Derechas, Chile Vamos, Matthei
Abril 23, 2025

Derechas, Chile Vamos, Matthei

¿Cómo puede un sector ingobernable, falto de conducción y de un sólido liderazgo, con escasas habilidades comunicacionales e instrumentales, ofrecer -menos aún, prometer- gobernabilidad a un país cansado del fraccionalismo de su clase política y escéptico frente a los partidos y sus élites?

Ha llegado la hora de preguntarse seriamente si las derechas están en condiciones de ofrecer un proyecto de gobernabilidad al país.

Divisiones internas

Para partir, su división interna en dos bloques ideológicos parece insuperable. Marcan el arribo a Chile de la batalla que a nivel global se libra entre derechas tradicionales, de raigambre liberal-conservadora, y las nuevas derechas extremas o radicales, que combinan concepciones y sensibilidades iliberales, nacionalistas y autoritarias. En torno a este clivaje se organiza ahora también el enfrentamiento entre Chile Vamos, con sus tres tendencias internas -RN, UDI y Evópoli- y los dos conglomerados de derecha iliberal: Republicanos de J. A. Kast y Nacional Libertarios de Johannes Kaiser.

Chile Vamos solía reunir todos estos elementos ideológicos bajo un mismo techo. Hasta que ocurrió un primer desprendimiento en 2016, desde la UDI, de su ala más conservadora presidida por Kast, identificada con el recuerdo y el anhelo autoritarios.

Tres años más tarde se funda, sobre esa base, el Partido Republicano. Su líder se identifica rápidamente con una plataforma internacional de derechas radicales, Political Network for Values, que llegó a presidir. Su reemplazante, el croata Stephen Bartulica, tras ser elegido durante la VI Cumbre Transatlántica celebrada en Madrid en diciembre pasado definía así el espíritu de la plataforma: “Debemos luchar en el terreno de la política, pero ganar elecciones no es suficiente, es la cultura la que al final determinará el destino de nuestras naciones. Aquí no debemos ceder ni un ápice. Estamos llamados a ganar los corazones y las mentes de la próxima generación”.

A su turno, el segundo conglomerado de derecha radicalizada es un desprendimiento del Partido Republicano, al cual J. Kaiser, su líder, renunció en noviembre de 2021 para volver a formar parte del mismo un año después, y dejar nuevamente la colectividad en enero de 2024. Desde ese momento anunció que sería candidato a la presidencia de la República y que fundaría un nuevo partido, el partido Nacional Libertario, nombre de su canal en YouTube donde posee más de 100 mil suscriptores, según su reseña biográfica en la Biblioteca del Congreso Nacional.

A medida que se acerca la elección presidencial y de parlamentarios, la batalla ideológica y estratégicaal interior de las derechas se ha intensificado en un grado sorprendente. En vez de aprovechar en su favor la ola internacional ascendente y el hecho de que las izquierdas locales se debaten en su propia confusión preelectoral y lucha ideológica en sordina, en la derecha las fuerzas centrípetas adquieren preeminencia, los intereses fraccionales se imponen, los discursos se vuelven más y más desordenados y los liderazgos, siempre escasos, se desdibujan, trastabillan y arriesgan caer ante la opinión pública.

Falta de visión de país

Desde el punto de vista de la construcción de gobernabilidad, lo más importante es que estas derechas desavenidas carecen en grado máximo de una visión común de país, una sensibilidad compartida frente a los problemas que enfrentamos, una percepción similar del cuadro internacional y de un programa definido para conducir a la sociedad chilena en el siglo XXI. En efecto, en torno a cada uno de estos ejes críticos reina el desbande ideológico.

La idea de nación como una comunidad imaginadafue alguna vez el basamento del pensamiento de derechas, mientras perduró el orden tradicional donde Portales en el pasado y Pinochet en el futuro parecían converger en un destino común de orden, patria, autoridad, cohesión de clase, jerarquía, religión y seguridad colectiva. Sobre todo, frente al desorden representado por la amenaza de los progresismos y las emergentes clases medias y populares.

Pero esa noción dejó de representar un basamento común para las derechas a partir de 1990, cuando la comunidad imaginada tradicional se deshilacha y fragmenta en múltiples imágenes.

