por Andrés Navas 2 mayo, 2021
Cuando escuché las declaraciones del señor Briones hace unos días y su “audaz” propuesta de abrir concursos internacionales para traer profesores extranjeros a Chile, no pude sino compararla con aquella que Balmaceda plasmó hace más de un siglo. De un lado, una política de estado robusta con un efecto multiplicativo innegable como la del expresidente. Del otro, una política estrecha que reduce el proceso educativo a la enseñanza en el aula y apunta al profesorado como responsable de su crisis. El señor Briones argumenta la carencia de profesores que se vislumbra para el futuro debido a la falta de interés en la carrera pedagógica. Sin embargo, tal como señalan varios informes contundentes de especialistas -como el emanado por el CIAE de la Universidad de Chile en 2014-, el problema son claramente las condiciones laborales.
En 1887, se dio inicio a la construcción del viaducto del Malleco sobre la base de cálculos técnicamente concebidos por el ingeniero chileno Victorino Lastarria. El país daba así un salto monumental para cobijar el que, por varios años, sería el puente ferroviario más alto del mundo. Pero si bien esto representaba un hito en el ámbito técnico, a juicio del presidente de la época, José Balmaceda, faltaba aún dar un salto cualitativo en los planos educacional y científico. Fue así como impulsó una de sus grandes obras: la fundación del Instituto Pedagógico, concretada el 29 de abril de 1889.
La puesta en marcha de esta institución hacía necesario convencer a académicos de prestigio para que vinieran desde el extranjero a tomar las riendas de parte de la estructura educacional del país. Fue Domingo Gana, embajador en Alemania, quien hizo las gestiones para que, entre otros, aceptasen esta tarea Federico Johow (botánico), Federico Hanssen (filólogo), Hans Steffen (geógrafo), Alfredo Beutell (físico), Augusto Tafelmacher (matemático), Rodolfo Lenz (lingüista), Jorge Schneider (filósofo) y Guillermo Mann (psicólogo). El Dr. Johow fue el primer director del Instituto Pedagógico -la actual Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación-. Hoy en día, la calle que está por detrás del edificio del instituto (y que desemboca en la Plaza Ñuñoa) lleva su nombre.
El impulso educativo de esta inciativa fue extraordinario. Especial atención merece el ámbito de las matemáticas. Junto con Tafelmacher, rápidamente llegaron al país Francisco Proschle y Ricardo Poenish. El nombre del primero es bastante conocido: impartió clases en el Instituto Nacional y sus textos de estudio fueron ampliamente utilizados en la enseñanza secundaria durante todo el siglo XX (de hecho, algunos siguen siendo utilizados y pueden ser adquiridos en casi cualquier librería).
Poenish, por su parte, se orientó hacia la educación de un nivel más avanzado; entre otras cosas, escribió (en castellano) algunos de los primeros textos de geometría y álgebra modernas de Sudamérica. Cabe consignar que tanto Tafelmacher como Poenish se habían doctorado en la Universidad de Göttingen, Alemania, considerada la mejor universidad del mundo en la época (título que ostentó hasta el ascenso al poder del nazismo y la consiguiente persecusión y fuga de académicos de la institución).
A ellos los sucedió Carlos Granjot, quien, desde su arribo a Chile en 1929, pavimentó definitivamente el camino para que se desarrollase investigación científica matemática en el país. Parte de esta apasionante historia puede ser leída en dos completísimos relatos de Flavio Gutiérrez y Claudio Gutiérrez disponibles en internet: uno sobre Poenisch y otros sobre Grandjot.
Por las aulas del Pedagógico de aquellos años pasaron insignes estudiantes, quienes posteriormente asumieron cargos en distintas instituciones. Por ejemplo, entre las últimas generaciones de estudiantes de Poenish se cuentan nada menos que el entonces profesor de liceo Nicanor Parra y Guacolda Antoine, profesora del Liceo Lastarria, quien, años más tarde, llegaría a ser la primera decana de una facultad (la de Ingeniería) de la Universidad Técnica del Estado -actual Universidad de Santiago de Chile-. Un hermoso relato de la vida y obra de Antoine aparece en este enlace.
Cuando escuché las declaraciones del señor Briones hace unos días y su “audaz” propuesta de abrir concursos internacionales para traer profesores extranjeros a Chile, no pude sino compararla con aquella que Balmaceda plasmó hace más de un siglo. De un lado, una política de estado robusta con un efecto multiplicativo innegable como la del expresidente. Del otro, una política estrecha que reduce el proceso educativo a la enseñanza en el aula y apunta al profesorado como responsable de su crisis. El señor Briones argumenta la carencia de profesores que se vislumbra para el futuro debido a la falta de interés en la carrera pedagógica. Sin embargo, tal como señalan varios informes contundentes de especialistas -como el emanado por el CIAE de la Universidad de Chile en 2014-, el problema son claramente las condiciones laborales. Esto explica que el 40 % de los profesores abandona la profesión al quinto año de ejercicio.
