Las universidades deben atreverse a convertirse en arquitectas del futuro
La universidad moderna se encuentra en una encrucijada sin precedentes. Consideradas antaño como centros confiables de conocimiento, debate cívico y desarrollo humano, las universidades se enfrentan ahora a una serie de crisis convergentes que amenazan sus cimientos.
Hay mucho en juego: no solo está en riesgo el futuro de la educación superior, sino también la vitalidad intelectual, social y moral de las sociedades a las que sirven. Si las universidades flaquean, las repercusiones podrían desestabilizar las instituciones democráticas, fracturar la cohesión social y empobrecer la búsqueda colectiva de significado y propósito en un mundo en rápida evolución.
En el centro de este momento se encuentra la convergencia de cinco crisis profundamente interrelacionadas: verdad, autonomía, pertenencia, supervivencia y propósito. Cada una afecta a un papel fundamental que las universidades han desempeñado tradicionalmente y exige mucho más que ajustes graduales.
Para perdurar y liderar en el siglo XXI, las universidades deben reconceptualizar su identidad, no solo como transmisoras de conocimiento, sino como instituciones resilientes, éticas y cívicas, capaces de afrontar la complejidad sin derrumbarse bajo su peso.
Las universidades siempre han estado marcadas por la tensión: la tensión entre el avance del conocimiento y el servicio a la sociedad, entre la preservación de la tradición y el fomento de la innovación. Sin embargo, hoy en día, estas tensiones se han intensificado hasta convertirse en algo mucho más volátil. En los últimos años, los académicos introdujeron la idea del «trilema universitario» para captar esta creciente complejidad: la lucha por equilibrar tres imperativos cada vez más contrapuestos: verdad, autonomía y pertenencia.
Este trilema marcó un cambio profundo en la misión tradicional de la educación superior. Si bien antes estos ideales se reforzaban mutuamente, las universidades ahora descubren que defender uno a menudo pone en riesgo los demás.
Defender la verdad académica mediante la investigación rigurosa, la indagación abierta y la enseñanza basada en la evidencia ha generado cada vez más reacciones políticas negativas. En sociedades polarizadas, incluso los hallazgos meticulosos y revisados por pares sobre temas como el cambio climático, la desigualdad racial o la salud pública se han reinterpretado como activismo partidista. Los académicos se enfrentan a crecientes acusaciones de sesgo ideológico, y las universidades corren el riesgo de distanciarse de gobiernos, donantes y sectores del público con los que antes contaban.
Defender la autonomía institucional, históricamente un pilar de la libertad académica, se ha vuelto igualmente complejo. Las universidades que se resisten a alinearse con las agendas políticas o las prioridades nacionales son cada vez más retratadas como elitistas, irresponsables o ajenas al interés público. Al intentar salvaguardar su independencia, muchas instituciones, sin darse cuenta, alimentan narrativas más amplias de desconfianza en torno a la educación superior.
Los esfuerzos por ampliar la pertenencia, si bien son esenciales para corregir exclusiones históricas, también han generado nuevas complejidades. Las iniciativas para diversificar el profesorado, revisar los planes de estudio y abordar las injusticias sistémicas, aunque urgentemente necesarias, suelen ser percibidas por los críticos como amenazas a los estándares académicos o como restricciones al debate abierto.
En sus esfuerzos por crear espacios más inclusivos, las universidades con frecuencia se encuentran caminando por una delgada línea entre ampliar el acceso y proteger las condiciones necesarias para la indagación crítica.
Vulnerabilidad estructural
. El Trilema Universitario, por lo tanto, no solo ha agudizado tensiones de larga data, sino que también ha expuesto una vulnerabilidad estructural más profunda: los ideales centrales de la educación superior ya no coexisten fácilmente en un mundo cada vez más fragmentado. Defender un principio a menudo corre el riesgo de debilitar otro. Navegar por estas contradicciones se ha convertido en un desafío decisivo para los líderes universitarios de todo el mundo.
