¿De vuelta a la complicidad pasiva?
”Chile Vamos continúa bajo el efecto del tupido velo que ciega la mirada”.

Ayer, cincuentenario de la muerte del presidente Allende, muchos en las izquierdas se confundieron. Solo una parte rescató para su proyecto de hoy una perspectiva de profundización democrática y, por ende, autocrítica de la UP.
Hoy, la candidata de las derechas que reclaman para sí una visión liberal-republicana incurre en la misma confusión. Justifica la feroz represión de los primeros años de la dictadura bajo una supuesta guerra civil y la necesidad de reaccionar frente el ineluctable destino que llevaría a Chile a convertirse en una segunda Cuba.
Guerra civil hubo en EE.UU., en España, en Siria. Pero no en Alemania antes del acceso de los nazis al poder total. Ni tampoco en los casos de las dictaduras de Brasil, Argentina y Uruguay. Tampoco en Chile.
De hecho, nadie usa seriamente estos términos para designar el golpe de Estado ni deberían usarse para justificar los crímenes que lo siguieron, donde el Estado concentraba en sus manos todos los poderes de coacción, represión, control y vigilancia.
Bajo esas circunstancias de control total, tras el bombardeo de La Moneda y sin resistencia popular ni menos militar, en un estado de excepción permanente, ocurrieron cientos de hechos de extrema violencia, muerte, desaparición y terror que avergüenza recordar. La macabra Caravana de la Muerte es un símbolo temprano de todo esto. Los registros de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig) se leen aún hoy como el testimonio de un Estado que no reparó en ningún medio en su lucha de exterminio ideológico.
El hecho de que la candidata —en competencia con las derechas extremas que abrazan plenamente la dictadura, la noción de democracia protegida y un credo iliberal— no logre diferenciarse definitiva y netamente de los crímenes de la dictadura, muestra una debilidad de fondo en la renovación de Chile Vamos. Continúa bajo el efecto del tupido velo que ciega la mirada de los “cómplices pasivos”, como los denominó el presidente Piñera.
Misma responsabilidad que cabe atribuir, a partir del 11 de septiembre, al cerco de silencio y de acomodaticias justificaciones que sirvieron para ahogar la reacción que podía esperarse de la élite social, cultural y profesional de las derechas.
Medio siglo después de ocurrida la tragedia —no una guerra civil ni un imaginario destino cubano—, lo que cabe esperar de la líder de derecha que aspira a ofrecer una gobernabilidad con amplia base social y cultural, es una visión reconciliada del pasado, sensible a la devastación causada y de superación de aquella complicidad pasiva.
Y si ha de defender y explicar el golpe de Estado, que muestre al mismo tiempo, al menos, un claro rechazo del fenómeno dictatorial en su faz más oscura. Y se separe sin excusas de su terrible legado.
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