Talleres de escritura creativa
Junio 14, 2018

Captura de pantalla 2016-10-09 a las 4.19.07 p.m.Andamios para el talento

La escritura creativa avanza en España. Autores como Samanta Schweblin, Caballero Bonald, Jonathan Franzen y Marta Sanz debaten su impacto en las letras y en la sociedad

 

Harto de que le preguntaran si un escritor nace o se hace, Augusto Monterroso neutralizó el manido debate con una respuesta definitiva: “No recuerdo a ningún escritor que no haya nacido”. Imposible llevar la contraria al irónico cuentista hondureño… Así que, zanjado el asunto, y ahora que los poetas, novelistas y ensayistas se hacen, cada vez más, en las aulas, la discusión toma necesariamente otra deriva. ¿Qué ha supuesto el fenomenal florecimiento de talleres, escuelas y másteres de escritura creativa? ¿Qué impacto ha tenido en la literatura? ¿Y en la sociedad?

“Una proliferación de este tipo de estudios no puede más que dar miles y miles de aspirantes a escritores y excelentes lectores, es decir, gente capacitada, culta y ávida de más y más literatura. ¿Qué tan malo podría ser esto para una sociedad?”, dice la argentina Samanta Schweblin, discípula de Liliana Heker y hoy tallerista. “Creo que pueden tener un gran impacto social porque son lugares de reflexión y de construcción del conocimiento y del sentido crítico en una época en la que estamos rodeados por el ruido y en la que es imprescindible aprender a leer por debajo de lo que serían las superficies deslizantes de la realidad”, abunda la escritora Marta Sanz. Su colega Luis Landero señala algunas sombras. “En un taller de escritura no se hace un escritor, pero tampoco se pierde porque asista a él. Pero crea un tipo de relatos impersonales, intercambiables y, de algún modo, castrados por un atracón de técnica, de fidelidad a un dogma que solo puede desembocar en el artificio”.

Con una reputada constelación de autores como Raymond Carver, John Gardner o Joyce Carol Oates en su nómina de alumnos y profesores, y, desde 1936, el simbólico faro del Writer’s Workshop de la Universidad de Iowa, la tradición estadounidense de los talleres literarios arraigó en Latinoamérica en un momento en el que las dictaduras expulsaban a los profesores de la universidad —muchos optaron por instalarse con sus alumnos en sus casas— y dio el salto oceánico a España en los setenta de la mano de intelectuales exiliados o emigrados de la región como José Donoso, Clara Obligado o Silvia Adela Kohan, que se encontraron con un inmenso páramo.

“El taller crea relatos intercambiables y, de algún modo, castrados por un atracón de técnica”, dice Luis Landero

No había en la Península escuelas donde el aspirante a escritor pudiera aprender el oficio y, como apunta Obligado, “la universidad posfranquista era una universidad imposible”. Con cuatro duros, gran entusiasmo y una idea horizontal de la enseñanza, crearon espacios donde se aprende a leer, se deconstruyen textos clásicos y contemporáneos, se escriben y reescriben relatos, y donde profesores y alumnos someten a juicio sumarísimo las creaciones aun a riesgo de dañar el corazoncito del pupilo o compañero de turno. “Había muchas ganas de compartir, de leer, de cultura. Pensemos en la movida. Tiene un poco que ver con el clima de entonces”, recuerda.

Los talleres, con sus defensores y detractores —“siempre me ha parecido un desatino que la profesión de escritor se pueda cursar en una academia”, dice José Manuel Caballero Bonald—, fueron la primera pica de lo que hoy es todo un fenómeno de democratización de la cultura del que participan miles de personas cada año. En un país que ha relegado las humanidades y, a base de especialización, ha dejado huérfanos de lecturas a muchos ciudadanos, ha proliferado una oferta de programas de escritura creativa —responsable, según Obligado, del auge del cuento y la microficción— como para satisfacer todo tipo de inquietudes. Talleres organizados por escritores a 1.000 euros el curso; enseñanza presencial u online a un precio similar en centros privados como la Escuela de Escritores de Madrid, el Ateneu Barcelonés, Hotel Kafka o Fuentetaja; programas de 20 horas organizados por editoriales a 200 euros; másteres oficiales —en la Universidad de Sevilla (820 euros) y la Complutense— o no; el grado de la Universidad de Navarra… Las opciones son infinitas. Para empezar, para el que quiere simplemente aprender a escribir mejor. “Tenemos un gran déficit de escritura desde la primaria a la universidad que hemos venido a cubrir las escuelas privadas”, afirma Javier Sagarna, director de la Escuela de Escritores de Madrid. En las aulas del centro que coordina predomina ese perfil de alumnado en los cursos. Si hablamos del máster — dos años, 576 horas de clase, 12.500 euros y un 35% de latinoamericanos— la cosa cambia; las clases están llenas de gente que aspira a vivir de la escritura, tarea harto complicada. Solo un 2% de los autores españoles se gana la vida exclusivamente con la literatura.