Esta realidad más amplia es evidente en múltiples contextos. En Hungría, las restricciones del gobierno a la libertad académica se han vuelto emblemáticas de un giro autoritario más amplio en el capitalismo de Estado . En la India, la creciente intolerancia política ha llevado a feroces batallas sobre el contenido curricular y la autonomía académica . En Estados Unidos, la polarización ideológica ha generado profundas divisiones sobre el papel y el valor de las universidades, y la confianza pública en la educación superior se ha vuelto cada vez más partidista .
Estos ejemplos demuestran que los compromisos fundamentales con la verdad, la autonomía y la pertenencia ya no pueden darse por sentados.
Sin embargo, si bien las crisis actuales son agudas, las tensiones en sí mismas no son del todo nuevas. Las universidades siempre han operado dentro de fuerzas políticas y económicas dinámicas. Lo que es diferente ahora es la escala, la intensidad y el refuerzo mutuo de estas presiones, y el grado en que exigen una transformación fundamental.
Las tensiones relacionadas con la verdad, la autonomía y la pertenencia definieron en su día la lucha central de las universidades modernas. Durante la era del trilema, las instituciones fueron acusadas a menudo —a veces con razón, a menudo de forma simplista— de perder el contacto con las sociedades a las que servían. En varios países, las universidades fueron tildadas de bastiones de ideología progresista o de defensores ineficaces de los valores nacionales.
A medida que las universidades buscaban defender la verdad, la autonomía y la pertenencia, el equilibrio entre estos ideales se volvió cada vez más frágil. Decir la verdad al poder conllevaba el riesgo de repercusiones políticas.
La ampliación del acceso y la representación desencadenó acusaciones de parcialidad. La independencia institucional, pilar fundamental de la vida académica desde hace tiempo, se vio erosionada por la disminución de la inversión pública y la creciente intervención gubernamental.
Del trilema al quintilema.
A pesar de todo, muchas universidades mantuvieron su compromiso, aunque de forma imperfecta, de mantener estos tres principios en tensión. Sin embargo, hoy en día, ni siquiera el trilema capta la profundidad de los desafíos que enfrenta la educación superior. La crisis se ha vuelto más grande, más aguda y más existencial. Más allá de las tensiones entre la verdad, la autonomía y la pertenencia, las universidades ahora deben lidiar con dos fuerzas adicionales: la supervivencia y el propósito.
Esta realidad expandida, lo que podríamos llamar el quintilema, refleja una crisis de cinco dimensiones que amenaza no solo la relevancia de la universidad, sino su propia existencia. Las universidades ya no se limitan a navegar por las tensiones entre ideales en pugna; se enfrentan a profundas disrupciones que exigen una reimaginación de su papel en la sociedad.
Dos fuerzas globales han acelerado este cambio. La Cuarta Revolución Industrial ha desafiado radicalmente los modelos tradicionales de autoridad y autonomía académica, con la inteligencia artificial, las economías de plataforma y la producción automatizada de conocimiento que están transformando la forma en que se crea, distribuye y valora la información.
Al mismo tiempo, la pandemia de COVID-19 forzó un giro digital abrupto, exponiendo vulnerabilidades en infraestructura, gobernanza y modelos financieros, a la vez que amplió las desigualdades existentes en acceso y oportunidades.
Estas fuerzas no crearon las crisis que enfrentan las universidades; más bien, expusieron y magnificaron debilidades estructurales de larga data. La pandemia reveló la dependencia que muchas universidades se habían vuelto de plataformas digitales privadas. Aceleró el auge de credenciales alternativas, itinerarios de aprendizaje flexibles y nuevos participantes en el mercado que ahora compiten directamente con las titulaciones tradicionales.
La Cuarta Revolución Industrial ha amplificado aún más estas disrupciones: las herramientas de IA generativa, las credenciales verificadas mediante blockchain, las plataformas de tutoría automatizada y los laboratorios remotos están comenzando a desplazar el monopolio universitario tradicional sobre el conocimiento y la certificación.
Mientras tanto, fuerzas más amplias como la disrupción climática, los conflictos globales y la transformación demográfica continúan transformando el contrato social que antaño cimentó la educación superior. Las universidades se encuentran en un mundo donde ni su estatus ni su supervivencia pueden darse por sentados.
