Proceso político: superficie y fondo
“Continúa una soterrada pugna entre el espíritu de octubre y el espíritu de noviembre”.
El proceso político que nos mantiene en vilo transcurre en dos planos interrelacionados: superficie y fondo.
En la superficie se manifiesta, sobre todo, un recambio generalizado del personal que compone las élites políticas, como puede verse en la Convención Constituyente, las elecciones de mayo pasado, la competencia presidencial y se verá pronto también en las candidaturas parlamentarias. Estamos ante un cambio de marea.
Las élites políticas de las últimas tres décadas se reconfiguran. RN y la UDI han quedado arrinconadas en la Convención y sin candidato presidencial propio. El progresismo de antaño —con sus pilares PDC, PR, PPD, PS y asociados— consumió sus fuerzas y se deshilacha hacia la insignificancia. En las izquierdas priman las agrupaciones emergentes —como el FA, la Lista del Pueblo y diversas expresiones identitarias de clase, etnia y género—, en contraste con el PC, que hasta ayer creyó hegemonizar este espacio.
En suma, triunfan los carismas personales, siempre inciertos, sobre aquellos tradicionales y burocráticos: Sichel sobre Lavín y Desbordes; Boric sobre Jadue y el PC. Sin carismas que exhibir hasta ahora, el progresismo naufraga.
En el plano de fondo, continúa una soterrada pugna entre el espíritu de octubre (18-O: estallido, revuelta, ruptura, refundación) y el espíritu de noviembre (15-N: protesta, movilización, acuerdos, renovación).
Aquel convoca a sustituir la institucionalidad vigente por el poder popular y soberano depositado en la Convención debidamente rodeada y desbordada. El otro proclama la vía democrática para reformar las instituciones mediante una competencia entre proyectos que proponen cambios de diferente magnitud, profundidad e intensidad.
El espíritu octubrista de revuelta popular mostró sus límites electorales el domingo pasado. El espíritu del 15-N, en tanto, se expresa en un amplio espectro de posiciones. La nueva izquierda del FA ganó al separar aguas con la corriente rupturista. El progresismo del tiempo pasado no alcanzó a concursar siquiera, enredado por su indecisión. Y la derecha, personajes en busca de autor, debe asumir aún un guion democrático, liberal y social.
Boric y el FA, igual que Provoste y el progresismo irresoluto, están parados sobre una falla del terreno político. Unas fuerzas los empujan hacia el polo rupturista; otras los atraen hacia el polo contrario: un cambio regulado por las instituciones. El FA sigue atado al PC y pronto ambos se verán tensionados por una alternativa de la Lista del Pueblo. El progresismo llega tarde y carece de relato propio. Por su lado, la derecha comienza recién su lucha contra los fantasmas del pasado y las telarañas que nublan el futuro.
En consecuencia, el cuadro continúa plenamente abierto e incierto.
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