De más está decir que, con estas condiciones de desempeño, difícilmente a un profesor extranjero va a parecerle tentadora la oferta de instalarse en nuestro país. A modo de ejemplo, refirámonos a la presunta falta de calidad del profesorado chileno sostenida por el señor Briones. Ciertamente, y como sucede en todo ámbito, siempre es posible mejorar. Sin embargo, para esto resulta fundamental el proceso de formación continua, que involucra perfeccionamiento permanente de los profesores para que se mantengan actualizados en sus conocimientos. Pues bien, sucede que estas capacitaciones las deben cursar durante su tiempo libre, muchas veces sin reconocimiento de su institución e incluso invirtiendo recursos propios…
En fin, son tantas las debilidades de la idea de Briones ya analizadas en distintos medios que poco sentido tiene seguir extendiéndose en el tema. Uno tan solo esperaría, en lugar de tanta “audacia” en las propuestas, un poco más de reflexión.
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por Sebastián Izquierdo R 4 mayo, 2021
Han pasado varios años desde que se levantó la necesidad de mejorar la calidad de la educación que reciben los niños, niñas y jóvenes del país. En esta línea, deja mucho que desear esta tónica inservible de criticar constantemente y desde las consignas las propuestas de mejoras; es como si no comprendieran que las ideas no por ser distintas son incompatibles (puede ver un ejemplo de esto aquí). Compleja situación esta de repudiar los acuerdos, especialmente considerando que, además de los problemas que ya arrastramos desde hace mucho tiempo en lo que respecta a uno de los pilares más importantes de toda sociedad, debemos dar respuestas a las fisuras que le está provocando además la pandemia.
Una de las alarmas más recientes y que viene a hacer aún más desafiante poder alcanzar efectivamente una buena educación, tiene que ver con la preocupante proyección que estima un déficit de casi 33 mil profesores para el 2025. La disminución del 27% de matrículas que se observó en 2017 respecto al 2011, y la baja de 15 mil inscritos en 2020 a 10 mil en 2021, son evidencias que hacen cada vez más cercano este riesgo. ¿Cómo podemos evitar entonces que nos falten docentes para enseñar?
Lo cierto es que no hay una única respuesta. Por una parte, hay quienes sostienen que la clave estaría en disminuir las barreras de ingresos a las carreras relacionadas con la educación, las cuales fueron robustecidas tras la publicación de la Ley 20.903, con el fin de asegurar una mejor base formativa. A pesar de que esta idea no es tan apreciada, pues podría llevarnos a tener profesores con ciertos vacíos -lo que eventualmente afectaría la calidad de la educación-, no se puede negar que, si se endurecen aún más los requisitos, será todavía más difícil erradicar el problema del déficit de docentes.
Por otra parte, hay quienes creen que el cautivar a más y mejores profesores pasa por perfeccionar desde las remuneraciones y valoración que se tiene sobre esta carrera, hasta el ambiente laboral -donde se debiese dar más espacio a la innovación-. En Holanda, por ejemplo, publicaron anuncios para atraer a la docencia a los trabajadores descontentos. Otros sostienen que se debiese pagar un sueldo a quienes estudian para ser docentes; y algunos proponen abrir un concurso internacional para atraer a talentos extranjeros a nuestra nación, tal y como se hizo a fines del año pasado en la ciudad de Quebec, precisamente con el objetivo de enfrentar el problema aquí descrito.
En relación con este último punto, cabe destacar que en uno de los últimos encuentros de Icare, la neuropsiquiatra infantojuvenil, directora de INASMED y presidenta de la Fundación Amanda, Amanda Céspedes, aplaudió la iniciativa, considerando el valor que esta había tenido en su minuto para la educación normal en Chile de fines de 1.900.
Quien reflexione verdaderamente sobre la búsqueda de soluciones, podrá ver que las alternativas que han surgido para dar con una educación de calidad son bastante variadas. Hay que comprender que para solucionar la calidad educativa -en los casos anteriores, desde las mejoras a los docentes, piedras fundamentales de todo proceso educativo-, son muchos los frentes de acción que se deben considerar. En este sentido, se requieren consensos que hagan conversar lo posible con lo viable -para lo cual la evidencia aporta un montón-. Llevamos mucho tiempo frenando el desarrollo y actuar para el progreso. Es tiempo de salir de las disputas sin sentido, para dar paso, de una vez por todas, a una acción pro educación.
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