La adición de la supervivencia y el propósito al trilema marca un cambio decisivo. Las cuestiones de verdad, autonomía y pertenencia siguen siendo centrales, pero ahora operan dentro de un marco existencial más amplio.
Las universidades deben preguntarse no solo cómo defender sus ideales, sino también si pueden adaptarse con la suficiente rapidez para preservar su viabilidad. Y deben afrontar quizás la pregunta más difícil de todas: ¿Cuál es el propósito perdurable de la universidad en un mundo fragmentado, acelerado e incierto?
Las cinco presiones
El «Quintilema Universitario» está conformado por cinco fuerzas entrelazadas que se refuerzan mutuamente: verdad, autonomía, pertenencia, supervivencia y propósito; presiones que ninguna institución puede abordar de forma aislada. Navegar por este nuevo panorama requiere algo más que defender principios aislados. Cada presión se entrecruza con las demás y las amplifica, creando una red de tensiones que las estrategias tradicionales ya no pueden desentrañar.
• La fragmentación de la verdad : Hoy en día, la verdad se enfrenta no solo a ataques externos, sino también a una fragmentación interna. El desafío ya no se limita a defender el rigor científico o la evidencia académica. Ahora requiere operar en un panorama donde el conocimiento mismo se ha desestabilizado: politizado, amplificado algorítmicamente y, a menudo, valorado más por su resonancia emocional que por su veracidad.
• La erosión de la autonomía : La autonomía también se encuentra bajo una renovada presión. Ya no solo amenazadas por la interferencia política manifiesta, las universidades ahora se enfrentan a dependencias más sutiles derivadas de la era digital. Las instituciones que antes se enorgullecían de su autogobierno dependen cada vez más de plataformas comerciales, infraestructuras de datos privadas y fuentes de financiación externas.
• El desafío epistémico de la pertenencia : La pertenencia se ha convertido en un desafío epistémico fundamental. La inclusión ya no es simplemente una cuestión de quién es admitido en la institución; es una cuestión de qué conocimiento es reconocido, qué historias son legitimadas y qué futuros son imaginados dentro del proyecto académico.
• La lucha existencial por la supervivencia : La supervivencia se ha convertido en una cuestión existencial. Los modelos financieros basados en las tasas de matrícula, la movilidad estudiantil global y la financiación competitiva de la investigación son cada vez más frágiles. La disrupción climática, los cambios demográficos y la inestabilidad geopolítica amenazan la viabilidad operativa de las universidades en todas las regiones.
• La recuperación del propósito : El propósito es más grande que nunca. En una era marcada por la automatización, la crisis planetaria y la profunda fragmentación social, las universidades deben articular una misión que trascienda las credenciales de los individuos para el empleo y hable en cambio de los futuros colectivos de las sociedades democráticas, las tecnologías éticas y los mundos sostenibles.
Un nuevo papel cívico para la educación superior
Frente a estas presiones entrelazadas, la solución al quintilema no es priorizar un valor sobre otros, ni buscar compromisos simples. En cambio, las universidades deben asumir estas tensiones como condiciones para su renovada relevancia. El futuro de la educación superior no se asegurará volviendo a los ideales del pasado. Se forjará evolucionando hacia nuevas formas de responsabilidad cívica y planetaria.
Esto exige una redefinición de las funciones centrales.
• La práctica cívica de la verdad.: La verdad ya no debe concebirse meramente como la defensa de la experiencia disciplinaria o la producción revisada por pares. En una era de desinformación algorítmica y fragmentación epistémica, las universidades deben convertirse en arquitectas de la razón pública: sitios donde las sociedades pueden ensayar la difícil labor de discernir realidades compartidas sin colapsar en el tribalismo o la duda fabricada.
• Autonomía distribuida : La autonomía debe reimaginarse como resiliencia distribuida en lugar de independencia aislada. La verdadera autonomía requerirá que las universidades construyan ecosistemas intelectuales colaborativos que abarquen sectores, culturas y regiones, aislando la producción de conocimiento de la captura por cualquier fuerza política o tecnológica.
