La percepción de las derechas en Chile (y otras partes), sobre todo de matriz conservadora, es que su visión del mundo es práctica, basada en el realismo, se apoya en tradiciones y valores ‘objetivos’, mientras que sus oponentes son discursivos, ilusos, se apoyan en ideologías y cultivan valores intrascendentes. Ellos hacen, producen, invierten, se esfuerzan y transforman; los otros habla, divagan, imaginan, crean utopías, siembran la crítica y abonan el malestar. Como ha dicho un ideólogo de la nueva derecha británica: “El socialismo y el liberalismo son, en su raíz, teorías e ideologías: interpretaciones fundamentales acerca de la naturaleza de la historia y del ‘bien’, a partir de las cuales los programas de políticas del gobierno supuestamente pueden inferirse. El conservadurismo no es algo así. Es instintivo, no teórico. Es una disposición, no una doctrina” (J. Norman, 2014).
¿Qué hay de cierto en esa forma de percibirse a sí misma de la derecha chilena? ¿Es cierto que ella presta menos atención que las izquierdas a los debates ideológico-intelectuales y al pensamiento en general?
Anti intelectuales de derechas
Partamos por lo último. No se trata, como podría imaginarse, de una mera conjetura de alguien, como yo, ajeno a dicho sector. En Chile, la nueva generación intelectual avecindada culturalmente en la derecha —que se expresa en columnas de prensa, ensayos académicos, la deliberación pública y en think tanks y revistas de ideas— afirma precisamente lo mismo. Y acusa la ausencia de una narrativa ideológica coherente y de relatos que otorguen sentido a la acción de sus partidos y del gobierno. Es, por lo demás, una queja bien difundida dentro de ese vecindario.
Un libro publicado por el Instituto Libertad y Desarrollo, de la autora Valentina Verbal, se titula sin ambages “La derecha perdida. Por qué la derecha en Chile carece de relato y dónde debería encontrarlo”. En el Prólogo, Lucía Santa Cruz resume así la idea matriz del libro: “La tesis principal es que el gran déficit de la derecha de las últimas décadas ha sido su falta de capacidad para entregar contenidos motivadores, que vayan más allá de la mera economía, de ‘la solución de los problemas concretos de la gente’, del ‘cosismo’ y de la gestión eficiente del Estado”.
Otro autor del mismo vecindario, Hugo Herrera, inicia su libro “La derecha en la Crisis del Bicentenario”, de 2013, así: “La derecha chilena se encuentra en una grave crisis, una crisis intelectual”. Desde entonces él, y otros autores de la nueva generación intelectual de derechas, mantienen consistentemente esa tesis, explicándola y aplicándola de diferentes maneras, en textos académicos, polémicas y los medios de comunicación.
No solo dirigen su crítica principal a la ausencia de relatos —programático, gubernamental, partidarios, o de la coalición oficialista, que también acusan— sino, más allá, a una falta de densidad del pensamiento de las derechas, una confusión ideológica y discursiva, una falta de narrativa. El fenómeno se ha vuelto tópico y ha estado presente, ya por más de diez años, en la prensa política, incluso del establishment. Así, un diario de la plaza titulaba con cierto tono pirandeliano, hace casi dos años: “Ya va una década: La derecha sigue buscando su esquivo relato”.
Preguntado uno de aquellos intelectuales públicos de la nueva generación por qué estaría costando tanto encontrar ese relato, Pablo Ortúzar contesta: “influyen varios factores. Uno es que es un mundo muy aferrado a la síntesis Chicago-gremialista y sin ganas ni capacidades para moverse de ahí. Otro es que hay muchos intereses económicos vinculados a esa configuración ideológica, al punto que varios en la derecha no entienden la diferencia entre ser pro mercado y defender a los empresarios”. Y luego agrega: “un tercer factor es un fuerte prejuicio contra el debate intelectual, que se ve con distancia y sospecha: la imagen del intelectual que muchos tienen en la derecha es de una especie de espadachín que litiga en el espacio público en favor de la posición del conglomerado, y lo que sale de ese esquema, molesta”.
En el mismo reportaje, el entonces diputado Jaime Bellolio, hoy Secretario General de Gobierno, expresa: “nos ha costado más encontrarlo [un relato] porque se presumía que el relato ya estaba dado. Hoy es evidente que no está dado, que no basta con tener una buena política pública y gestión sino que hay que encontrar una narrativa que conecte los ciudadanos hacia al futuro”.
