por Odette Hofer A. 13 julio, 2022
Soy la mamá de José Miguel, estudiante de Medicina que se suicidó en mayo del año pasado. Era un joven feliz, talentoso, con experiencias positivas, con una familia apoyadora que le amaba y le brindó las mejores oportunidades para que creciera y se desarrollara sanamente. Pero su paso por esta carrera transformó su vida, descubrió la ansiedad y terminó en un suicidio. Nos contaba el difícil clima de estudios que jamás imaginamos lo que significaría.
Posteriormente, se suicidó otra estudiante de Medicina de 5° año en otra institución, y hace un par de meses un estudiante de Pedagogía (ambas carreras han sido obligatoriamente “acreditadas” por ley).
Los padres entregamos a nuestros hijos a una “Educación Superior Acreditada de Calidad”, pero dista mucho de la serlo, muchos jóvenes sufren de una salud mental deteriorada a causa de la formación y nadie obliga a las instituciones a hacerse cargo, entonces se normaliza que un estudiante deba dejar sus actividades personales y solo dedicarse a estudiar sin descanso, dependiendo de la calidad de universidad y tipo de profesor que le tocó. La autonomía del sistema de Educación Superior permite que las universidades, según la capacidad, brinden o no apoyo, los académicos no son pedagogos sino profesionales expertos en su cátedra; “la acreditación no regula”, no garantiza ni protege a los estudiantes en estos ámbitos, pero sí ayuda a conseguir financiamiento del Estado.
Según informes de Minsal, los índices de suicidio juvenil pasaron a un primer lugar en el 2019, antes de la pandemia, y todo queda en estadísticas. Las Ues hacen talleres, charlas, es decir, le endosan al estudiante el autocuidado, o desarrollan detección de riesgos, estudios importantes, pero no se esmeran por brindar una formación equitativa centrada en la formación integral, no se actualizan mallas, ni apoyan a quienes repiten; también hay mucha deserción. En el fondo, prima el financiamiento por sobre la calidad, teniendo en cuenta el desbordado crecimiento de carreras y cantidad de estudiantes para las universidades, Centros de Formación Técnica e Institutos Profesionales.
Dentro de mi doloroso y abrupto duelo, me he dedicado entender y a investigar; a conversar con sus jóvenes compañeros, con expertos de la salud y educación; Colmed, CNED, CNA. He logrado apoyos en la Cámara de Diputados, y últimamente el apoyo del ministro de Educación y sus asesores.
Estoy trabajando en visualizar la problemática de salud mental de los estudiantes como consecuencia de inequidades y falta de regulación para proteger la calidad humana de los jóvenes en virtud de la “autonomía de la educación”, y buscar leyes transversales para la educación superior que protejan y se hagan cargo del estudiante. Un estudiante con problemas de salud mental queda estigmatizado y vulnerable, y eso trae consecuencias permanentes que hasta pueden ser irreversibles.
De más decir que los ambientes de la salud están tremendamente tóxicos: suicidios, acosos, y reciente cuasihomicidio, y abunda la información y estudios sobre el deterioro de salud mental y los estudiantes no están exentos.
En Instagram está, de alguna forma, parte de la historia de José Miguel, y lo que estoy visibilizando: @josémiguelxsaludmentaljuvenil. La formación profesional debe centrarse en sus estudiantes en forma integral, privilegiando el bienestar, erradicando la estigmatización y la sobrecarga académica innecesaria que no contribuye a ser mejores.
“Los adolescentes y jóvenes con problemas de salud mental sobrellevan una doble exclusión: su juventud y su salud mental que los hacen más vulnerables” (Revista N°30 INJUV).
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