J Martínez Aldonado: No aprender sale muy caro
Octubre 8, 2020

captura-de-pantalla-2020-06-02-a-las-09-24-59NO APRENDER SALE MUY CARO

¿Cómo nos referimos a alguien cuando repite un error o tropieza 2 veces en la misma piedra? Coloquialmente decimos que “no aprende”. Madrid ha vuelto al confinamiento desde el viernes 2 de octubre. Paris y Nueva York siguen sus pasos. España lleva varias semanas sufriendo una ola de rebrotes del COVID que confirma, punto por punto, lo que escribí en la columna de marzo: carecemos de cultura de aprendizaje. El primer párrafo de aquel ya lejano artículo decía así: La crisis actual del coronavirus se explica porque no le otorgamos al aprendizaje la importancia que tieneNo se trata de que no sepamos, sino que nos cuesta aprender. Y si no aprendemos, volverá a suceder. Esta es una lucha para comprobar si gana el virus o triunfa el conocimiento. El momento de aprender es ahora y no cuando todo haya terminado.

Este es el año más confuso de nuestras vidas ¿conoces a alguien que ante la pandemia haya dicho: “no cambio, seguiré haciendo lo mismo de siempre”? Imposible. El mensaje del COVID es inapelable: ¿habéis entendido que todo depende de APRENDER? El coronavirus nos ha obligado a todos a aprender a vivir distinto y a trabajar de otra forma. Aprender a organizarnos, comunicar, tomar decisiones, relacionarnos, planificar, vender, etc. de maneras que no sabíamos. Y todavía no terminamos de aprender porque ni siquiera sabemos lo que nos espera… ¿Por qué ocurren los rebrotes? Porque no aprendemos. Y si no aprendemos, entonces no salimos de esta crisis. Hasta ahora hemos puesto todas las energías en resolver el problema, pero lo paradójico es que, si no aprendes, no puedes resolver el problema. Por eso es crítico incorporar la cultura de aprendizaje como parte de la estrategia. Acabamos de comprobar que no es suficiente con aprender cuando tenemos el problema, sino que se requiere aprender permanentemente para anticiparnos a futuros cambios de escenario que seguirán sucediendo. Cuando los rebrotes ocurren en algunos sitios, pero no en otros, tenemos que reconocer que no aprendimos.

Para ser justos, hay que distinguir 2 tipos de aprendizaje: Aprender de lo que ya se sabe y aprender de lo que no sabemos, es decir, del futuro. No es lo mismo no saber que no aprender.

  1. Aprender de lo que sabemos. Aquí me refiero a todo lo que la humanidad ya sabe, pero que nosotros no sabemos. Este es el negocio de la educación. Sin restarle importancia (ya que necesitamos aprender del pasado para construir el futuro), este conocimiento será el que progresivamente iremos automatizando en las máquinas. En el caso de la pandemia, no tenemos excusas porque al contar con antecedentes resultaba más sencillo predecir lo que podía pasar y tomar la decisión de aprenderlo. No estamos ante la primera pandemia de la historia. El World Economic Forum ya advirtió en la página 3 de su informe de riesgos del año pasado que la amenaza de enfermedades infecciosas era real. En una reciente entrevista, el reputado economista Andreu Mas-Colell sostiene: “En esta gestión hemos aprendido muchas cosas. Una de ellas es que los que estaban realmente preparados eran los que habían pasado por un fenómeno similar, como Taiwán, Singapur y China. Deberíamos haber aprendido de ellos y haber prevenido antes”. Aprender implica que no basta con saber lo que hay que hacer sino con hacerlo. Cambiar obliga a aprender, sin aprendizaje no hay cambio posible. Lo que afirman los expertos es que no hemos querido aprender. Un ejemplo lapidario: el 6 de agosto, la prestigiosa revista médica The Lancet publicó una carta de 20 científicos españoles solicitando una evaluación independiente de la respuesta de España frente al COVID. Uno de los párrafos dice “Se necesita una evaluación integral de los sistemas de salud y asistencia social para preparar al país para nuevas oleadas de COVID-19 o futuras pandemias, identificando debilidades y fortalezas y lecciones aprendidas”. 1 mes y medio después, los mismos científicos han tenido que insistir en el mismo medio con otra carta porque no ha habido avances. Seguimos sin querer aprender. Estábamos más preocupados de recuperar nuestros hábitos de vida. Llegaba el verano y nos vencieron las ansias por retomar el contacto, recuperar la economía, salir y disfrutar… Hasta cierto punto es comprensible, pero en el camino hemos ignorado los aprendizajes. Las ganas han podido más que las lecciones aprendidas. ¿Alguna buena noticia? Si, el vaso está medio lleno porque sabemos muchas cosas. Pero tenemos que darle prioridad al aprendizaje, de lo contrario, cómo sostuve en la última frase de la columna de marzo “Si no aprendemos, nos convertimos en nuestro propio virus”.
  2. Aprender de lo que no sabemos. Aquí hablamos de las cosas que nadie sabe y tratamos de aprender. Por ejemplo, estamos aprendiendo a desarrollar una vacuna y ese proceso es largo y muy caro. Es importante recordar que aprender no tiene que ver con estudiar ni es sinónimo de formación ¿alguien ha hecho un curso sobre el coronavirus? Lo que has aprendido ha seguido el proceso típico del aprendizaje natural: tienes un objetivo que te importa (entender en qué consiste el virus), te empiezas a hacer preguntas, buscas posibles respuestas (preguntando a otros, investigando, experimentando, reflexionando, etc.) y a partir de los resultados que obtienes, vas construyendo un conocimiento que es dinámico ya que se modifica con cada nuevo elemento que aprendes.