A su turno, Herrera, mencionado más arriba, insiste en el hecho que la derecha actual no habría logrado resolver las tensiones existentes entre sus fuentes tradicionales de pensamiento —liberal cristiana, nacional, liberal laica y socialcristiana— debido, en parte importante, al bloqueo impuesto por las batallas ideológicas del pasado reciente. Dice, “los consensos sólo pueden dejarse articular si se superan las dicotomías de la Guerra Fría y el nudo economicista del ‘dejar hacer’, que postula la vieja derecha. El diálogo requerido para esos grandes consensos no puede ser ya asunto de esa derecha de Guerra Fría, para la cual el mundo parece dividirse entre Cuba y Chicago”.
Contexto internacional
De manera similar a lo que ocurre con los debates de las izquierdas, el contexto ideológico internacional tampoco resulta favorable para la renovación del pensamiento de derecha. En Europa, la derecha propiamente gobierna sólo en Bulgaria, Hungría y Polonia. En varios otros países —especialmente de Europa Central y del Este, además de Grecia, Irlanda, Noruega, Países Bajos y Reino Unido— gobierna con coaliciones de centro derecha, horizonte lejano para Chile. O bien integra gobiernos de concentración nacional, como sucede hoy en Alemania e Italia.
¿Hacia donde dirigir la mirada entonces?
Las derechas europeas cuyas evoluciones de pensamiento han servido de modelo a sus congéneres locales se encuentran hoy en desarreglo. El PP español no solo perdió el gobierno en medio de escándalos que arrastraron a su plantel directivo sino que, además, extravió la brújula y se ve amenazado ahora desde el extremo por una derecha, nacionalista, semipopulista, vuelta hacia las glorias de un pasado cuyo peso cargan como albatroz al cuello. El neopopulismo italiano, con expresiones nacionalistas-regionalistas y carismático-mediáticas, ha terminado por dominar al sector borrando sus tradiciones liberales. Ni siquiera en el Reino Unido, donde la intelectualidad de la nueva generación de derechas chilena solía buscar inspiración, ha salido indemne del colapso experimentado tras la caída de Cameron, el Brexit y el desplome del clima de ideas creado en torno al ‘new conservantism’. El gobierno de Boris Johnson, en tanto, ha encarnado el típico dicho de que la historia se repite, solo que la segunda vez como tragicomedia.
En algunos países donde la derecha sí ha llegado y se ha mantenido en el gobierno —como Hungría y Polonia— muestra su rostro menos atractivo: autoritario, iliberal, de bajo compromiso con la democracia y un fuerte tono de nacionalismo excluyente, anti-cosmopolita y de desconfianza hacia la Unión Europea.
En varios otros países, según las características propias de cada cultura política nacional y su sistema electoral y de partidos, hay derechas con ese mismo tipo de elementos negativos, como ocurre en Hungría, Austria, Suiza, Dinamarca, Bélgica, Estonia, Finlandia, Suecia, Italia, España, Francia, Holanda, Alemania y República Checa; todos países en los cuales, según un recuento de mayo de 2019, esa derecha reunían más de un 10% de los votos en la elección más reciente.
Un fenómeno similar de deriva hacia una derecha iliberal y de baja lealtad democrática, amén de negacionista frente al cambio global y la evidencia científica, y de un nacionalismo-corporatismo de confrontación, se halla en curso en el caso del Partido Republicano de los EE.UU., bajo el liderazgo de Trump cuyo fatídico influjo aún mantiene el control de dicha colectividad.
América Latina, un entorno poco atractivo
¿Y qué decir de las derechas del espacio contiguo, los países vecinos y del resto de América Latina, con los cuales la derecha política y gubernamental chilena podría resonar en su tarea de rearmarse ideológicamente? No son pocos los gobiernos, partidos y movimientos de ese sector que hoy gobiernan o buscan hacerlo próximamente.
En Argentina, la derecha de Macri gobernó por un tiempo coetáneamente con el gobierno Piñera, pero luego el presidente transandino se fue del poder sin dejar mayor huella ideológica, en un país donde a lo largo del último medio siglo la derecha política ha gozado de escaso prestigio autónomo, confundida primero con la dictadura militar, luego con la diestra del peronismo y, a lo largo de los años, con la clase empresarial del agro y la industria. Su irradiación ideológica-intelectual ha sido por lo mismo pobre en la región.