Desde un punto de vista sociológico puede postularse que la modernidad capitalista neoliberal, impuesta bajo la vigilancia de un Estado autoritario, hizo estallar esa visión de orden tradicional como una comunidad imaginada que, en realidad, venía desgastándose a lo largo del siglo XX. Tuvo su último fulgor bajo el (neo) alessandrismo de 1958 a 1964. A esa altura, tal visión portaliana había perdido sus bases socioeconómicas, no encontraba ya apoyo en la cambiante estructura de clases, su hegemonía cultural y religiosa se había esfumado, lo mismo que su consistencia ideológica y su respaldo entre los partidos tradicionales de la derecha.

Como sea, la comunidad reimaginada por las derechas que accedieron al poder con el golpe militar o se formaron a su sombra -gremialista-neoliberal, de nuevos grupos empresariales e intelectuales, herederos pero renovadores del ideal de una democracia protegida, en guerra de exterminio con los enemigos ideológico-políticos– quedó sepultada tras la derrota del pinochetismo y la reinstauración de la democracia.

A partir de ese momento, y durante buena parte de los gobiernos de la Concertación, la derecha postdictatorial, bonificada por la herencia autoritaria, descansó básicamente en una visión gremial-conservadora de las esferas social y cultural y una visión empresarial-neoliberal de la economía, combinación vehiculizada por la UDI que hegemonizó a las derechas. Y operó, además, como el administrador doctrinario-ideológico principal de la herencia pinochetista.

Quizá por eso mismo, llegado el turno a las derechas de volver al gobierno, esta vez por la vía del sufragio, su líder y “candidato natural” provino no de la UDI ni de la herencia pinochetista sino de RN y del (relativamente pequeño) filón de derecha que contribuyó al voto mayoritario en el plebiscito que puso fin a la dictadura.

Piñera fue pues un líder representativo de una derecha liberal moderada, pragmática, empresarial, dialogante y de gestión, con una postura crítica frente al derrotero de violaciones de derechos humanos de la dictadura, que en dos oportunidades accedió a la presidencia de la República. Su paso por el gobierno, si bien no sobresalió por logros extraordinarios, salvo tal vez por la gestión de la crisis desatada por la epidemia del Covid, dejó sin embargo un legado personal positivo de su liderazgo en la sociedad. En cambio, no logró echar las bases de un nuevo esquema de gobernabilidad.

Conducción errática

La semana pasada fue, aún para analistas y opinólogos identificados con el sector, una semana horribilis para el proyecto de las derechas. Quedó ratificada no sólo la trizadura ideológica entre sus principales conglomerados, dos contra uno, sino la dificultad de conciliar entre ellos sus diferencias a través de primarias, permitiendo al electorado del sector dirimir la disputa entre elites partidarias. Sin duda, el costo mayor lo paga el liderazgo de Chile Vamos y E. Matthei, quien hace rato viene perdiendo prestancia. No estrepitosamente (with a bang) sino, lo que es peor, quejumbrosamente (with a whimper).

RN mismo, como primus inter pares del sector, aparece confundido en la coyuntura. Tardó semanas en resolver si ir a primarias y con quienes. Carece de discurso y proyecto. Sus liderazgos internos son débiles, con excepción del presidente del partido. Frente al gobierno es ambiguo y zigzagueante. Luego de apoyar con claridad una reforma previsional -que también interesaba al gobierno del Presidente Boric y al Socialismo Democrático- en vez de reivindicar dicho apoyo como una contribución al bien común, que lo fue, persiste en llevar adelante pequeñas escaramuzas contra el oficialismo, sin poder ordenar la propia casa.

Al final, como ocurrió la semana pasada y culminó en esta, RN termina metida en un callejón sin salida (autoconstruido), teniendo que inventar, fingir y simular una primaria interna, para luego enterrarla, ahora sí parece definitivamente, en medio de un completo desorden político-comunicacional. Con el descontento de sus aliados y enajenado de la opinión pública. En fin, un fallido invento de última hora que desemboca en un tragicómico mutis por el foro. Un desaguisado mayor.

¿Quiénes ganan en estas circunstancias? Sin duda las derechas extremas de Kast y Kaiser, las que desde el primer momento dejaron en claro que no concurrirían a unas primarias con Matthei. Ahora ganan espacio incluso para negociar entre ellas cómo asegurar una mejor perspectiva -de mediano plazo- para hacerse de la hegemonía dentro del sector.