• Pluralidad epistémica y pertenencia : La pertenencia debe elevarse de una cuestión de admisión a una transformación de las estructuras epistémicas. Las universidades deben reconocer e integrar los sistemas de conocimiento indígenas, arraigados en la comunidad e históricamente marginados, no solo como formas de inclusión, sino como esenciales para reimaginar la indagación, el valor y la relevancia en sí.
• Administración existencial para la supervivencia : La supervivencia debe reorientarse de las métricas financieras a la administración existencial. Las universidades deben verse a sí mismas como guardianas de capacidades sociales a largo plazo: pensamiento crítico, deliberación democrática, imaginación ética y alfabetización planetaria. La supervivencia no dependerá de perseguir la relevancia del mercado, sino de anclar la educación en las habilidades y sensibilidades necesarias para sostener el florecimiento humano y ecológico.
• La recuperación moral del propósito : El propósito debe ser recuperado como la fuerza animadora de la evolución de la universidad. En un mundo posindustrial y pospandémico, la misión de la educación superior debe extenderse más allá de acreditar a las personas para la movilidad económica. Las universidades deben cultivar la imaginación colectiva necesaria para enfrentar las amenazas existenciales compartidas (colapso climático, gobernanza algorítmica, fragmentación política) y para visualizar futuros alternativos basados en la justicia, la sostenibilidad y la dignidad.
En resumen, las universidades deben dejar de verse a sí mismas como motores de adaptación al mundo tal como es. Deben atreverse a convertirse en arquitectas del mundo tal como podría ser.
Abrazando la complejidad
El Quintilema Universitario no es simplemente una crisis gerencial o una disrupción temporal. Señala el agotamiento de un modelo heredado de educación superior y la urgente necesidad de reimaginar qué son las universidades, a quiénes sirven y cómo contribuyen al futuro de la vida democrática y planetaria.
Las instituciones que se aferran a viejos paradigmas —silos disciplinarios, métricas de investigación extractivas, acreditaciones impulsadas por el mercado— pueden sobrevivir por un tiempo, pero corren el riesgo de caer en la irrelevancia.
Las reformas graduales no serán suficientes. Se necesita una renovación fundamental del propósito, la estructura y la imaginación.
Reimaginar la universidad comienza por aceptar la complejidad en lugar de rehuirla.
Implica cultivar espacios públicos donde la verdad se busque como un esfuerzo dinámico y colectivo; donde la autonomía se sustente mediante la resiliencia distribuida en lugar de la independencia aislada; donde la pertenencia transforme no solo quién ingresa a la institución, sino también cómo se construye y valora el conocimiento; donde la supervivencia se base en la gestión a largo plazo en lugar de la competencia a corto plazo; y donde el propósito se recupere como un compromiso moral y cívico con las generaciones futuras.
Al afrontar el quintilema, las universidades tienen la oportunidad de ir más allá de la autopreservación institucional para convertirse en artífices de una nueva arquitectura cívica, capaz de sustentar la vida democrática, la viabilidad ecológica y la dignidad humana compartida en el siglo venidero. Lo que está en juego no es solo académico. Es civilizatorio.
En el mejor de los casos, las universidades nunca han sido meras instituciones; han sido experimentos vivos sobre las posibilidades de la comprensión y la solidaridad humanas. Hoy, en un mundo que exige nuevas formas de valentía y conexión, la educación superior tiene la oportunidad de convertirse en algo más de lo que ha sido. La renovación no será fácil, pero está al alcance de quienes estén dispuestos a imaginar, construir y creer que el conocimiento aún tiene el poder de sanar y transformar.
James Yoonil Auh es catedrático de Ingeniería Informática y de Comunicaciones en la Universidad KyungHee Cyber de Corea del Sur. Ha trabajado en Estados Unidos, Asia y Latinoamérica en proyectos que vinculan la ética, la tecnología y las políticas educativas.
Este artículo es un comentario. Los artículos de opinión reflejan la opinión del autor y no necesariamente la de University World News.
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