“España tiene una tradición maravillosa de escritores con muchísimo ingenio. Pero necesitan interlocutores, espacios de diálogo y de reflexión sobre el proceso creativo”, observa la poeta Ana Merino, directora del máster de escritura creativa en español de la Universidad de Iowa. “Y esto no es nuevo. El autor nunca ha esperado a que le llegase la musa. Solo hay que ver las correspondencias entre escritores, las tertulias… ¿Y qué es el boom latinoamericano en Barcelona sino un gran taller?”, prosigue.

“Una proliferación de estos estudios no puede más que dar miles y miles de aspirantes a escritores y excelentes lectores, es decir, gente capacitada, culta y ávida de más y más literatura”, dice Samanta Schweblin

Los escritores aprenden en estas tertulias del siglo XXI técnicas para desempeñar su oficio; salen, dice Jorge Carrión, codirector del Máster en Creación Literaria UPF/BSM, “con una visión de conjunto de cómo opera la industria”; entablan relaciones que pueden servirles de ayuda a futuro —“sin gente que conocí hubiera tenido muchísimo más difícil la posibilidad de entrar en el campo literario”, admite Sanz—. Y, muchas veces, como le ha ocurrido en las aulas de Obligado a Cristina López Barrio, finalista del Planeta 2017 por Niebla en Tánger, encuentran a su “familia literaria”. Incluso, empleo.

 El problema es que no todo profesor, escritor o no, es un buen tallerista. Silvia Adela Kohan, autora de varios libros sobre el aprendizaje de la escritura —entre ellos Autoficción. Escribe tu vida real o novelada (Alba)—, lo tiene claro. “Son pocos los que tienen la capacidad de guiarlos, de modo que salga a relucir lo mejor de cada tallerista, en lugar de englobar a todos en el mismo saco desde una mirada académica o demasiado subjetiva”. Y un instructor que no logra entrar en la poética de cada autor, y apoyarla, corre el riesgo de crear escritores de serie y uniformizar la literatura.

Ese debate, más que en España está vivo en EE UU, donde el aprendizaje de la escritura está muy consolidado en la universidad a través de los MFA, camino por el que avanza firme Latinoamérica. Pero más que por la pedagogía, lo está por el coste de los másteres —un máximo de 48.000 dólares (40.600 euros) en Iowa—. Aunque muchos centros buscan financiación para sus estudiantes, los críticos alertan del riesgo de alumbrar una literatura que reproduce los valores y preocupaciones de una clase pudiente. “Algunas de las voces más distinguidas de la ficción estadounidense reciente —Rachel Kushner, George Saunders, David Foster Wallace, David Means, Alice Sebold— salieron de programas de escritura, así que no estoy demasiado preocupado por el efecto de “uniformización”, rebate el estadounidense Jonathan Franzen.

En España, a diferencia también de lo que ocurre en el norte de Europa, este tipo de programas no acaba de afianzarse en la universidad. El primer obstáculo para una enseñanza que se quiere impartir mayoritariamente con escritores son las exigencias de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación —mínimo, el doctorado—. El segundo es más estereotípico que otra cosa. “Ha sido muy común ver a la universidad y a la escritura como incompatibles, si no es que antitéticas”, afirma Cristina Rivera Garza, responsable del doctorado de escritura creativa en español de la Universidad de Houston.

Goethe decía que la buena literatura es un 95% de trabajo y un 5% de talento. “Y el talento a veces para descubrirlo precisa de mentores”, dice Schweblin. “A veces son los libros, familiares, un enemigo, otro escritor, una revelación particular en un libro particular”. O la universidad. “Un aspirante a escritor debería entender que todo sirve”, continúa, “y que nadie va a entregarle nada ordenadito, que el que tiene que estirar la mano para agarrar lo que sea que necesite para crecer tiene que ser él mismo”.