En paralelo, durante esa semana fatídica, Matthei con sus errores ha resaltado aún más dramáticamente la falta de un discurso programático propositivo y de un relato sobre su propia identidad.

¿A título de qué, por ejemplo, la candidata anunció en su cuenta de X la intención de incorporar el acuerdo Codelco-SQM a la carrera presidencial? “He pedido a los parlamentarios de Chile Vamos que soliciten toda la información” respecto de este acuerdo, escribió, “con el objeto de revisar la conveniencia para el país de dicho pacto y el desarrollo futuro de esa industria en Chile”.

Esto varios meses después de firmado el acuerdo. ¿Por qué ahora justamente, cuando el mundo se precipita hacia una verdadera guerra comercial? ¿Y por qué respecto de un acuerdo estatal-privado que proporciona un valioso ejemplo de cómo incentivar un nuevo ciclo de crecimiento económico? ¿Qué exactamente repara o acusa o teme la candidata?

Ni siquiera desde su propio entorno hubo respuestas para justificar esta intempestiva declaración. ¿Hacia dónde apunta en términos de propuesta/programa de crecimiento económico? ¿Su equipo programático apoyó este anuncio y por qué no salió con posterioridad a defenderlo?

Más al fondo, ¿cuáles son los planteamientos de la derecha tradicional frente a las realidades actuales del capitalismo, el postneoliberalismo, el mercantilismo nacionalista MAGA, los libertarios estilo Milei y Kaiser, las demandas de derechos sociales y un Estado de bienestar mínimo, el estancamiento de la productividad, las desigualdades de ingreso, el empleo informal, la revolución en curso de la IA, las estrategias de colaboración público-privada, la necesidad de innovar y potenciar las  capacidades  económicas de las regiones, etc.?

Mas bien, la infundada e inoportuna comunicación de la candidata abrió una ventana hacia la orfandad en materia económica de su propia campaña y de las derechas, un aspecto que se supone sería una fortaleza del sector. Hizo notoria la falta de ideas de las derechas frente a cada una de esas interrogantes, particularmente de un conglomerado (Chile Vamos) que se proclama como la alternativa para presidir el próximo gobierno.

Muertos inevitables

Menos entendible aún fue la polémica que desató Matthei durante una distendida conversación transmitida por radio Agricultura y disponible en YouTube, donde fue presentada como una amiga y compañera que venía a compartir su pensamiento más íntimo con Checho Hirane, su anfitrión. Este abrió la conversación con una intervención pretendidamente ingeniosa, preguntándole a su invitada entre risas cómo estaba su vida sexual, o algo así, seguramente para remarcar el alto grado de confianza en que se desenvolvería la entrevista. Al poco rato, en ese clima que llamaba a la espontaneidad, la candidata fue invitada a hablar sobre septiembre de 1973. Su respuesta, cincuenta años de reflexión después de los hechos más traumáticos del siglo XX chileno, fue sorprendente: “Mi posición es que no había otra. Que nos íbamos derechito a Cuba”, dijo. Y agregó: “Probablemente, al principio, en el 73, 74, era bien inevitable que hubiese muertos. Pero ya cuando llegó el 78 y el 82, y siguen ocurriendo, ahí ya no”.

Fue esta manera, cómo designarla, descomprometida, insensible, desabrida, tosca incluso, de referirse a los muertos (muertas) -o sea, a las y los asesinados, torturadas, desaparecidos, violadas, violentamente descuartizados, arrojados al mar, a quienes solo la poesía de Zurita ha podido rescatar en toda su honda devastación y dignidad- la que de golpe abrió una vista hacia esa parte oscura en que se funda el orden pinochetista y los 17 años de dictadura.

Así, la candidata traía al presente el tema que como una sombra persigue a su sector, especialmente a Chile Vamos, y reabrió un debate que marca a varias generaciones hasta hoy, aun a aquellas nacidas después de removida la dictadura. El desconcierto de su círculo más estrecho, equipos de conducción estratégica de la campaña y asesores comunicacionales fue completo. La propia candidata se sintió obligada a explicar sus dichos; inútil, pues su imagen sigue hasta hoy, a toda hora, repitiendo su desafortunada comunicación en Internet, las redes sociales y los medios de comunicación.

