Liceos emblemáticos: ¿quienes se hacen responsables?
Febrero 17, 2021
Captura de pantalla 2016-10-13 a las 10.55.42 a.m.Publicado el 17 febrero, 2021

José Joaquín Brunner: Liceos emblemáticos: ¿quienes se hacen responsables?

Los liceos emblemáticos han dejado de ser un emblema de calidad, un canal de democratización del poder político social y cultural, el mejor modelo de educación pública estatal (…) El país ha perdido así un segmento vibrante y vital de su sistema escolar. Y las creencias meritocráticas, frágiles como son en las sociedades capitalistas democráticas contemporáneas, han experimentado un daño adicional. Sí, el resto es silencio.

Como se volvió previsible ya hace años, el Instituto Nacional (IN) y demás liceos emblemáticos están hundiéndose en medio de una generalizada desidia, unos pocos lamentos y algunas reflexiones críticas; el resto es silencio. 

Mas no se puede olvidar que antes del naufragio hubo múltiples voces políticas, técnicas e ideológicas que, en nombre de un flojo ‘progresismo’, torpedearon alegremente al IN y establecimientos congéneres bajo la línea de flotación. 

Los argumentos entonces esgrimidos fueron varios: que esos liceos sobresalían sobre el resto nada más que por su admisión selectiva; que no eran de excelencia como reflejo de un mérito individual de los admitidos o la calidad de sus profesores sino por el hecho de contar con el respaldo de un tipo de familias de clase media y baja que valora superlativamente la educación y la competencia de talentos; que una política pública universalista no podía  permitir ninguna excepción; que, o bien todos los liceos se volvían igualmente emblemáticos en su calidad, o los así llamados debían nivelarse con los demás, abandonando su estatuto especial; que, al final del día, dichos liceos—paradigmas de una buena educación público-estatal—en vez de servir como modelo en una sociedad democrática, terminaban afectando al sistema público en su conjunto al concentrar a los más meritorios estudiantes en pocos colegios, limitando con eso el beneficioso efecto que tienen los alumnos destacados sobre sus compañeros de clase (el famoso ‘efecto par’). 

Cada uno de esos argumentos fue refutado en su momento. Y, más allá de su debilidad académica, quedaron en evidencia sus destructivas consecuencias potenciales tan pronto  comenzaron a convertirse en política pública y medidas legislativas a mediados de la década pasada. 

Hoy ya no cabe duda alguna: los liceos emblemáticos han dejado de ser un emblema de calidad, un canal de democratización del poder político social y cultural, el mejor modelo de educación pública estatal, un foco de suprema atracción para los hijos de familias que aspiran a crecer a través del mérito escolar, un motivo de orgullo de los sectores medios y de la cultura política laica y un paradigma nacional de continuidad entre generaciones de destacadas figuras de la política, el parlamento, los partidos, las ciencias y artes, la profesiones y la vida intelectual del país. 

Por cierto, tan dramático hundimiento no fue provocado solamente por políticas erradas, ideologías infundadas y el débil sentido histórico-cultural y de identidad nacional del  ‘progresismo’ chileno contemporáneo. 

Han contribuido, además, factores internos al sistema educacional y a los propios liceos emblemáticos. Cito algunos: el régimen de gobernanza de estos liceos, incapaz de generar liderazgos efectivos; las fallas en el vínculo entre el principal (el sostenedor municipal) y el agente (el colegio y su administración); la progresiva pérdida de autoridad docente e institucional por parte de los profesores; la creciente anomia que se fue generando entre los estudiantes  como producto de los anteriores fenómenos y que luego llevó a conductas desviadas y comportamientos violentos, y las débiles y contradictorias reacciones de las familias frente al ciclo de crisis en que éstos colegios se vieron atrapados. 

Ahora, al final de esa espiral de factores y dinámicas negativas—destructivas y autodestructivas—en que se vieron envueltos los liceos emblemáticos, queda al desnudo el desorden y la disfuncionalidad que se apoderó de ellos. Las clases se interrumpían constantemente, había una rotativa de directivos, los profesores parecían impotentes, el ambiente de aprendizaje se volvió irrespirable, las comunidades escolares se dividieron, la demanda por ingresar a estos colegios cayó hasta que comenzaron a sobrar vacantes,  los resultados de los estudiantes se emparejaron a la baja. 

El país ha perdido así un segmento vibrante y vital de su sistema escolar. Y las creencias meritocráticas, frágiles como son en las sociedades capitalistas democráticas contemporáneas, han experimentado un daño adicional. Sí, el resto es silencio.

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