En Brasil, hacia donde la derecha chilena sí solía mirar con interés —político, militar, empresarial y comercial, académico-universitario, geopolítico— su contraparte allá ha devenido ‘bolsonarismo’; un fenómeno donde se mezclan los elementos más negativos y oscuros de la política reaccionaria: autoritarismo, trumpismo, iliberalismo, negacionismo, populismo, abuso de los procedimientos democráticos, militarismo, machismo, nepotismo, pensamiento mágico y demagogia. Poco hay allí pues que valorar desde una perspectiva de las derechas que desean renovarse.
Uruguay, donde existe una derecha relativamente fuerte, que hoy gobierna sin mucho ruido pero con continuidad del espíritu democrático nacional, nunca ha ejercido atracción sobre la capa dirigencial y la nueva intelectualidad de la derecha chilena que, para decirlo con franqueza, no aparece interesarse mayormente por la región latinoamericana. Antes mira hacia los EE.UU., algunos países europeos, algo de las experiencias de los que una vez se llamaron los tigres asiáticos, de primera y segunda generación, y hacia los organismos internacionales rectores de la economía, incluyendo el club de Davos.
Perú, a pesar de su importancia para nuestra política, tampoco ha contado con una derecha que influya ideológicamente más allá de sus fronteras. Además, durante un largo tiempo —hasta hoy— ha estado bajo la sombra corrosiva del fujimorismo, donde autoritarismo, militarismo, corrupción y populismo proporcionan una suerte de paradigma de derecha reaccionaria en nuestra región.
Hoy, en plena batalla electoral, las cabezas más visibles de esa derecha son Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga, este último bien posicionado según algunas encuestas. Según un análisis de su discurso de campaña, “entre los tópicos recurrentes de su imaginario aparecen teorías de la conspiración basadas en la amenaza de enemigos extranjeros: el comunismo global, la constructora brasileña Odebrecht y el chavismo de Venezuela. También campañas de desinformación contra las políticas del Estado en temas de igualdad de género y derechos sexuales, así como una retórica homofóbica y de violencia contra la dignidad de las mujeres. Igualmente, amenazas contra los medios de comunicación y periodistas que evidencian su extremismo verbal”. Es una fiel representación, por tanto, del liderazgo que la derecha chilena debiera rehuir.
En cuanto a la derecha peruana ideológicamente más liberal, ella se halla representada por el economista Hernando de Soto, experto en economía informal y pobreza, cuya plataforma electoral podría aproximarse en cierta medida a la soñada por Lavín en Chile. Avanza Perú, su partido, declara ser el partido de la integración social. Plantea un ‘plan máximo’ de cinco grandes revoluciones: “educativa, productiva, vial-ferroviaria con la construcción de un tren de Tumbes a Tacna con sus ramales transversales, así como una revolución ética y turística, lo que permitirá integrar la costa, sierra y selva, con ello, superar para siempre las históricas desigualdades sociales y económicas”. Aspira a representar a “los social cristianos preocupados por el desarrollo y la justicia social […], los socialistas democráticos y a los social demócratas honestos”, pues entre ellos, afirma, “existen, por encima de explicables diferencias, puntos de vista concordantes referidos a la persona, a los valores, al mercado, al Estado y a la democracia”. Hay allí pues un atisbo de collage multicolor, que busca una síntesis entre visiones de Estado y mercado matizadas con enfoques tecnocráticos y propuestas de capitalismo popular.
El caso de Colombia es interesante pues proporciona, a nivel de política presidencial, al único interlocutor amigable de Piñera, una vez que Macri fue derrotado por el peronismo. Sin embargo, la derecha colombiana, como señala Juan Carlos Rodríguez, codirector del Observatorio de la democracia, es difícil de clasificar según la posición ideológica de sus partidos, que son más bien, explica, máquinas electorales por encima de aparatos ideológicos. “En esa medida, los partidos pueden cobijar, dentro de su mismo partido, posiciones muy distintas”.
El propio presidente Duque, mientras estuvo en Santiago en marzo de 2019, meses antes de enfrentar un ciclo de protesta social que también sacudió a Chile, mostró la misma incomprensión ideológica que caracteriza actualmente a las derechas empeñadas en mantenerse vigentes dentro del juego democrático. Así, comentó que en “América Latina más que haber un debate entre izquierda y derecha, lo que estamos viendo es un debate entre demagogos y pedagogos. Los demagogos que quieren perpetuarse con la violencia y la dictadura para suprimir al pueblo. Los demagogos que creen que la prosperidad se genera por decreto, que creen que tienen la verdad revelada y no reconocen el libre devenir de las instituciones. Y los pedagogos -permítame que me incluya en ese grupo-, los que firmamos la declaración [fundacional de Prosur] tenemos esa concepción, creemos firmemente en que a los países hay que mostrarles los caminos con realismo, con oportunidades sin satanizar a los sectores productivos, sin fracturar las libertades y la democracia”. Tal grado de reducción del mundo a dicotomías puramente polémicas muestra un severo déficit en cuanto a la comprensión del papel de las ideologías.