Es probable que Matthei, sintiéndose protegida en esa entrevista de camaradería ideológica, bajó la guardia y dejó fluir sus recuerdos anudados, inevitablemente diría ella, a la figura paterna. En efecto, sin mediar pregunta, continuó así su tren de pensamiento íntimo: “Cuando mi padre llegó a la Junta de Gobierno, era el año 78, ya habían pasado cinco años (…) Y durante esos primeros cinco años, nosotros hablábamos del tema de violación de derechos humanos. Era un tema que se tocaba”.

O sea, no hablaban de una guerra civil, ni del peligro cubano, ni de la inevitabilidad de los muertos sino lisa y llanamente de “violaciones de derechos humanos”. Es imposible imaginar que, en el cuadro de una dictadura de control panóptico, con toda la información que circulaba entre los altos mandos de las FF.AA. y sus servicios de inteligencia, esas violaciones de las que se hablaba en el grupo familiar Matthei no llevasen inevitablemente a aquellos muertos pre-1978.

Tanto así que, al asumir el mando de la Fuerza Área, su padre, recordó ella, de entrada, manifestó: “Si alguien aquí comete un acto de violación de derechos humanos, no crean que los voy a proteger, al contrario, yo los voy a llevar a la justicia”. (¿No es de suyo reveladora tal advertencia?)

Como sea que haya sido la intrahistoria familiar, y cuál sea el grado de fidelidad de la memoria entre la lealtad al padre y al propio proceso interno de maduración sobre los traumas de nuestra historia, lo cierto es que Matthei se puso a sí misma en una posición insostenible. La de justificar públicamente los crímenes cometidos por la dictadura como una inevitabilidad histórica para prevenir una revolución imaginada bajo la hipótesis que esta llevaría directamente a Cuba. Las subsiguientes violaciones de derechos humanos, tematizados en casa y hoy explicados como consecuencia de una “guerra civil”, completan un relato que expone los fundamentos de la nación pinochetista; la comunidad imaginada por la dictadura.

¿Por qué la candidata Matthei sintió la necesidad de levantar este relato justificatorio tan extremo, banal en cierta medida, sin duda ajeno a cualquiera comprensión más densa, personalmente comprometida y de mayor sensibilidad hacia todos los efectos (escombros de la historia) dejados tras de sí por la dictadura? Dejemos que los analistas del sector nos iluminen al respecto. Al momento de escribir, las respuestas desde el sector son pocas y poco convincentes.

Suma y sigue

En suma, las derechas en su conjunto salen mal paradas tras la última semana. En particular, Chile Vamos es el bloque más magullado. Y el liderazgo de Matthei el que experimenta mayores daños, paradojalmente, autoinfringidos.

El sector de las derechas -que todavía es ampliamente favorecido por la opinión pública encuestada- muestra escasa capacidad de proyectar una alternativa de gobernabilidad. Al contrario, sus divisiones internas, guerra ideológica desatada entre las diversas corrientes, ausencia de propuestas acordes a una visión de país, carencia de proyecto y estrategia comunes y desorden táctico-electoral, crean un cuadro nítido de desgobierno del propio sector.

En estas circunstancias, es inevitable preguntarse: ¿cómo puede un sector ingobernable, falto de conducción y de un sólido liderazgo, con escasas habilidades comunicacionales e instrumentales, ofrecer -menos aún, prometer- gobernabilidad a un país cansado del fraccionalismo de su clase política y escéptico frente a los partidos y sus élites?

En condiciones relativamente normales, con el cuadro de opinión existente en nuestro país, una ola global pro-derechas extremas o radicales, frente a un gobierno con escaso perfil propio, que se encuentra de salida y carece igualmente de un sólido esquema de gobernabilidad, ¿no sería del todo evidente que las derechas hoy en la oposición deberían aparecer desde ya como una potente y casi segura, casi inevitable podría decir Matthei, opción de cambio en la alternancia del gobierno?

Hace algunos meses, por un corto tiempo, así pareció. Ya no más. Hoy los conglomerados de oposición aparecen tan separados entre sí como las agrupaciones oficialistas, todos tensionados por la competencia en sus respectivos sectores.Los tropiezos tácticos a un lado se compensan con los del otro lado; las confusiones ideológicas de derecha se equiparan con las de izquierda. Y así por delante.

El país, en tanto, espera más.

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