Columna de opinión publicada en el Diario Siete el día 16 de enero 2006. Ver texto completo más abajo.
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José Joaquín Brunner
El triunfo de Michelle Bachelet representa varias cosas. Ante todo, constituye un evento fuera de lo ordinario; el acceso de una mujer a la Presidencia de la República en una sociedad tradicionalmente dominada por hombres. Expresa, en seguida, una exitosa proyección de la Concertación como fuerza gobernante desde el siglo XX al XXI, mostrando una singular capacidad de renovación y adaptación a nuevas y cambiantes circunstancias. Significa, también, una ratificación del respaldo con que concluye el Gobierno del Presidente Lagos, cuya gestión culmina así—igual que la de sus antecesores—con un legado de continuidad y cambio que MB encarnó en su campaña.
A contraluz, su triunfo refleja un fracaso de la Oposición, visible ahora en toda su magnitud luego del anterior revés en la elección parlamentaria de diciembre. A pesar de contar con condiciones aparentemente más favorables, el candidato de la derecha no alcanzó, siquiera, la votación de su antecesor en la contienda presidencial del año 2000. Pone de manifiesto, asimismo, las limitaciones de su estrategia de campaña, toscamente focalizada en torno a la supuesta superioridad de un liderazgo masculino, dotado de carácter y suficiente ancho, con cuya exhibición se pretendió disminuir a la candidata triunfante. ¡Grave error, que hace recordar aquella frase de Pascal: “Otro habría sido el destino del universo de haber sido más corta la nariz de Cleopatra”. Muestra, igualmente, que la táctica de revestir la campaña opositora con un manto doctrinario pedido en préstamo—el del humanismo cristiano—tampoco sirvió para disimular la naturaleza, identidad e imagen del conglomerado UDI+RN.
Más importante que todo lo anterior, sin embargo, el triunfo de MB responde a los cambios socio-culturales experimentados por la sociedad chilena durante los últimos quince años. En efecto, se impuso la alternativa que mejor atiende—según la percepción del electorado—a las nuevas demandas que surgen de dichas transformaciones. Éstas pueden sintetizarse como demandas por mayores oportunidades, protección y pluralismo. Efectivamente, estas aspiraciones impulsan a la sociedad chilena contemporánea.
La primera de ellas, mayores oportunidades para que todos puedan surgir y progresar, vincula los temas del crecimiento con los de equidad, eje en torno al cual se constituye la identidad de la Concertación. Es una propuesta ajena a la derecha y extraña también a la izquierda tradicional; distante a la vez del neo-liberalismo o ideología del puro mercado y de los nuevos populismos latinoamericanos. En este terreno la Oposición pierde porque aparece lejos del polo de la equidad (nunca fue creíble su discurso sobre el “escándalo de las desigualdades”) y porque ha sido desplazada por la Concertación como garantía de eficaz gestión del crecimiento económico.
La demanda por mayor protección a los individuos, sus familias y comunidades—producto de la acelerada modernización de la sociedad—fue tempranamente captada y canalizada por el liderazgo de MB, en lo que seguramente constituye su mayor acierto. Para desmerecerlo (desde una visión de inteligencia analítico-masculina) se habló durante la campaña de su inteligencia emocional, sensibilidad y empatía, como si se tratase de rasgos menores o subalternos. En realidad, se trató siempre de algo distinto y más valioso: de la capacidad político-cultural de sintonizar con el progreso de la sociedad (cosa que a la propia Concertación no siempre le resulta fácil) junto con hacerse cargo de sus turbulentas consecuencias en el plano intersubjetivo. La Oposición, en cambio, equivocó sistemáticamente su diagnóstico de estos asuntos, al confundir protección social con represión de las conductas desviadas, al punto de tornar invisible la famosa mano acogedora para dejar presente únicamente la mano dura y crispada.
Por último, la reivindicación de mayor pluralismo tiene que ver con las transformaciones más íntimas de la sociedad en el plano de las opciones valóricas, la autonomía moral de las personas y la diversidad de las formas de vida. Mientras la Concertación (aunque no exenta a veces de tensiones) refleja en su propia composición y prácticas de gobierno estos rasgos propios de la cultura liberal-democrática contemporánea, la derecha en cambio se debate continuamente entre un conservadurismo que estigmatiza el pluralismo y el deseo de acomodarse a las corrientes culturales emergentes. Al final, tales vacilaciones desembocan en una imagen confusa y poco creíble, en un mundo donde la sospecha sobre la inautenticidad es el principal costo de la ambigüedad.
Producido el triunfo de MB, lo más difícil queda por delante. Primero, conformar un gobierno que refleje la máxima de cambio y continuidad que acaba de recibir amplio respaldo popular. Y, segundo, conducir eficazmente dicho gobierno para responder a las demandas de mayores oportunidades, protección y pluralismo. En este cuadro la Oposición necesita evaluar críticamente su derrota (sin ofrecerse a sí misma excusas infantiles como la del “intervencionismo gubernamental”) y recuperar un rol constructivo. La Concertación, por su parte, ha de concretar ahora su promesa de innovar y renovarse. Nada amenaza más a los que ganan que su propio éxito.
Santiago de Chile, 16 enero 2006
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