En breve, también el entorno latinoamericano parece hostil hacia una renovación ideológica-intelectual de las derechas chilenas en sus esfuerzos por proyectarse hacia siglo 21.
Fin del neoliberalismo como ideología
Además, y quizá con un mayor impacto que todo lo anterior proveniente del frente ideológico internacional europeo y latinoamericano, ha sido el rápido declive de la hegemonía doctrinaria del paradigma neoliberal a partir de la crisis económica de 2008. Como anunció Nicolás Sarkozy, presidente de derecha de Francia en un discurso en Toulon el 25 de septiembre de 2008: “la idea de un mercado todopoderoso que no de debe ser constreñido por ninguna regla, por ninguna intervención política, era una locura. La idea de que los mercados siempre tienen la razón era una locura”. Y, luego agregó: “la crisis actual nos debe estimular a refundar el capitalismo sobre la base de la ética y el trabajo… La autorregulación como el camino para resolver todos los problemas se acabó. El mercado todopoderoso que siempre sabe mejor, se terminó”.
Sobre el tópico del “fin del neoliberalismo” —y lo que el autor británico Collin Crouch denomina The Strange Non-Death of Neoliberalism— se ha escrito en abundancia; forma parte de los desafíos que, en su propio repensarse, la derecha chilena (como en resto del mundo) necesita abordar.
En suma, concluimos que no es en los ecosistemas ideológicos más distantes —Europa, EE.UU.— o más próximos, en América Latina, donde nuestras derechas podrán encontrar inspiración para desarrollar su proyecto ideológico. Por necesidad deberán recurrir a sus propias fuentes internas, buscando allí elementos que les permitan crear o recrear una narrativa ideológica-cultural que acompañe a su proyecto político. He tratado este tema en columnas anteriores—aquí y aquí—de manera que agregaré a continuación solo algunas notas complementarias.
A la búsqueda de una nueva amalgama
Podría decirse que la derecha chilena busca hoy crear relatos y armonizar una narrativa política con elementos bien heterogéneos.
El punto de partida es cómo llenar el vacío ideológico dejado tras de sí por la disgregación de la anterior amalgama entre: (i) un pensamiento neoliberal economicista —a través del cual la derecha creía escuchar el lenguaje natural y espontáneo de los mercados, ratificado por la (única) ciencia económica seria—, (ii) un liberalismo negativo, que reclama ante todo la no interferencia en la esfera privada y reduce el Estado a un papel mínimo, y (iii) un sentimiento político basado, paradojalmente, en lo ‘impolítico’, como lo llamó Thomas Mann en su famoso escrito de 1918. ¿Qué significa? Un rechazo de la dimensión política de la sociedad y una afirmación de su contrario, que sería el espacio donde pueden realizarse los valores de humanidad, Bildung (autocultivo trascendente) y cultura (burguesa) alemana. El sentimiento impolítico desconoce el valor del campo político y cuestiona la legitimidad de sus prácticas.
Esa amalgama de tres componentes que la derecha articuló conscientemente en su discurso e inconscientemente como una suerte de habitus prepolítico, casi como un reflejo automático de su posición en el espacio público, terminó por desintegrarse con el hundimiento del neoliberalismo (según retrata la cita de Sarkozy más arriba). En su reemplazo empieza a imponerse la necesidad de hacerse cargo de las libertades positivas, de erigir un Estado protector (o de cuidados, o fomentador, o de integración social, o de subsidiaridad activa, como comienza a nombrarse en el nuevo discurso de la derecha), y de abandonar el sentimiento impolítico y la creencia en la inutilidad de los relatos y narrativas ideológicas.
¿Dónde encuentra la derecha los elementos cognitivos y emocionales para poder desarrollar una visión político-ideológica del mundo? ¿Qué nueva amalgama podría estarse formando?
