Aprender a convivir
‘Si bien las escuelas no pueden contrarrestar los muchos problemas, amenazas y riesgos que derivan de las actuales transformaciones de la sociedad, su función de enseñar a vivir juntos en la diversidad es insustituible. De hecho, continúan buscando enfoques, currículos, métodos, fórmulas y proyectos que sirvan para ese fin”
Ningún otro aspecto de la existencia individual o colectiva está tan amenazado como el sentirse parte de comunidades que celebran la diversidad de sus miembros.
De los cuatro pilares que sostienen a la educación —aprender a ser, a conocer, a hacer y a convivir—, el último, aprender a vivir juntos y con los demás, según los términos empleados por la Unesco, es el que se halla afectado más directamente por las transformaciones que experimentan las sociedades contemporáneas.
De hecho, ningún otro aspecto de la existencia individual o colectiva está tan amenazado, puesto en tensión o francamente en retirada, como el sentirse parte de comunidades que celebran la diversidad de sus miembros. Hemos perdido esa disposición que en su día Isaiah Berlin retrató así en una entrevista: “Me han dicho que existe una excelente oración hebrea que debe pronunciarse al ver un monstruo: ‘Bendito sea el Señor, nuestro Dios, que introduces la diversidad entre tus criaturas’”.
Por el contrario, tendemos a desconfiar de los otros, vivimos de espalda a los vecinos, tememos a quienes se expresan o comportan de manera diferente. Preferimos a los que piensan, visten y comunican nuestros mismos ideales, valores, prejuicios y adscripciones. Es la época de la identidad, según el título de un libro de dos famosos educadores (Shirley y Hargreaves), cuyo subtítulo se pregunta: “¿Quiénes creen nuestros hijos ser? (…) y ¿cómo les ayudamos a pertenecer?”.
En efecto, aprender a vivir juntos se ha vuelto una tarea difícil. En Chile (2022), uno de cada cinco hogares es unipersonal; a su turno, la mitad de los hogares nucleares tiene una mujer jefa de hogar. Ese mismo año, 18% del grupo de edad de 0 a 17 años vivía en condiciones de pobreza multidimensional, la que considera el ingreso del hogar y otras condiciones de un desarrollo humano tales como vivienda, entorno, redes, cohesión social, educación, salud, trabajo y seguridad social.
Por su lado, la última Encuesta Nacional de Juventudes (adolescentes entre 15 y 19 años de edad y jóvenes entre 20 y 24 años, 2022) registra los porcentajes más altos de violencia física y psicológica de los últimos 10 años. La escuela es el lugar donde más se reporta haber sido víctima de violencia física (20,7%) y violencia psicológica (22,8%).
En tales circunstancias, aprender a convivir se complica enormemente. Los hogares y las escuelas enfrentan crecientes dificultades para cumplir sus funciones de socialización; esto es, hacernos parte de un orden cultural compartido donde el pluralismo de ideas, creencias y valores es una expresión esencial de la diversidad de nuestras identidades.
Pero esas trayectorias —en la familia y la educación formal— no dependen solo de procesos al interior de la esfera privada. Ellas se inscriben además en contextos mayores de sociedad y clases sociales, de cultura y política, de comunicación y oportunidades de formación (y autoformación) a lo largo de la vida.
También en estos contextos, las condiciones para aprender a convivir son particularmente complicadas. Habitamos en un mundo de violencia y temor hobbesianos. Frecuentemente los otros (diversos) se nos aparecen —en la realidad y en el imaginario; en la calle y la TV— como bárbaros, criminales, desadaptados, enemigos, terroristas, anarquistas, desalmados, a quienes, además, les atribuimos estigmas ideológicos, étnicos, religiosos, nacionales, de género e inhumanidad.
Los factores de riesgo que se ciernen sobre la sociedad, a veces con alcance global, no son imaginarios sin embargo. Para empezar, el calentamiento global marca nuestra entera convivencia con un sentimiento de incertidumbre amenazante, difundiendo un ánimo distópico que se manifiesta en la literatura, el cine y las series de TV. En seguida, las narcomafias ligadas al crimen organizado a nivel global, desafían a los Estados y los mercados, buscando penetrar los territorios, la política y las finanzas. La convivencia pública, cimiento de las sociedades democráticas, se enerva e interrumpe, dando paso a la fuerza y los estados de excepción.
A esto se agregan múltiples otros riesgos que crecen a la sombra de nuestras industrias, modos de consumir, formas de comunicarnos, de relacionarnos con la naturaleza, de organizar el poder y administrar a las masas. Al final, no hay espacio para aprender a convivir en medio de unos sistemas que suponen cada vez mayores cuotas de vigilancia, control y prevención de riesgos.
Culturalmente ocurre algo similar: la civilización que nos congrega está dejando de tener anclas y tradiciones, creencias trascendentes y jerarquías compartidas, frenos al deseo y temor a la ley, reglas de juego y el pudor como límite en las relaciones. Las comunidades se desvanecen, las relaciones se contractualizan, los dioses mueren. Son desplazamientos geológicos en las bases de la convivencia, pues cuestionan el principio de responsabilidad y el sentido de las normas; la diversidad y la formación en valores, y las nociones de seriedad, mérito, autoridad, fe pública y lealtad privada.
Si bien las escuelas no pueden contrarrestar los muchos problemas, amenazas y riesgos que derivan de las actuales transformaciones de la sociedad, su función de enseñar a vivir juntos en la diversidad es insustituible. De hecho, continúan buscando enfoques, currículos, métodos, fórmulas y proyectos que sirvan para ese fin.
La lista de iniciativas y esfuerzos es interminable: educación para la paz y la tolerancia, cultivo de la inteligencia emocional, instituciones y currículos interculturales, clases de ética y filosofía, escuela de valores, historia de las religiones, aulas diversas y de integración, competencias ínter e intrapersonales, formación ciudadana, manejo y resolución de conflictos, aprendizaje colaborativo, derechos de las niñas y niños, colegios misionales (confesionales o de filosofías), educación centrada en DD.HH., escucha activa y educación en sexualidad, afectividad y género, enfoque este último promovido por nuestro Mineduc.
Hoy más que nunca es imprescindible sostener esa búsqueda, innovar en las escuelas y evaluar los resultados. Y, también aquí, debe fomentarse la diversidad de enfoques y métodos, sin pretender uniformar a la sociedad o imponer a las escuelas un modelo único de convivencia.
Gran tema. Felicitaciones.
?podrían algunos/as compartir qué les ha dado resultados positivos?
Estimado Ernesto:
Disculpame la tardanza. En el siguiente link hay cosas de mucho interés:
https://scholar.google.cl/scholar?hl=es&as_sdt=0%2C5&as_ylo=2020&q=%22learning+to+live+together%22+state+of+the+art+&btnG=
Cordial saludo,
JJ