Sabemos que el conocimiento es la clave del actuar humano (el hecho de no contar con conocimiento para combatir la pandemia nos tiene de rodillas). Y el proceso que produce conocimiento se llama aprendizaje. Ahora bien, la aceleración del cambio trae como consecuencia que el conocimiento caduque cada vez más rápido. La repetición es importante para aprender: cuanto más repites más mejoras. Pero el ritmo del cambio es tan vertiginoso que por más que aprendas Excel, gestion de proyectos o ciberseguridad, esos conocimientos van a ser automatizados antes de que los practiques lo suficiente. El cambio siempre ha existido, lo que “cambió del cambio” es por un lado su velocidad y por otro que los desafíos son cada vez más impredecibles, y no una mera extrapolación del pasado. Si el cambio fuese para volver a cosas que ya sabes o han pasado antes, aprender no sería tan importante. Pero los cambios traen situaciones nuevas que no conocemos y para las que lo que sabíamos de antes no nos sirve. Son los famosos cisnes negros que proponía Nassim Taleb como los atentados de las torres gemelas, el crash de 2008, la crisis social de 2019 en Chile o Cataluña o el COVID. Como escribí en enero, en estos casos el conocimiento que tenemos no es suficiente y por tanto aprender de lo que ya sabemos no alcanza. Cuando el futuro no es una proyección lineal del pasado, no podemos predecirlo. Eso significa que ya no nos sirven los mapas que nos muestren el territorio porque están desactualizados. Necesitamos una brújula para navegar, para guiarnos por un territorio desconocido. Es decir, importa menos QUÉ aprender e importa mucho más estar siempre dispuesto a aprender. La clave entonces está en saber CÓMO aprender porque el QUÉ cambia cada día. Crear conocimiento se vuelve más importante que usar el que tenemos. Necesitamos de la cultura de aprendizaje para incorporar rutinas y hábitos que nos aseguren que el aprendizaje ocurre como parte del día a día. ¿Cómo se desarrolla esa brújula? Cultivando las capacidades innatas que nos permiten aprender y que todos traemos de fábrica: Imaginación, Creatividad, Resiliencia, Flexibilidad, Reflexión, Empatía, Proactividad, Generosidad, Curiosidad, Colaboración, Pensamiento crítico, ACTITUD. El aprendizaje del futuro no tiene apellidos, no son las asignaturas ni los contenidos que enseñamos en las aulas sino practicar las capacidades que tenemos. No saber no genera miedo ni incertidumbre cuando cuentas con las herramientas para aprender. Si hay que aprender rápido, entonces hay que estar dispuesto a desaprender igual de rápido. Aprender lo que nadie sabe es un proceso de ensayo y error. Así es la evolución, se avanza y se retrocede. La única manera de sobrevivir es dar protagonismo al aprendizaje, hacerlo consciente.

Conclusiones:

Aprender es caro. El principal gasto no son átomos (se transfiere conocimiento que es un intangible basado en neuronas) sino el tiempo que debemos invertir. Además, los resultados no son inmediatos, sino que llegan a medio o largo plazo. Pero hemos comprobado que no saber y no aprender es muchísimo más caro. El precio lo estamos pagando no solo mediante una crisis que está destruyendo la economía de las personas y las empresas sino en vidas, en el desesperante desperdicio de repetir errores y reinventar ruedas, en malgastar el esfuerzo de colectivos estresados como el de la salud, en dejar de prestar atención a otros problemas cruciales como la crisis climática, la desigualdad creciente, la amenaza a la democracia…. Uno de los 20 científicos que mencioné comentaba en una entrevista “La impresión que tenemos muchos es que vamos apagando fuegos en vez de anticiparnos a ellos”. Cultura de aprendizaje exige aprender Antes, Durante y Después. Ya que no aprendimos antes de marzo y tampoco aprendimos lo suficiente durante los 7 meses de pandemia (porque estábamos preocupados de recobrar la normalidad), estamos obligados a aprender ahora o de lo contrario no saldremos bien parados. Seamos comprensivos en lo que se refiere a aprender lo que no sabemos. Pero no aprender de lo que ya se sabe porque tenemos otras prioridades es imperdonable.

Para los que vivimos parte del tiempo en Latinoamérica, lo que está sucediendo en Europa es solo un preámbulo, un aviso claro de lo que nos llegará tarde o temprano. ¿Aprenderemos algo? Pronto lo sabremos.

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