Hugo HERRERA, Dr. Phil., Julius-Maximilians-Universität (Würzburg
3 de marzo de 2019
La concepción de la acreditación es valiosa. Resulta un ejercicio provechoso que los cuerpos académicos y administrativos reflexionen sobre la manera de desempeñar sus tareas. Es también relevante que exista un sistema de información disponible de los rendimientos significativos de instituciones y programas. Hay, empero, en la acreditación, tal como está funcionando en Chile, aspectos criticables, pues amenazan someter a las instituciones y programas a dinámicas engorrosas y carentes de sentido.
Primero, es cierto que la calidad de un programa depende, fundamentalmente, de la capacidad de sus académicos y alumnos; y la de una institución, además, de las aptitudes de sus directivos y de los recursos comprometidos. Esos campos de evaluación son adecuados. Pero fruto, quizás, de la acción de especialistas en lo indeterminado, se ha impuesto una extensa lista de confusos parámetros de evaluación, que conduce a informes de centenares de páginas, una puesta en escena al final algo absurda para todos. Es tal el cúmulo de información requerida que las instituciones y los programas deben distraer por meses enteros a equipos completos de investigadores y administrativos a objeto de evacuar los informes.
Segundo, la composición de la CNA es inadecuada. Once de los 16 comisionados actuales, quienes deben acreditar todos los programas doctorales del país, no tienen experiencia doctoral. O sea, no saben con pertinencia del asunto sobre el cual han de juzgar. En tales acreditaciones se da el caso, además, de que participan hoy: un estudiante de quinto año de Contabilidad y un estudiante de quinto de Derecho. Méritos personales aparte, ¿qué pueden saber los mencionados de aquello en que consiste un doctorado (más aún, si es en astronomía, física o filosofía)?
Tercero, como la mayoría abrumadora de la CNA actual no puede saber lo que ha de acreditar en el caso de los doctorados (y de las instituciones que en sus procesos de acreditación incluyen estos programas), lo esperable es que ella opere —e insisto, méritos personales aparte— en el modo de la suspicacia. Sin la exigible ponderación y criterio que solo poseen quienes saben, ¿puede esperarse que la CNA haga algo distinto que sujetar programas e instituciones (y, finalmente, a los académicos) a dinámicas de subsunción binaria? ¿O que, en las visitas, la CNA asuma otra actitud que la de un fiscalizador desconfiado? Está muy bien ser desconfiado con saltimbanquis y pícaros (que también los hay en el sistema de educación superior). Pero pasa que, en el esquema actual, la desconfianza podría devenir general, al punto que las “visitas de pares” ya no sean diálogo entre pares, en donde exista una activa colaboración de la CNA. La exigencia de informes intempestivos, la vulneración de los horarios de las reuniones y las impostaciones y actitudes impropias, que ya se advierten, podrían ser solo el comienzo en la operación de un dispositivo que culmine comprometiendo la libertad de académicos competentes e instituciones y programas prestigiosos.
Cuarto, la CNA cambia, a su arbitrio, los criterios de acreditación. Hace muy pocos años, un programa doctoral necesitaba cuatro investigadores con investigación comprobable para ser acreditado. La cifra ya era alta. En Alemania, por ejemplo, hay doctorados en filosofía que funcionan muy bien con dos o tres catedráticos y sus colaboradores. Hace poco, a la CNA le pareció adecuado alterar su propio criterio y exigir de los programas doctorales en filosofía contar con siete investigadores tiempo completo e investigación comprobable. La exigencia no solo es desproporcionada para Chile, también para Occidente: bajo la exigencia, institutos de filosofía de nivel mundial no podrían ser acreditados. No solo es inconsistente con las escuálidas políticas estatales de apoyo a un saber gratuito y relevante para la producción de capacidades reflexivas. Además, no responde a alguna gradualidad (en los últimos días se ha comunicado que cambiaron, ¡otra vez!, criterios fundamentales: la CNA, de un momento a otro, más que duplicó la exigencia de publicaciones en revistas WoS).
Se hace urgente una reforma a la CNA, que vele por: 1. la simplificación drástica de los engorrosos informes y procedimientos de acreditación; 2. la competencia de, al menos, la mayoría de sus miembros, a fin de que sepan, con experiencia significativa, de lo que acreditan; 3. el aseguramiento de la simetría y la colaboración entre acreditadores y acreditados; 4. la certidumbre y pertinencia de los criterios de evaluación. Sobre todo: la constitución de un sistema en el cual los requisitos que plantea el Estado a las instituciones sean proporcionados con los apoyos que brinda, de tal guisa que el deber mínimo de protección, sin el cual el “Leviatán” deviene francamente ilegítimo, se cumpla.
HUGO HERRERA
Dr. Phil., Julius-Maximilians-Universität (Würzburg)
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