¿Convención desacreditada?
No debería sorprenderse ahora del descrédito que comienza a percibir. Es de su propia hechura.
A medida que aumenta el descontento con la Convención Constitucional (CC) en la opinión pública masiva —menor esperanza en su quehacer, mayor sentimiento de desconfianza, temor y confusión—, la estrategia del órgano constituyente se vuelve, paradójicamente, más autocomplaciente. Con razón arrecian las críticas y advertencias de variados actores: el propio Presidente Boric, algunos de sus ministros, expresidentes de la República, senadores, jefes de partido, intelectuales, círculos académicos, judiciales, profesionales, gremiales y de organismos de la sociedad civil.
La primera línea de defensa es la habitual: echarle la culpa al empedrado; léase, a las imágenes adversas fabricadas para perjudicar al organismo. Sospechosos habituales: los medios de comunicación, las élites desafectas, los poderes fácticos, los intereses amenazados, los defensores del estatus, las campañas de fakenews.
Luego viene una segunda línea de protección, consistente en reconocer algunas fallas propias de comunicación, pero con excusas a la mano: falta de medios, complejidad de las materias tratadas, ruidos de transmisión, prejuicios de la audiencia. Incluso, se pretendió convertir al convencional Vade en chivo expiatorio; el antiguo rito de ofrecer a alguien que debe pagar por los demás (R. Girard).
Finalmente, un tercer mecanismo de cierre es conceder que existe un clima de desasosiego en torno a la CC, pero atribuirlo a la naturaleza misma del proceso que ella impulsa: no se refunda un país sin romper algunos huevos. O sea, el cambio deseado fervientemente generaría una reacción contraria equivalente. No quedaría más que echar adelante a toda máquina.
No repara la CC que, desde el comienzo, ha venido dilapidando el capital de confianza y terminado por frustrar las expectativas puestas en su trabajo. Se ha convertido en una instancia ajena —a veces hostil, incluso— a la sociedad y el Estado, a las instituciones, al sentido común y a la certidumbre y la seguridad que demanda la población. Ha creado en torno de sí un ambiente sectario, caracterizado por el uso de un lenguaje esotérico, la afirmación de colectivos identitarios y la incapacidad de construir, siquiera entre sus miembros, una comunidad sin exclusiones.
Ha carecido de transversalidad y cultivado —por medio de sus reglamentos y votaciones— la impronta de una asamblea refundacional motivada por la dialéctica víctima/revancha y algunas imágenes utópicas.
Envuelta en su propia, exaltada, discursividad, la CC no debería sorprenderse ahora del descrédito que comienza a percibir. Es de su propia hechura. Por lo mismo, necesita corregir su trayectoria si aspira a recuperar la estimación perdida. ¿O será demasiado tarde ya y la CC ha optado por ir por un apretado apruebo o rechazo? De ser así, el país saldrá debilitado.
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