evaluación de las políticas educacionales esta es una gran noticia.
En efecto, los estudios PISA ofrecen una enorme cantidad de información y análisis, referidos a temas claves del aprendizaje y la enseñanza. Muestran qué nivel han alcanzado los alumnos en diferentes dimensiones de la lectura o las matemáticas, cuáles son las estrategias de aprendizaje que usan, cómo varían los resultados en función de los colegios y qué papel desempeñan las circunstancias socio-económicas, cuál es el entorno del aprendizaje en que se desenvuelven los estudiantes y cómo se organizan los establecimientos escolares para el cumplimiento de sus funciones.
¿Por qué son tan importantes estos Informes?
Por lo pronto, porque permiten hacer comparaciones entre naciones según el nivel de preparación alcanzado por los alumnos a los 15 años. Esto enriquece los debates sobre políticas educacionales, usualmente sofocados por un denso parroquialismo. Además, hacen posible ir más allá de la mera comparación entre resultados, facilitando el entendimiento de los factores y variables que los explican, tanto desde el punto de vista del alumno y sus motivaciones, como también de la calidad de las escuelas y el contexto socio-cultural en que éstas trabajan.
También hay resguardos que adoptar a la hora de utilizar estos estudios y las comparaciones que ellos provén. Por ejemplo, no se puede comparar, sin más, resultados entre países con muy distintos niveles de desarrollo, gasto por alumno y estructuras de desigualdad.
De hecho, como señala el propio Informe PISA 2000, cada una de estas tres variables –tomadas separadamente– explican un 60%, un 54% y un 26%, respectivamente, de la diferencia observada en el puntaje de los países participantes.
En seguida, debe considerarse que PISA no evalúa lo que los alumnos han aprendido durante el año anterior en la escuela, ni siquiera en sus años de enseñanza secundaria. Es el reflejo de su evolución educativa vivida desde el nacimiento. Es decir, los resultados PISA dependen tanto del hogar –el capital cultural de la familia, el nivel educacional de los padres, su ocupación e ingresos, etc.–como de la escuela; tanto de la calidad de ésta como de la igualdad (o desigualdad) en la sociedad; tanto de la efectividad de la gestión escolar como del gasto por alumno; tanto del desempeño individual de los alumnos como del desempeño de sus pares.
Hasta aquí, en Chile los Informes PISA han sido más comentados que leídos; con visión estrecha se les ha utilizado más para la polémica ideológica que para aprender de comparaciones internacionales cuidadosamente conducidas. Hoy existe una excusa menos para citarlos sin conocerlos. Desde este año, están disponibles en nuestro idioma.
José Joaquín Brunner
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