Un primer elemento poderoso, al cual han recurrido históricamente izquierdas y derechas, es el nacionalismo que, en el caso de la derecha chilena contemporánea, adquiere nuevas coordenadas socio-espaciales; es el pueblo y su territorio, institucionalidad y líder, con cierto trasfondo romántico del Volk. Según escribe Hugo Herrera en una de sus columnas: se necesita “reconocer al pueblo como fuerza difícil de auscultar y dinámica; al pueblo como experiencia de participación y significado; al pueblo como un conjunto de personas vinculadas por una mentalidad compartida y un destino histórico al que pretenden pertenecer; al pueblo abandonado por un Estado que no cumple labores fundamentales de integración; al pueblo como una fuerza eventualmente irreprimible, capaz de voltear un sistema político; reconocer a ese pueblo es condición de un desempeño pertinente de la Presidencia de la República”. Pisamos pues un terreno conocido y desconocido a la vez; el de la recuperación del pueblo y su pulsión telúrica, con su alma propia y con “una fuerza que puede llegar a ser la de un dios en la historia, furia destructiva y redentora”, según dice nuestro autor tras el impacto del 18 de octubre.
Otro elemento ideológico que aparece rescatado para esa nueva amalgama es una particular visión, o versión, del social cristianismo, leído en clave de ‘cuestión social’, de derecha compasiva, de cuidado debido a ese pueblo en su pobreza y carencias y de protección extendida a las clases medias. Ciertamente, es más Rerum Novarum de Leon XIII que Fratelli Tutti y Laudato si del Papa Francisco. Más moral conservadora que una expansión de las franquicias debidas a las libertades positivas. En fin, una orientación más próxima al comunitarismo que al individualismo.
Un punto fuerte dentro de la anterior amalgama, de la derecha antigua, impolítica, fue el pilar económico-científico-político del neoliberalismo en su formulación tipo Consenso de Washington, con su decálogo de recomendaciones de política económica. Actualmente, en cambio, el (nuevo) pensamiento de derecha se halla en dificultad para construir, a partir de allí, un proyecto y un relato de ‘otra-economía’ que convoque a intelectuales, technopols, tecnócratas, empresarios y a segmentos mesocráticos y populares del electorado. Se encuentra así en posición débil, a la defensiva, en un terreno donde históricamente fue fuerte; donde antes aparecía como la fuerza que dominaba el por qué, el cómo, el cuándo y el cuánto de la economía, el crecimiento y la gestión empresarial.
De todo esto sólo queda, por ahora, el halo del saber managerial, la impronta de los MBA y la figura del gerente privado y del new public management. Piñera I y II encarnó, en sus mejores momentos, esta particular y específica ideología gerencial proyectada hacia la esfera política, con su promesa de conocer los secretos del capital, financiero sobre todo, y por ende poder ponerlo a trabajar —con una ‘gestión de excelencia’— en favor del bienestar colectivo. Nada de eso ocurrió y, más encima, la diosa Fortuna volvió la espalda a ambos gobiernos e Piñera y dejó abandonado al presidente a su suerte.
Para comprobarlo, basta seguir atentamente a los candidatos de derecha para el ciclo electoral que viene, ingresando en terreno desconocido, a veces incluso ajeno. Comienzan a hablar un nuevo idioma de la integración social, hacen guiños a la socialdemocracia, admiran a Estados desarrollistas fuertes, compiten con la izquierda por la generación de beneficios sociales, asumen el reto de una renta universal básica, por el momento de emergencia, pero ya se verá.
Mirado positivamente, significa que la derecha, ya desprendida del dogmatismo neoliberal, está en proceso de reconciliarse con alguna forma de keynesianismo, anda a la búsqueda de políticas sociales universales que complementan otras focalizadas y entiende que la mera libertad negativa —y su correlativo, un Estado mínimo— no es suficiente para una coyuntura de crisis, ni serviría para reconstruir el tejido de la sociedad.
Varios otros elementos adicionales se encuentran en ebullición dentro de la nueva amalgama que pugna por imponerse intelectual e ideológicamente; elementos relativos a la democracia y su gobernanza, el régimen político, la reforma y modernización del Estado, una política impositiva con mayor alcance de recaudación, un estatuto de la empresa como agencia (ético)social y no mero instrumento de maximización de ganancias, mayor competencia en los mercados, mejores regulaciones públicas para la provisión privada de servicios sociales.
El próximo debate constitucional constituirá una prueba crucial para las distintas fuerzas de derecha y su amalgama ideológica en formación. Mostrará el peso real que han alcanzado los intelectuales y technopols de las generaciones emergentes del sector. A su vez, la elección presidencial será el examen de esas ideas a nivel de aquel pueblo difícil de auscultar y que hoy interpela a la clase intelectual en su conjunto.
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