REFLEXIONES DESDE FUERA DEL TALLER

Samanta Schweblin, escritora

“Los talleres fueron para mí una experiencia fundante, pero por supuesto vi cientos de personas pasar por esos talleres sin aprender absolutamente nada. Me encantaría decir que todo depende del “profesor”, pero en realidad, gran parte depende del alumno”.

“Como alumna aprendí a leer lo que realmente dicen mis textos, y no lo que yo quisiera que digan. Como profesora, (impartir talleres) te abre miradas continuamente, te expone a situaciones y dilemas en los que uno es tan novato como el alumno”.

Ana Merino, poeta y directora del máster de escritura creativa en español de la Universidad de Iowa

“No todos los escritores celebran el talento ajeno o pueden ver las posiblidades de un escritor primerizo. Por eso los programas de escritura creativa necesitan un perfil de escritor docente muy abierto, que tenga curiosidad y ganas de crecer con el alumnado. Los críticos suelen ser escritores que tienen procesos creadores muy ensimismados y no van a perder el tiempo en la evolución creativa de los demás”.

“Los talleres son un espacio de estímulo que te hace crecer a marchas forzadas (…). Si tienes una buena biblioteca  y sabes cómo escribir porque en la escuela te dieron una buena base de escritura y lectura -subrayo ese dato clave-, tal vez uno puede seguir solo a base de mucho trabajo y mucha lectura. Pero cuando hay una dinámica de trabajo interactiva que te guía, te explica, te hace reflexionar y te da pautas, te conviertes en mejor escritor”.

“Para muchos escritores, la carrera de docente tallerista es una buenísima opción. Saber escribir bien y apreciar la literatura no te obliga a querer ser escritor. Por otra parte, el mundo editorial tiene salidas interesantes o la gestión cultural”.

Luis Landero, escritor

“En un taller de escritura no pueden, de ningún modo, enseñar la invención. Lo más importante para un escritor es encontrar su mundo, aquello que solo él puede escribir, y nadie más que él. Quien vaya a buscar su mundo a un taller, ese no es un verdadero escritor. Porque allí solo te podrán enseñar trucos para estimular la fantasía, trucos que, en efecto, son más o menos iguales para todos”.

“El arte de escribir tiene tres patas: la invención, la composición y la escritura propiamente dicha. Qué vas a contar, cómo lo vas a estructurar y, lo más difícil, cómo vas a transformar todo eso en palabras. Quien se encomiende solo a la estructura y a otras tecniquerías adyacentes, será un escritor de piscifactoría, no más”.

Jorge Carrión, codirector del máster en creación literaria UPF/BSM

“Es muy difícil evaluar qué han aportado estos programas a la literatura española porque el taller o el máster es solo una de las variables que se combinan para que un escritor sea un escritor. Habría que valorar también qué han aportado la educación primaria, secundaria y universitaria, qué han aportado las bibliotecas… Lo que sí creo importante y tangible son las relaciones personales que han provocado”.

“Hay varios estudios que demuestran que, seguramente, el cuento en la literatura norteamericana tiene que ver con Iowa. En efecto, es perfecto para la dinámica de un taller, se puede escribir en pocas semanas y leer y discutir entero en pocas horas. Creo que sí hay una relación entre el género del cuento y el formato del taller literario”.

Cristina Rivera Garza, responsable del doctorado de escritura creativa en español de la Universidad de Houston

“Vivimos en sociedades que enaltecen la ganancia inmediata y desprecian profundamente las labores del pensamiento y la práctica crítica. Entre otras cosas, un taller es una comunidad de aquellos que comparten el trabajo y la devoción por el lenguaje, especialmente el lenguaje escrito. Y, ya con eso, me parecen espacios necesarios -espacios irrenunciables- hoy”.

“Las nociones del genio incomprendido o del poeta maldito han diseminado la idea de que la escritura, en lugar de ser un proceso material terreno, es algo inexplicable que, además, nace ya hecho. Estas ideas auto-glorificantes y ahistóricas han hecho pensar a muchos que la escritura no tiene método, tecnología, crítica. Por eso es importante dinamitar la idea del autor así, en singular, y repensar las raíces plurales y materiales de todo el proceso de escritura”.

José Manuel Caballero Bonald, escritor

“A mí, eso de aprender a escribir en un taller no me parece ni aconsejable ni viable. Lo único que pasa en esos talleres es que fomentan el trato entre personas que comparten el gusto por la literatura”.

“Lo que se entiende por técnica de la escritura literaria se puede ir aprendiendo a través de lecturas y ejercicios, pero el carácter literario del texto, su calidad artística, depende de la aptitud personal del escritor”.

