Publicado el 07 de agosto, 2019
José Joaquín Brunner, Vienen días peores
Nunca parece más equivocada que ahora aquella profecía de que una combinación virtuosa entre capitalismo innovador, democracia competitiva y cultura liberal —entrevista a fines del siglo XX— auguraba un siglo de Pax Occidentalis.
Los modelos ideológicos dominantes al momento del cambio de siglo —socialdemocracia y Estado de bienestar por un lado; neoliberalismo y mercados con escasa regulación por el otro— experimentan un rápido proceso de erosión. Las corrientes políticas emergentes, en cambio, son variados nacionalismos, populismos y anti globalismos, acompañados de movimientos de género, ecología, emancipatorios, generacionlas, ciberutópicos, anarquistas y nihilistas…
Nunca parece más equivocada que ahora aquella profecía de que una combinación virtuosa entre capitalismo innovador, democracia competitiva y cultura liberal —entrevista a fines del siglo XX— auguraba un siglo de Pax Occidentalis. Al contrario, el capitalismo se ha vuelto más autoritario y agresivo, las democracias occidentales dan señas nítidas de crispación e iliberalismo y la cultura semeja una galería de emojis donde al final asoman, surrealistamente, unas ruinas romanas.
Al interior del país el cuadro es menos dramático, sin duda, pero igualmente desalentador. Nuestra economía —frágil y periférica, ya lo sabemos— entró definitivamente en un trote lento. Crece poco y superficialmente; el acelerador de la productividad se detuvo hace rato; la inversión en innovación es poco significativa; los espíritus animales están domesticados; el potencial de futuro apenas se mueve.
Si la economía no está en un momento dinámico, la gobernanza de la sociedad —el Estado incluido y los grupos directivos— tampoco da muestras de fortaleza frente a las turbulencias que se acercan. Por diversos motivos coyunturales, los tres poderes públicos están envueltos en polémicas subalternas y se perciben ajenos a los riesgos amenazantes que aparecen por todos lados: servicios públicos gestionados por privados con bajo desempeño, malas conductas y que exhiben escasa comprensión de sus especiales responsabilidades; violencias de varios tipos —Araucanía, liceos, campus de la UCH, anarcobombas, narco actividad— que no encuentran respuesta adecuada; crisis institucionales en varios frentes; cierta parálisis del proceso de negociación política con un oficialismo y unas oposiciones buscando complacer a las encuestas y ganar tiempo de pantalla.
Varios países latinoamericanos reaccionaron tarde frente a la corrupción y la violencia y, sumidos en conflictos entre dirigentes, perdieron el liderazgo que antes habían ejercido en la sociedad.
Hemos entrado pues en un terreno donde las exigencias planteadas a los actores de la gobernanza aumentan aceleradamente, aunque ellos mismos no se percaten o bien consideren que se trata, en realidad, del business as usual de la política. Y, por tanto, que no cabe exagerar. Esa desconexión entre las elites y las condiciones objetivas en que ellas se desenvuelven, pero que subjetivamente no desean reconocer, es una de las causas del bloqueo que sufren las democracias contemporáneas. Resta legitimidad a los grupos dirigentes, los muestra desapegados de los “problemas de la gente” y crea un vacío de representatividad y eficacia.
En efecto, creer que el contexto externo —con Trump, Brexit, guerra comercial, cambio climático, fin de la pax occidentalis, pérdida de confianza en el capitalismo global, etc.— no genera amenazas completamente nuevas es un error de óptica histórica. Multiplica exponencialmente los riesgos y las incertidumbres e impide a los grupos gobernantes conducir la navegación y prepararse para la tormenta que se avecina.
Del mismo modo, suponer que las dificultades que vienen acumulándose en el cuadro interno pueden sortearse con politics as usual es renunciar de antemano a liderar un fortalecimiento de nuestra gobernanza. Los países latinoamericanos mencionados al comienzo de esta columna experimentaron todos, antes de caer en la trampa de su propio juego del politics as usual, una crisis de gobernanza y desconexión entre los grupos dirigentes y sus respectivas sociedades civiles. Vieron quebrarse los partidos, desplomarse las instituciones y la confianza en ellas, paralizarse a los poderes del Estado y crisparse el ambiente de convivencia política. Reaccionaron tarde frente a la corrupción y la violencia y, sumidos en conflictos entre dirigentes, perdieron el liderazgo que antes habían ejercido en la sociedad.
En suma, no se dieron cuenta que mientras avanzaban en una espiral de desacuerdos y oposiciones iban destruyendo los puentes tras de sí. Al final esas sociedades sin gobernanza salieron a buscar alguna forma de liderazgo carismático de derecha o izquierda, debilitando aún más sus instituciones. Es de esperar que nuestros dirigentes reaccionen a tiempo y asuman la tarea de conducirnos a través del tiempo tormentoso que se avecina.
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