Jonathan Franzen, escritor

Recomiendo un MFA (máster de escritura creativa en EE UU) a cualquier escritor joven que a) Disfrute de estar cerca de otros escritores; b.) disponga de uno o dos años para enfocarse intensivamente en la escritura; y c) pueda conseguir que otra persona pague por ello. Los programas de escritura creativa no valen la pena si es necesario pedir un préstamo. Nada es peor para un escritor joven que cargar con una deuda. Crecí horrorizado por las deudas, y cuando era joven era demasiado tímido y arrogante como para querer estar cerca de otros escritores, así que no asistí a programas de escritura creativa”.

“Debido a que los departamentos de literatura académica básicamente han abandonado la enseñanza de la literatura -ahora todo es teoría,  “textos” y política-, los MFA se han convertido de facto en refugios para los estudiantes que realmente disfrutan leyendo literatura. Esto en sí mismo presta un gran servicio a las letras estadounidenses. En términos de la industria, ahora enfrentamos una audiencia cada vez más reducida de ficción seria y de poesía, una clasificación cruel de escritores en “estrellas” y “don nadie”… Creo que la red de programas de escritura es valiosa. Permite a los escritores cuyas obras no se venden mucho ganarse la vida mediante la enseñanza, y mantiene vivas cientos de revistas pequeñas donde los escritores jóvenes pueden publicar sus primeros trabajos“.

Clara Obligado, escritora

“Yo diría que, a partir de la crisis, en España la gente está menos jugando y más queriendo tomarse en serio la literatura. Los talleres constituyen un ámbito de pensamiento. En una época de crisis cultural como la que tenemos son una protección contra la intemperie”.

“Yo creo que reglamentar un taller es un poco matarlo. El taller germina bien en un clima un poco libre, o sea, si tú tienes un programa muy rígido quizá matas lo que tiene de espontáneo, que es lo interesante”.

Silvia Adela Kohan, escritora

“La escritura creativa, bien entendida es necesaria no solo para los filólogos, sino para todo el mundo, tanto para la creación literaria como para el autoconocimiento y la expansión de ideas, en todas las profesiones”.

“El talento es libertad interior y constancia, escribir cada día (el escritor se hace escribiendo), sin pudor y a la manera de uno o una misma: no es escribir una novela, sino “tu” novela, la sinceridad da como resultado la diferencia y la calidad”.

Javier Sagarna, director de la Escuela de Escritores de Madrid

“Nosotros hicimos una síntesis entre la tradición norteamericana y latinoamericana y creamos nuestro propio método de enseñanza. Digamos que si el sistema latinoamericano está muy basado en el ‘juega, juega, atrévete e innova y jugando llegarás” -yo añadiría, ‘si eres Cortázar’- y el sistema norteamericano es ‘el oficio, el oficio, el oficio’, nosotros integramos las dos cosas”.

“El sistema educativo español siempre ha estado basado en el aprendizaje en vertical: ‘yo enseño, tú aprendes’. Pero no se puede enseñar en vertical la escritura”.

Marta Sanz, escritora

“Para mí, como alumna, el taller fue un lugar importantísimo donde conocí a gente que si la cual habría tenido muchísimo más difícil la posibilidad de entrar en el campo literario. Y, sobre todo, fue utilísimo porque me ayudaron a desaprender todos los tópicos que se construyen en torno a la genialidad de los escritores o escritoras a lo largo de nuestra vida. Lo importante de este tipo de talleres o escuelas es que no parten de una genialidad o de una impronta innata que tengan los talleristas, sino que lo que hacen es confiar en la posibilidad de la educación, en la posibilidad de construir”.

“Cuando doy clases, procuro salir del carrilito de ciertas ortodoxias vinculadas a los talleres de escritura que pueden tener que ver con la narrativa carveriana, con el minimalismo, con el realismo sucio… para que mis alumnos intenten explorar en otros territorios, pero evidentemente, esos territorios nunca van a estar alejados de los intereses que los configuran como individuos y que tienen que ver con su identidad y su lugar en el mundo”.

Cristina López Barrio, escritora

“Apuntar que todos los escritores que van a un taller uniformizan su forma de escribir me parece que denota muy poco conocimiento de lo que es un taller, al menos al que yo he asistido siempre. La originalidad siempre ha sido potenciada y bienvenida en el taller de Clara Obligado”.

“Aprender a contar historias puede ser muy útil para el desarrollo de distintos trabajos, no solo para la creación literaria como tal”.

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